prólogo

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Las flores son vida, amor y cariño, en sus pétalos impregnan la representación de sentimientos, deseos y sueños. Con el tiempo han rodeado al mundo de colores que llevan consigo un propósito, un ser; sus colores representando verdades que eran difíciles de explicar con simples palabras.

Para la mayoría, las flores llevan consigo el significado de belleza. Sus raíces largas, sus espinas afiladas y lastimosas, su brillo efímero que iluminaba al mundo. En los jardines, las flores eran admiradas por los humanos que detenían su paso para observar las rosas, girasoles y cada raíz que prometía un nuevo tipo de flor y colores.

Pero para Renjun, las flores solo eran el decorado del mundo, nada más sencillo que aquello. Estaban allí cuando corría camino a la escuela o cuando jugaba y reía con sus amigos en las tardes sobre el césped. Incluso existían en el encantador jardín que su madre cuidaba con una devoción que nunca entendió del todo.

Siempre había algo en los tonos rosados, amarillos y verdes de aquellas flores que crecían a manos de su madre que lo dejaban maravillado, algo que era incapaz de decir con palabras. Las tardes donde compartían el momento de regar las plantas estaban llenas de calma, una calma que era casi ritual. Siempre escuchaba el mismo consejo, repitiéndose casi como un cántico: "Hay que cuidarlas como nos cuidaríamos a nosotros mismos, después de todo, todos somos flores". Al principio no entendía a qué se refería su madre, creyendo incluso que se trataba de una frase en un viejo libro, un poema que alguna vez ella había escuchado o, simplemente, un refrán que repetía por costumbre.

Con el tiempo, el significado se reveló ante sus ojos.

El hanahaki. Ah, el hanahaki. Esa enfermedad que existía en la oscuridad, siendo oculta como un mito, evitada por el miedo que causaba; después de todo, lo desconocido siempre aterraba. Los humanos siempre ocultaban aquello que podía perjudicar su frágil paz, hicieron lo mismo con el hanahaki. Ingenuamente pensando que tal vez al esconderla lo suficiente, jamás les alcanzaría. Sin embargo, el hanahaki no distinguía entre aquellos que la conocían y aquellos que la ignoraban; ataca sin piedad a cualquier persona.

Renjun siempre pensó que tal mal era solo una historia inventada para asustar a los niños, una tontería tal como las historias de fantasmas. Pero todo cambió el día que escuchó a su madre llorar. Una de sus amigas más cercanas había sido atacada por aquella enfermedad, llevándose su vida con cada flor que florecía desde el fondo de su corazón. Fue ahí cuando todo cobró sentido. El hanahaki no era un mito, no era una leyenda, era una realidad. Era tan real como el amor mismo, y, lo peor era, que siempre atacaba a todos aquellos que se atrevían a amar.

La vida estaba llena de sombras, de miedos que inundaban los corazones y deseos de huir antes de que el dolor los alcanzara. Amar se había convertido en algo lejano, un sentimiento que muchos habían desterrado de sus vidas. Lo que antes parecía una realidad imposible, ahora era una verdad palpable: el miedo al amor. Negarse a sentir, a querer al otro, se volvió una defensa ante una triste realidad que podía golpearlos sin aviso.

Renjun observaba cómo el mundo a su alrededor se marchitaba. Los corazones se cerraban y el universo parecía teñirse de gris. Sin embargo, las flores que brotaban de los cuerpos humanos, como un eco cruel, seguían iluminando el horizonte. Eran un recordatorio, como una burla por parte de la naturaleza: por más que quisieran dejar de sentir, por más que el amor dejara de fluir, la muerte y las flores seguirían floreciendo. Querían un mundo sin dolor, pero las flores les susurraban que siempre encontrarían la forma de recordarles la cruda realidad.

Qué irónica tragedia para Renjun que veía tan lejano e irreal un amor no correspondido. Y, sin embargo, cuando llegó a su mundo, este se derrumbó. Su felicidad innegable, su bella y divina vida, que parecía no tener fin, se vio aplastada. Porque Renjun no tenía planeado enamorarse, hasta que, a la edad de 22 años, Renjun vomitó la primera flor. En ese instante, comprendió lo que era amar sin ser amado.

GOOD ENOUGHT || HRJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora