Prólogo

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Una silueta, encapuchada con un manto raído que ocultaba sus facciones se movía con premura y arrojo desmedido, tropezando y golpeándose con cada obstáculo que veía entre esa maleza oscura. Recuerdos distantes se evocaban en las grietas del suelo que con cada pisada aparecían. Las palabras del pasado hacían eco en la mente de la criatura, reviviendo sus momentos previos.

"Hoy lucharemos, cada gremio, equipo explorador, investigador, cazadores y de rescate. ¡Todos juntos seremos una fuerza imbatible, recuperaremos el Continente de la Niebla de esos salvajes!"

Cae a la tierra, el discurso se desvanece de su mente con el golpe. Partículas de hollín lo rodean, danzando a su alrededor, pero les ignora. Mira a sus espaldas con terror en los ojos, que lo obligan a levantarse y continuar.

"¡No se detienen! ¡No importa cuantas veces los derribemos, se levantan de nuevo! ¡Capitán, tenemos que retirarnos ahora!"

Las cenizas se elevaban hasta el cielo, pero el fuego no se hacía presente en ninguna parte. Bosques, montañas, lagos y cuevas, todo se iba cubriendo poco a poco de un tono grisáceo y el aire cargado de un escalofrío tan gélido como el hielo. El encapuchado cruzaba un enmarañado mar de árboles, desprovistos de cualquier forestación posible, como si no tuvieran vida y sólo fuesen una hilera de estatuas hechas de mármol. Pisadas que iban incrementándose con cada segundo que pasaba. El jadeo aumenta y la respiración se le entrecorta, el aire pesado le dificulta la tarea y la convierte en una agonía.

"¡Lugia e Yveltal cayeron! ¡El resto de los grandes legendarios están huyendo! ¿Nos abandonan? ¡No podemos ganar, el continente está perdido, inicien el plan de retirada!"

La criatura giraba la cabeza para atrás, buscando un terror invisible que lo perseguía. Solo el gris vacío y su propio aliento lo acompañaban en esa frenética carrera que ya llegaba a su fin. El silencio se perdió en las lejanías y un caótico canto de gritos envolvía el ambiente. Al cruzar los últimos troncos, una pequeña saliente recibió al agitado y malherido Quilava, quien se asomaba para presenciar con pavor aquella escena que se dibujaba frente a él.

Grupos de pokémon atacando a los residentes de un poblado en un frenesí barbárico, envueltos en un manto negro que los convertía en la oscuridad misma y sus cuerpos despojados de sus sombras que no se reflejaban desde ningún angulo posible. Sus ojos apagados que no mostraban inteligencia, ni deseo o vida alguna. Babeando a cada paso que daban y sus garras manchadas de un tono carmesí, sedientas por el dulce y cálido latir de sus próximas víctimas.

—No... No... ¡No! —vociferaba el Quilava, cayendo de rodillas ante la negación—. Villa Reposo... Todos están...

—Todos están muertos, o lo estarán, sin excepción me temo.

Una voz que él reconocía le habló a sus espaldas, apenas teniendo fuerzas para girarse y encarar al dueño de esas palabras. Un desaliñado roedor amarillo casi de su tamaño lo miraba con recelo y soberbia. Envuelto en harapos desgarrados de color marrón con un broche dorado que tenía la forma de un huevo con alas en ambos lados. El Pikachu de pronto sonrió al tener arrinconado al contrario y se acerca confiado, señalando con sus patas delanteras el horror que tenían ambos al frente.

—El continente de la niebla desaparece y todos sus habitantes caen presa del enemigo —va contando el roedor, mientras camina alrededor del Quilava que apenas lo observa—. El equipo de pokémon legendarios fracasa en su intento de recuperar las tierras del noroeste, y en su lugar, sellan su destino en un mar de cenizas. Traición. El mundo es traicionado y los equipos de rescate fallan en cumplir su misión.

—¿De qué rayos estás hablando? Vinimos juntos aquí... Y aún así tú... Deberíamos ayudar a los sobrevivientes, aún estamos a ti...

—¡Trágico suceso que nos embarga a todos! Pues el antiguo líder les tiende una trampa a los suyos, vendiéndolos a ellos y al poblado a los salvajes seres. Pero es detenido justo a tiempo por un gran héroe que descubrió esa red de mentiras y engaños.

El pokémon empieza a generar estática de sus mofletes y con una descarga gigantesca, su cuerpo se envuelve en electricidad pura, que sale disparada como un rayo contra el Quilava. Una sacudida que lo inmoviliza en su sitio, arrodillándose ante el dolor y apenas teniendo tiempo para pensar. Menos para reaccionar ante las acciones de su antiguo compañero.

Alaridos provenientes desde el fondo del precipicio llama la atención de ambos, manadas de salvajes seres se apiñaban con sus garras estiradas para alcanzar al tipo fuego abatido en la cima. Pikachu se acerca sin miedo ante el derrotado ser y con una fría sonrisa le susurra al oído.

—Gracias maestro por todo lo que me has enseñado, ahora, descansa en paz entre las cenizas del antiguo mundo.

Los ojos del agredido se abren de par en par, rugiendo de ira y rabia hacía su antiguo pupilo, aullando por su traición. La cola del pequeño se ilumina, volviéndose afilada y dura como el más fuerte metal. Un tajo que atraviesa su hombro y desciende al centro del pecho.

La expresión de Quilava se congela con una confusión incierta, sin notar que sus pies resbalan desde la saliente, dirigiéndose hacia la manada que lo espera abajo, y el grisáceo cielo que se posa en su vista junto al Pikachu que van alejándose de su mirada mientras va cayendo por el abismo. Sus pensamientos se nublan y su visión se oscurece ante la extraña calma que lo envolvía, y cerrando los ojos al aceptar su destino.


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⏰ Última actualización: Oct 18 ⏰

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