Sarah

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No sé exactamente en qué momento mi vida se volvió un desastre. Tal vez fue cuando cumplí quince y me di cuenta de que las cosas no siempre salen como en los libros que leo. O tal vez fue mucho antes, cuando Jake y yo dejamos de ser amigos. Pero empezaré por lo más básico: quién soy y cómo terminé aquí, mirando de reojo a un chico que juro que odio, aunque a veces, cuando nadie me ve, extraño como si fuera parte de mí.

Mi nombre es Sarah Miller. Tengo dieciséis años, vivo en una casa pequeña pero acogedora con mis padres y mi hermano menor, Tom. Mi mamá trabaja como enfermera, y mi papá es mecánico. Somos una familia sencilla, sin lujos, pero siempre nos las arreglamos. Tom, que tiene once, es un torbellino que jamás deja de hablar de fútbol. Yo, en cambio, prefiero perderme en libros de fantasía o series de misterio. Si fuera por mí, pasaría todo el día en mi cuarto leyendo o dibujando, lejos del bullicio del instituto.

No soy del tipo de chica que destaca demasiado. Tengo el pelo castaño claro, que normalmente llevo en una coleta desordenada, y ojos verdes. Me gusta usar ropa cómoda: jeans, remeras holgadas, zapatillas desgastadas. No tengo el físico ni la personalidad de las chicas populares; soy bastante tímida y suelo evitar los focos de atención. No me molesta ser invisible la mayor parte del tiempo. De hecho, me resulta más seguro así.

Pero claro, siempre hay alguien dispuesto a arruinar mi tranquilidad. En este caso, ese alguien es Jake Turner.

Jake es el chico más popular del instituto. Alto, atlético, con una sonrisa arrogante que parece sacada de una revista, y una melena de cabello negro que le cae de forma perfecta, como si nunca necesitara peinarse. Es capitán del equipo de fútbol, adorado por los profesores y, para colmo, tiene un grupo de amigos que lo siguen como si fuera una especie de rey. Todos lo admiran; yo lo detesto.

Lo peor es que no siempre fue así. Jake y yo crecimos juntos. Nuestras casas están a dos cuadras de distancia, y solíamos pasar cada tarde en el parque del barrio. Compartíamos secretos, aventuras, y nos prometimos que nunca dejaríamos de ser amigos. Pero algo cambió. Fue hace dos años, en algún punto entre el verano y el comienzo del curso, cuando Jake decidió que yo ya no encajaba en su vida. De un día para otro, se unió a los chicos populares y me dejó atrás como si nunca hubiéramos significado nada el uno para el otro.

Al principio pensé que era temporal. Que tal vez solo estaba buscando encajar. Pero cuando empezó a ignorarme en los pasillos y a reírse con sus nuevos amigos de cosas que yo no entendía, supe que habíamos terminado. Y dolió. No voy a mentir.

Ahora, él no pierde oportunidad de recordarme que estamos en lados opuestos. Cada vez que nos cruzamos, me lanza comentarios sarcásticos, como si fuera divertido verme molesta. "¿Seguís con esos libros aburridos, Miller?" o "¿Cuándo aprenderás a sonreír, amargada?". Él cree que tiene todo resuelto, que puede pisotear a quien quiera sin consecuencias.

Pero yo no pienso dejar que me afecte más. Jake Turner puede ser el rey de lo que sea, pero para mí no es más que un recuerdo roto de lo que alguna vez tuvimos. Y si quiere jugar su estúpido juego, estoy lista para seguirle el ritmo. Porque esta vez no pienso perder.


El despertador suena a las 6:30 de la mañana. Me toma exactamente tres minutos convencerme de salir de la cama. No es que tenga muchas ganas de ir al instituto, pero quedarme no es una opción, así que me arrastro hacia el baño.

Me miro en el espejo mientras me lavo la cara. Mi reflejo me devuelve la misma imagen de siempre: cabello castaño claro enredado, ojeras tenues, y esos ojos verdes que me recuerdan a mi mamá. Me hago una coleta rápida y busco algo cómodo para ponerme: jeans gastados y una remera gris. Prefiero no perder tiempo pensando en ropa; en un lugar como el instituto, ya sé que haga lo que haga no voy a encajar.

Lo Que Nunca DijimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora