o . . . potter

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CAPÍTULO CERO
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CAPÍTULO CEROpotter

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En medio de la oscuridad, un hombre deambulaba por las calles, en Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Por el poco reflejo de la luz se alcazaba a ver su apariencia, era alto, delgado y muy anciano, eso es lo que daba a entender su pelo y barba plateados. Llevaba puesta una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez.

El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.

Albus Dumbledore no parecía preocuparse en absoluto por su apariencia ni por un momento le pasó por la cabeza que su forma de vestir podría ser muy mal recibida en esa calle. Estaba muy ocupado buscando algo en su capa, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, alzó su mirada y la enfocó en un gato negro, que se encontraba en la otra punta de la calle. Río y murmuró algo entre dientes.

Cuándo al fin encontró lo que estaba buscando lo sacó. Parecía un encendedor de plata. En cuanto lo hizo funcionar la luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido, doce veces hizo funcionar el Apagador, cuándo por fin termino de darle uso lo guardó dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato.

—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall, —se giro para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato.

—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó con leve sorpresa en su voz.

—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.

—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall con un resoplido enfadado. 

—¿Todo el día? Debe de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas.

—Oh, sí, todos estaban de fiesta, —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias.

—No podemos reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan pocas cosas que celebrar durante once años.

—Ya lo sé, —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...

Espero a que le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no es así Dumbledore?

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