Capitulo #1" Acelerador Sin Control

1 0 0
                                    


El aire de la mañana en Santiago tenía ese frío característico que le calaba los huesos a Stephen Sánchez, un joven de 26 años, estudiante de psicología en la Universidad de la Llama de Prometeo. Caminaba a paso rápido por las bulliciosas calles del barrio La Gracia, su mochila colgando flojamente de un hombro mientras se esforzaba por no llegar tarde a su clase de psicopatología. Desde que adquirió sus poderes de super velocidad hace dos meses, su vida se había vuelto caótica, y su memoria, un rompecabezas incompleto. No sabía cómo ni por qué había obtenido sus habilidades, y cada vez que intentaba recordar, una especie de bloqueo mental le impedía acceder a esos recuerdos.

Al cruzar por la calle Alameda del Cobre, notó algo fuera de lo común. A unos metros de distancia, un hombre encapuchado forcejeaba con una mujer, intentando arrebatarle la cartera.

-¡Ayuda! -gritó la mujer, su voz llena de desesperación.

Sin pensarlo dos veces, Stephen sintió la conocida sensación de energía acumulándose en sus piernas. Era como un cosquilleo ardiente que recorría todo su cuerpo, un impulso irresistible que lo empujaba a moverse. En un abrir y cerrar de ojos, el entorno se volvió borroso a medida que aceleraba hacia el asaltante. Pero la velocidad seguía siendo un problema; aún no tenía el control necesario para frenar de manera adecuada.

-¡Suéltala! -gritó, mientras se abalanzaba sobre el ladrón a toda velocidad.

Stephen se estampó contra el hombre con tanta fuerza que ambos salieron disparados al suelo. El impacto fue brutal; el ladrón soltó la cartera y rodó por el pavimento, aturdido, mientras Stephen intentaba recuperar el equilibrio.

-¡Uf! -exclamó, sintiendo el dolor en sus hombros al caer de manera descontrolada. Se levantó torpemente y recogió la cartera-. ¿Está... está bien, señora?

La mujer asintió, todavía sorprendida por lo que acababa de ocurrir.

-Sí, gracias... pero tú... ¿cómo...? -balbuceó, sin poder entender cómo había llegado tan rápido.

-Ah, eh... ejercicio -respondió él, sin saber cómo explicar lo que acababa de hacer. Le devolvió la cartera y se giró para mirar al ladrón, que empezaba a reincorporarse. Sin pensarlo, Stephen lo tomó por la camisa y lo empujó con fuerza contra la pared más cercana-. Te sugiero que busques un trabajo decente -le dijo, algo torpe pero intentando sonar intimidante.

El ladrón, aún aturdido y sin ánimo de pelear, levantó las manos en señal de rendición.

Antes de que Stephen pudiera pensar en otra cosa, escuchó el sonido de sirenas acercándose. Sin querer llamar la atención de la policía, retrocedió unos pasos y, con un último vistazo a la mujer, salió corriendo por la calle en dirección contraria. Esta vez, disminuyó su velocidad lo suficiente como para no parecer más que alguien huyendo del caos.

Finalmente, llegó a la entrada de la universidad. El edificio principal de la Universidad de la Llama de Prometeo se alzaba imponente, con sus murales coloridos que representaban figuras mitológicas y grandes llamas pintadas a lo largo de las paredes. Tomó un momento para recuperar el aliento y se adentró en el campus, mezclándose con los otros estudiantes.

Entró en el salón justo a tiempo, con la respiración todavía agitada. El profesor Martínez, quien ya había comenzado la clase, se detuvo un momento y lo miró con expresión inquisitiva.

-Llegas tarde otra vez, Sánchez -dijo el profesor, cruzando los brazos-. Espero que tengas una buena excusa.

Stephen se encogió de hombros, todavía sintiendo la adrenalina en sus venas.

-Tráfico, profe... -respondió, con una pequeña sonrisa irónica.

Martínez negó con la cabeza y reanudó la clase, mientras Stephen se dejaba caer en una de las sillas del fondo. Sus pensamientos no lograban centrarse en las explicaciones sobre el comportamiento humano; seguían regresando a lo que acababa de suceder en la calle. La sensación de velocidad, la falta de control, el dolor en sus hombros al impactar contra el ladrón... tenía que encontrar una manera de entrenar mejor. Cada vez que intentaba detener un robo o ayudar a alguien, terminaba como un torpe improvisado.

maldición de la relatividad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora