3. Tras la arboleda

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Mientras que su mujer dio un paseo al supermercado en busca de provisiones para el largo viaje que iban a hacer, Lester se quedó en casa, preparando el equipaje y recogiéndola un poco. Habían tenido una pequeña disputa con respecto a por qué no podían coger un avión en vez de recorrer novecientos cincuenta kilómetros en coche. Lester pensaba que era una locura y una manera innecesaria de acabar agotados, pero Carol veía una oportunidad de hacer un viaje romántico por carretera como siempre habían soñado, pero que, a la hora de la verdad, siempre acababan anulando, normalmente por culpa de Lester. Pero esta vez no había excusa, harían ese viaje sí o sí, lo cual no le había gustado a él y prefirió quedarse en casa, preparando la maleta (cosa que odiaba), antes que acompañar a su mujer al supermercado. Eso también le dio tiempo para pensar y darle vueltas al tema de su novela, la cual seguía sin título y con la primera página en blanco.

Sacó la maleta grande, que guardaba bajo la cama del dormitorio, y una un poco más pequeña que había en la parte alta del ropero. Abrió la grande encima de la cama y dejó la pequeña en el suelo, de pie junto a la puerta, todavía cerrada. Abrió el ropero y comenzó a pensar en cuanta ropa les haría falta para un mes y a partir de qué número podía considerarse demasiada. Empezó por lo básico suyo: unas cuantas camisetas de manga corta, porque todavía hacía calor, y alguna de manga larga por si bajaban las temperaturas de noche; unas bermudas vaqueras, otros pantalones cortos y alguno largo, por la misma razón de antes; un par de pijamas, para poder ir alternando entre uno y otro; y por último la ropa interior. Con eso ya tenía asegurada su supervivencia en una casa ajena, en un lugar que no conocía y del cual sabía tremendamente poco. Ahora tocaba la parte de Carol, pero de ella no pensó coger gran cosa porque creyó que tal vez ella querría escoger su ropa. Pero conocía a su mujer y sabía qué ropa le gustaba y qué ropa no se ponía tanto. Cogió un par de blusas, una azul con un decorado floral algo discreto y otra de un color rosa muy suave; también cogió unas pocas camisetas de tirantes, que solía usar cuando hacía calor y otras de manga larga; recordó que Barren le había comentado que había un río detrás de la propiedad, de modo que le cogió también su bikini negro favorito y además añadió un bañador para él; cogió un par de pantalones cortos, unos vaqueros y otros que no lo eran, y después unos largos. Sostuvo estos últimos con las manos y recordó cómo reaccionó ella cuando se los regaló un día por sorpresa. Él acababa de llegar de trabajar y ella ya le estaba esperando con la mesa puesta. Dejó la bolsa de papel con los pantalones en la entrada y fue hasta el comedor, dándole un beso y diciéndole que iba a quitarse la ropa del trabajo y a ponerse más cómodo. Después se metió en su habitación, que por aquél entonces estaba junto al comedor, y le pidió por favor que fuese a comprobar la luz de la entrada, que creía que se la había dejado encendida. Ella fue extrañada, porque Lester no solía dejarse las luces encendidas y, entonces, vio la bolsa en el suelo. Lester escuchó cómo crujía el papel cuando ella cogió la bolsa y, a los segundos, vio a su mujer aparecer por el cuarto, con los pantalones en la mano, y sin decir nada le abrazó con dulzura. Estaba impresionada, no solo porque no esperaba nada, sino porque había acertado con la talla y eso no solía pasar; además de que le parecieron preciosos.

Lester los dejó dentro de la maleta, recordando cómo se sintió cuando su mujer le abrazó mientras que un ardor inundaba su pecho. Era una sensación buena, porque le hacía recordar lo mucho que amaba a su esposa, pero ese ardor vino seguido de una tremenda sensación de culpabilidad por cómo se había portado con ella hacía solo un rato. Ella solo quería hacer un viaje con su marido por carretera como siempre había soñado, y él, simplemente por pereza, había comenzado una discusión que no tenía ningún sentido.

Dejó la maleta abierta sobre la cama, para que Carol revisara su ropa cuando llegara y se puso con la maleta pequeña, donde metió el neceser con todo lo relacionado con la higiene, su portátil, los cargadores de los móviles y una baraja de cartas por si les apetecía jugar a algo (strip póker, por ejemplo). Sí que cerró esa maleta al acabarla, porque sabía que no se dejaba nada y que Carol no querría añadir más. La dejó junto a la entrada y, en ese momento, las llaves de Carol sonaron girando la cerradura. Él se quedó en la puerta, esperando para darle una disculpa por cómo se había comportado. Carol cruzó la entrada, sin mirar a los ojos a su marido y dispuesta a ir directa hacia la cocina, pero él la detuvo y la abrazó, provocando que esta soltara de golpe las bolsas de la compra que llevaba para devolverle el abrazo.

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⏰ Última actualización: 5 days ago ⏰

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