El cuarto se sumía en una penumbra pesada, opresiva, al igual que el corazón de Elizabeth. Un suspiro grave escapó de sus labios cuando la puerta se cerró con un chasquido estricto, el eco del seguro resonando en la habitación fría y silenciosa. Sabía que su castigo no se prolongaría en el tiempo, pero sería una prueba de fuerza, una de esas que marcan el espíritu y lo doblan. Lentamente, sus ojos apagados, de un azul que alguna vez había sido vibrante, se posaron en la pequeña ventana. También cerrada con llave. Las monjas tenían todo bajo control, incluso su libertad.
Su pecho se oprimía con la culpa. Había sido su error, su debilidad. Nunca debió salir esa noche, nunca debió dejarse arrastrar por la tentación de la compañía de las demás chicas. Mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla, bajó la cabeza, hundiéndola en el refugio de sus piernas, encogiéndose sobre sí misma en un intento inútil de protegerse del peso de sus pensamientos. Toda la tarde se había acurrucado en su cama, sabiendo bien que debía estar rezando, suplicando perdón por los actos inmorales que había cometido. Pero las plegarias permanecían atrapadas en el aire, sin respuesta. Tal vez, pensaba, los dioses no la escuchaban porque su alma ya estaba demasiado manchada, demasiado rota.
Entonces, aquella voz grave y casi burlona rasgó el silencio.
—¿Por qué lloras? ¿Te volvieron a lastimar? —La familiaridad de ese tono la sacudió. Levantó la cabeza con rapidez, y ahí estaba él. Sentado en la penumbra de su habitación, como una sombra maldita. Frunció el ceño y trató de alejarlo con una almohada, pero su gesto fue inútil. El demonio se había movido tan rápido que ahora se encontraba en la orilla de su cama. Un chillido ahogado se escapó de sus labios, pero antes de que pudiera moverse, él habló con una suavidad perturbadora.—No me temas, cariño —Meliodas deslizó sus ojos por el rostro de ella con una ternura que se sentía fuera de lugar en medio de esa pesadilla—. No vengo a lastimarte. Vengo a liberarte.
—¡A-aléjate de mí! —La desesperación se mezclaba con el miedo en su voz, pero él apenas reaccionó.—Sucio demonio.
Una sonrisa leve se dibujó en el rostro de él y el color de sus ojos, negros como la noche, cambió lentamente a un verde profundo, como el de una esmeralda. Elizabeth se estremeció, retrocediendo, su respiración agitada.
—¿Sucio demonio, eh? —Meliodas atrapó un mechón de su cabello plateado y lo acercó a su nariz, inhalando su aroma con una extraña devoción—. Nunca pensé que mi propia esposa me llamaría así.
Elizabeth parpadeó, desconcertada, con el miedo arañando su pecho. Su voz tembló al replicar.
—¡Yo no soy tu esposa!
—Pero lo fuiste. —Su voz se volvió firme, profunda, deteniéndola, exigiendo que lo escuchara—. Hace miles de años, te arrancaron de mi lado. Nuestros enemigos te mataron para destruirme, porque sabían que tú eras lo más valioso para mí.
Los labios de Elizabeth se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. No podía ser cierto. No podía creerle. Era solo otro truco de ese demonio, otra blasfemia para tentar su fe, para hacerla caer. Pero, a pesar de sus esfuerzos, una semilla de duda empezó a arraigarse en lo más profundo de su ser.
— Te confundes de mujer — su voz se quebró apenas, mientras giraba el rostro al otro lado, buscando evitar sus ojos. Pero el aire, o más bien el poder que él emanaba, obligó a su cabeza a volverse hacia él de nuevo. No había escape. — ¿Qué es lo que quieres de mí?
— Todo — respondió Meliodas con una sonrisa lenta y peligrosa —. Nunca me olvidaría de la mujer que amo. Desde el momento en que volviste a este mundo, supe que no descansaría hasta recuperarte.
Elizabeth frunció el ceño, desconcertada. Ese tipo estaba loco. Pero algo en lo que había dicho la perturbaba. ¿Cómo era posible que él la conociera desde bebé? Si era verdad, entonces conocía a sus padres. Aquello que las monjas siempre le habían dicho —que habían muerto en las guerras— ahora parecía una historia incompleta. Algo más profundo la empujaba, y por primera vez, su mirada se clavó en la de él con una chispa de esperanza.
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Pacto A Medianoche
RomanceEn el lúgubre orfanato religioso donde la joven albina Elizabeth ha crecido, la esperanza de ser adoptada es tan distante como las estrellas. Rechazada por las monjas y sus compañeras, Elizabeth está destinada a una vida de soledad y oscuridad... ha...