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La música sonaba de forma constante en el palacio, otorgando una atmósfera alegre que, para él, resultaba agotadora. La multitud hablaba en tonos elevados, lo que le hacía desear huir a su habitación y escapar de todos ellos. Observaba cómo su hermana Jaiden, junto a su padre, conversaba con los embajadores de reinos vecinos, mientras que Rivers recibía a los nobles del reino. Él, contrario a sus hermanas, era ignorado debido a su juventud, algo ya cotidiano para él, recibiendo solamente suaves reverencias y miradas llenas de arrogancia. Se sentía pequeño al estar entre tanta multitud; sin embargo, parecía que esta jamás desaparecería.

Todo su cuerpo se sentía tenso por cada nueva persona que se acercaba. No sabía cuánto más podía fingir estar feliz de estar ahí; todo le parecía tan malditamente monótono y asfixiante. Rogaba que alguien o algo viniera a su rescate y le diera la oportunidad de poder escapar y ser libre de esa presión y responsabilidades a las que estaba expuesto constantemente. Sin embargo, sabía que todo solo era una simple fantasía, a la que se aferraba con todo su ser, creyendo que podría escapar de las paredes del palacio o, mejor dicho, escapar de su linaje.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por cientos de miradas puestas en él; parecía como si hubiera cometido el más grande acto de indisciplina. Buscando una solución, solo atinó a ver a su hermana, que estaba más cercana a él.

—¿Su majestad? —Antes de que su hermana respondiera, una voz profunda a sus pies lo hizo voltear y estremecer, viendo a quien, en esos momentos, era el causante de la atención puesta en él. Esa mirada rojiza como la sangre lo observaba en busca de respuestas, de las que él no tenía idea.

El príncipe, con el hilo de valentía que le quedaba, se atrevió a responder:

—¿Disculpe...?

La respuesta que recibió fue la sonrisa del extraño, quien estiró su mano para tomar la del príncipe. Dudoso, Quackity accedió, permitiendo que el caballero dejara un beso en el dorso de su mano, acción que hizo que su rostro se tornara carmesí por la vergüenza, la cual aumentó al escuchar los murmullos de los demás invitados.

—¿Me concedería esta pieza, su majestad? —pidió el caballero, con una ligera inclinación de su cabeza.

Quackity vaciló, pensando en lo que dirían su padre o su instructor, pero sabiendo que declinar la oferta podría ser una ofensa para el caballero, finalmente accedió. Realizando una sutil reverencia, comunicó su respuesta:

—Me encantaría.

El caballero dirigió al príncipe a la pista, donde todos los invitados se hicieron a un lado para poder observar cómo aquella particular pareja empezaba el baile. La música comenzó con una suave melodía que parecía haber sido hecha exclusivamente para ellos, haciendo que se sintiera como si el tiempo no pasara. Las palabras sobraban; solo ellos podían decirse todo y nada con el simple hecho de mirarse a los ojos. El príncipe encajaba perfectamente en los brazos del caballero. Añoraba saber su nombre, pero no se atrevía a hablar, temiendo que el momento se esfumara como una de sus más crueles fantasías, donde le hacían conocer una de las sensaciones más placenteras del momento para arrebatarla cruelmente después.

Por favor, por favor, no te vayas... pensaba mientras sentía cómo su pecho se oprimía de dolor al saber que sería alejado de él.

Se aferraba a los hombros del caballero, esperando grabar su rostro para siempre, seguro de que era lo único que había valido la pena esa noche, pero, como si de un vil cuento se tratara, la canción llegó a su fin, y con ella, su momento. Al ser llevado de nuevo junto a su familia, se aferró a su brazo, esperando transmitir algo, aunque no estaba seguro de qué. Solo era consciente de la necesidad de estar con el solo un poco más tiempo. Pero al encontrarse al lado de su hermana, y listo para dar ese posible adiós eterno, el caballero se inclinó sobre él, dejando un atrevido beso en su mejilla.

El tiempo había pasado, esta vez de forma distinta; lo que antes se había sentido como una eternidad se había transformado en segundos. Al grado que Quackity ahora se encontraba en su habitación, aún con ese beso cálido en su mejilla y la urgente necesidad de saber más del caballero. Sentía que esa curiosidad solo era igualada con su necesidad de respirar. Era consciente de que exageraba, pero no sabía cómo más podía describir ese sentimiento. Él deducía que, por la vestimenta de su misterioso caballero, no era de su reino; por ende, también su búsqueda sería más complicada.

Se maldecía por no haber preguntado el nombre del caballero. Ahora no sabría cómo salir de esa incertidumbre, a la cual el mismo se había condenado aun cuando había tenido la oportunidad de pedirle otro baile más, solo un poco más de su presencia


—¡Idiota, idiota! —exclamó mientras se sentaba en la orilla de su cama, esperando poder conseguir un poco de calma. Desde que lo conoció, a él podía sentir cómo la ansiedad iba incrementando cada segundo más, rogando por verlo, aunque fuera una vez más.


Hola, sé que ha pasado tiempo, pero decidí reescribir la historia. Al principio, solo iba a hacer eso, solo reescribirla, pero terminé cambiando cosas. Espero que le den una segunda oportunidad; espero que les guste.

La corona [Luckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora