Sumérgete en los pensamientos y sueños de cada uno de los vecinos de la calle Perdidos, donde los secretos susurran detrás de las cortinas y las esperanzas naufragan en las sombras de lo cotidiano.
Cada puerta esconde una historia que entrelaza a...
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A estas alturas, ya me había acostumbrado a no esperar mucho de Owen en cuanto a mostrar aprecio por mi trabajo, pero después de la entrevista con Marta, algo cambió. Quizá fueron las pequeñas pistas que empezaban a emerger, las inconsistencias en los relatos de los vecinos, o simplemente que Owen, aunque no lo admitiera, empezaba a ver valor en mis aportaciones.
De cualquier forma, decidimos que nuestro siguiente paso sería hablar con el portero del edificio.
—Siempre empiezas por el portero —dice Owen, como si recitara un mantra.
—¿Por qué? —le pregunto, más por curiosidad que por cualquier otra cosa.
—Porque si alguien ha visto algo, es él. Los porteros están en todos lados, lo ven todo, y aunque crean que no, saben más de lo que se imaginan. Si alguien entró o salió a horas extrañas o actuó de forma sospechosa, lo sabrá.
Parece lógico, pero cuando veo al portero, empiezo a dudar. Este tipo no parece el tipo de persona a la que le prestarías atención. Su uniforme está arrugado, con una mancha de café en el bolsillo, y su mirada perdida sugiere que su mente está en cualquier lugar menos aquí.
—Jorge, ¿verdad? —pregunta Owen al acercarse.
El portero asiente, aunque parece más concentrado en su móvil que en nosotros.
—Sí, sí. ¿Qué necesitan? —responde sin levantar la vista, lo que ya de por sí es sospechoso. Nadie es tan indiferente cuando dos policías te están interrogando por un asesinato.
Owen va directo al grano.
—Estamos investigando el caso de Blanca de la Cruz. La joven que fue encontrada en el recibidor hace un par de días.
El tipo apenas pestañea, pero noto un ligero temblor en sus manos. Es sutil, pero está ahí.
—Ah, sí. Muy triste. No sé qué les pueda decir —murmura, finalmente guardando el móvil en el bolsillo. Pero algo me dice que sabe mucho más de lo que quiere aparentar.
—Bueno, necesitamos revisar las cámaras de seguridad. Ya sabe, por si captaron algo relevante la noche de su muerte —le explico con mi mejor voz de “soy amable, pero puedo joderte la vida si me mientes”.
Jorge levanta una ceja.
—Oh... las cámaras, sí... claro.
¿Oh? Esa palabra pequeña y maldita lo delata. Estoy bastante segura de que algo raro pasa, y si Owen lo ha notado también, no deja que se note. Se queda en silencio, esperando a que el tipo continúe.
—Verán, lo que pasa es que... eh, las cámaras del recibidor no han estado funcionando bien estos días. Algo con el sistema. Llamé a los técnicos, pero ya saben cómo son... nunca vienen a tiempo. —Se encoge de hombros como si no fuera gran cosa.
Genial. Justo lo que necesitábamos: cámaras estropeadas en la noche del asesinato. Como si esto fuera una de esas películas en las que las cosas fallan convenientemente para el asesino. Pero no se lo compro, nada de esto suena bien.
—¿Y qué hay de las cámaras del resto del edificio? —pregunta Owen, con la misma calma profesional que siempre usa, aunque noto que sus ojos se han entrecerrado ligeramente. Él tampoco está convencido.
Jorge traga saliva.
—Bueno, las del pasillo y la entrada principal sí funcionan. Pero... uh... tampoco es que graben todo el tiempo. Ya saben, no tenemos un sistema de vigilancia tan avanzado —dice, rascándose la cabeza.
—¿Podemos verlas? —intervengo antes de que se le ocurra alguna otra excusa.
—Eh... sí, claro, pero no sé si vayan a encontrar mucho —dice, intentando sonar despreocupado.
Nos lleva a su pequeño cubículo de vigilancia, un espacio minúsculo donde apenas cabemos los tres. El lugar huele a café rancio y a tabaco, y en una esquina se amontonan cajas vacías y papeles. En la pantalla del monitor se muestran las imágenes de las cámaras en blanco y negro, parpadeando de vez en cuando como si estuvieran a punto de fallar por completo.
Jorge se sienta y comienza a buscar las grabaciones de la noche en cuestión. Tarda demasiado. Cada clic que hace en el ratón parece sacarle años de vida, como si quisiera retrasar lo inevitable.
Finalmente, el vídeo aparece en la pantalla. No hay mucho que ver: el pasillo vacío del tercer piso, en completo silencio, excepto por el ocasional parpadeo de las luces de emergencia.
—Ahí está —dice Jorge, señalando la pantalla como si nos estuviera mostrando algo fascinante.
No hay nada en las imágenes que nos diga mucho. Ninguna persona aparece en el pasillo en las horas previas al hallazgo del cuerpo de Blanca. Pero entonces algo me llama la atención.
—Espera... —digo, inclinándome hacia la pantalla—. Adelántalo unos minutos más.
Jorge obedece y adelanta el vídeo. En un momento dado, se ve una sombra en el borde de la cámara. Es solo por un segundo, una figura que apenas se distingue. Luego desaparece.
—¿Quién es ese? —pregunta Owen, casi al mismo tiempo que yo.
Jorge parpadea varias veces, como si no hubiera visto la figura hasta ahora.
—No... no lo sé. Nadie debería haber estado ahí a esa hora —dice, y su voz ya no suena tan confiada.
Owen frunce el ceño y saca su libreta.
—Lo averiguaremos —dice, apuntando la hora exacta de la aparición de la sombra—. Mientras tanto, Jorge, asegúrate de que tengamos acceso a todas las grabaciones de los días anteriores.
El portero asiente, pero algo me dice que está escondiendo algo más. Tal vez no sea el asesino, pero definitivamente sabe más de lo que nos está diciendo. Y ahora tenemos una nueva pista: esa sombra en la cámara.
—¿Qué piensas? —le pregunto a Owen cuando salimos del edificio.
—Es sospechoso, pero todavía es pronto para hacer suposiciones —responde él, guardando su libreta—. Lo que sí sé es que el portero está mintiendo o al menos ocultando algo. Y no será difícil hacerle hablar.
Yo asiento, pero algo en mi interior me dice que esto es más complicado de lo que parece. Si alguien estaba en el pasillo esa noche, alguien que no quiere que lo sepamos, entonces las cámaras nos han dado más de lo que esperábamos.