Capitulo 1: Socio

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Regresaba al bufete con la misma sonrisa de siempre, esa que no se quitaba desde que había ganado el caso más importante de mi carrera. El caso Sanz no era cualquier cosa; era de esos que te ponen en la cima o te entierran para siempre, pero yo lo gané, como siempre. No había espacio para perder cuando uno tiene mi talento.


Apenas crucé la puerta del bufete, las felicitaciones llovían. Todos sonreían, palmaditas en la espalda, apretones de mano. No era para menos, acababa de salvar el pellejo a Sanz Corp, la joya de la corona de nuestros clientes. Me pavoneé por los pasillos, disfrutando del momento. Mis colegas me daban palmadas en la espalda y me lanzaban miradas de admiración. Me sentía en la cima del mundo.


 ---Travis, el hombre del día! —gritó Bryan, uno de mis amigos del bufete, con una risa burlesca—. Dime, ¿cómo te sientes sabiendo que tienes a media Manhattan a tus pies?


Le sonreí con una mezcla de ego y suficiente.


—Bryan, amigo, esto no es nada. Apenas estamos comenzando —respondí, mientras él soltaba una carcajada y le daba un codazo a Tom, el otro miembro de nuestra pequeña pandilla—. Ya sabes cómo es, los grandes siempre brillamos. Mientras tanto, otros... bueno, siguen en la sombra.


—Oye, solo no te vayas a atragantar con tanto champaña, ¿eh? —dijo Tom, con un tono burlón—. Aunque claro, ¿quién podría culparte? Tú lo tienes todo, ¿verdad?


—Exacto, chicos, exactamente —respondí con una sonrisa arrogante.


—Gracias, chicos —respondí, disfrutando del momento—. Solo hice lo que mejor sé hacer.


Entré en la oficina del director, una sala grande, moderna, repleta de libros y diplomas que parecían gritar "éxito". William Meyer, el director del bufete, me esperaba con una botella de champaña y dos copas.


—Baker, sabía que no me decepcionarías —dijo Meyer, levantando su copa—. Has hecho un trabajo excelente. Sanz está más que complacido.


—Sabía que podía manejarlo —dije, tomando la copa que me ofrecía. Brindamos y bebimos. La sensación del champaña burbujeando en mi garganta era el sabor del éxito.


Meyer se recargó en su escritorio, mirándome con una sonrisa.


—Travis, muchacho, sigue así y no habrá nada que te detenga. Te lo aseguro. La sociedad mayoritaria está a tu alcance.


—No hay otra opción, jefe. Voy a tomar ese puesto, es cuestión de tiempo.


Nos estrechamos la mano y salí de su oficina, sintiendo que el mundo me pertenecía. Cuando bajaba por el ascensor, sentí que había alcanzado la cima. O al menos, que estaba peligrosamente cerca.


Salí a la calle y, mientras caminaba hacia la parada de taxis, el destino quiso darme una pequeña dosis de ironía. Allí estaba Priscila Prescott, mi rival acérrima desde el día que puse un pie en este bufete. Alta, elegante y con esa mirada desafiante que siempre me molestaba. Competitiva como nadie, pero siempre dos pasos detrás de mí, donde debía estar.

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