Real 2

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Más grande que la vida, como ver a una estrella de cine en persona, su carisma es asombroso. Cada centímetro de su cuerpo delgado y musculoso tiene un aura de fuerza pura, lo cual da esa impresión de ser un hombre, pero una encantadora gracia en su expresión le da un aspecto joven y vibrante.

Tengo la impresión de que somos los más jóvenes en el avión, y me siento aún más joven de lo que soy cuando me siento a su lado, como si hubiera pasado a ser una adolescente de nuevo. Sus labios se curvan, y honestamente jamás he conocido a un hombre más seguro de sí mismo, se recuesta casi sensualmente en su asiento, sin perderse nada con sus ojos.

—¿Ya conoces el resto del personal? —pregunta.

—Sí. —Sonrío.

Me mira fijamente, mostrando sus hoyuelos, sus ojos evaluando. La luz del sol golpea su cara en el ángulo adecuado para iluminar las manchas en sus ojos, sus pestañas tan negras y gruesas, enmarcando esas piscinas azules que me absorben.

Quiero comenzar profesionalmente, ya que es la única manera que puedo verlo trabajando, entonces sin apretar sujeto el cinturón de seguridad alrededor de mi cintura y voy directo al grano.

—¿Me contratas para una lesión deportiva en particular o más bien como prevención? —consulto.

—Prevención. —Su voz es áspera y me pone la piel de gallina en mis brazos, y me doy cuenta, por la forma en que su gran cuerpo se vuelve hacia mí, que no considera necesario llevar el cinturón de seguridad en su avión.

Asintiendo, dejo a mis ojos recorrer su fuerte pecho y sus brazos, y luego me doy cuenta de que podría estar mirándolo muy descaradamente.

—¿Cómo están tus hombros? ¿Tus codos? ¿Quieres que trabaje en alguna cosa hacia Atlanta? Pete me dijo que es un vuelo de varias horas.

Sin contestarme, simplemente extiende su mano hacia mí, y es enorme, con cicatrices recientes en cada uno de sus nudillos. Me quedo mirando hasta que me doy cuenta de que me la está ofreciendo, así que la tomo entre las mías. Un escalofrío de sensibilización atraviesa desde su mano y profundamente hacia mí. Sus ojos se oscurecen cuando empiezo a frotar la palma con ambos pulgares, en busca de nudos y opresión. El contacto piel a piel es asombrosamente poderoso, y me apresuro a llenar el silencio que de repente se siente como peso muerto alrededor de nosotros.

—No estoy acostumbrada a este tipo de manos grandes. Las manos de mis estudiantes son generalmente más fáciles de masajear.

Sus hoyuelos están a la vista. De alguna manera no estoy segura de que me escucha. Parece especialmente absorto mirando mis dedos en él.

—Lo estás haciendo muy bien —dice en voz baja.

Me concentro en las líneas y las inmersiones de sus palmas, y en cada uno de sus decenas de callos. —¿Cuántas horas al día te preparas? —le pregunto en voz baja, mientras el avión despega tan suavemente que apenas me doy cuenta de que estamos en el aire.

Sigue mirando mis dedos, con los ojos medio bajos. —Hacemos ocho. Cuatro y cuatro.

—Me encantaría que estiraras cuando termines el entrenamiento. ¿Es eso lo que los especialistas también hacen por ti? —le pregunto.

Asiente, todavía sin mirarme. Entonces sus ojos chasquean hacia arriba.

—¿Y tú? ¿Quién chequeará tu lesión? —Señala a mi rodillera, visible a través de la falda hasta la rodilla, la cual se elevó un poco cuando me senté.

—Nadie. Ya he terminado con la rehabilitación. —La idea de este hombre viendo mi video vergonzoso me hace sentir mareada—. ¿Tú me buscaste en Google también? ¿O es que tus chicos te contaron?

Sarcasmo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora