𝒫𝓇ℴ́𝓁ℴℊℴ || ℛℴ𝓂𝒶𝓃𝒸ℯ ℯ𝓃 ℒℴ𝓃𝒹𝓇ℯ𝓈

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Londres, con sus calles iluminadas por luces de neón y el sonido del tráfico en constante movimiento, parecía un mundo lejano para Meliodas. En el interior de un elegante apartamento en el centro de la ciudad, la tranquilidad era un refugio. A través de los grandes ventanales, la vista abrumadora del horizonte se mezclaba con la suavidad del hogar que había construido con su Alfa, Zeldris.

Meliodas, un Omega de belleza etérea, se sentaba en el sofá, envuelto en un suéter térmico de cuello alto que resaltaba su figura delgada y ligeramente musculosa. Su largo cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros, contrastando con la seriedad de su expresión, siempre neutral. A su lado, en un acogedor corralito, su pequeño hijo Percival balbuceaba, con esos ojos grandes y curiosos que reflejaban la herencia de su familia. A pesar de que el niño aún no podía hablar, su risa y sus balbuceos llenaban el apartamento de una alegría indescriptible.

"¿Qué dices, pequeño?" preguntó Meliodas, inclinándose hacia él. "¿Tienes algo que contarme?" Percival le sonrió, intentando alcanzar un juguete brillante. "¿Ese es tu favorito? ¡Te gusta mucho, eh?" Meliodas tomó el juguete y lo movió frente a él, provocando una serie de risas y balbuceos del niño.

El sonido del teléfono rompió la tranquilidad, haciendo que Meliodas se sobresaltara un poco. Miró la pantalla y vio el nombre de Zeldris. Con una sonrisa, contestó. "Hola, cariño."

La voz de Zeldris resonó al otro lado, profunda y autoritaria. "Meliodas, estoy retrasado en una reunión. Lo siento."

"No te preocupes, Zeldris. Te esperaré," respondió Meliodas, sintiendo una oleada de calma al escuchar su voz. "¿Todo va bien en la reunión?"

"Todo bajo control. Solo algunos imprevistos. Pero sabes que siempre estoy pensando en ustedes." La calidez en la voz de Zeldris hacía que Meliodas se sintiera amado, aunque su Alfa nunca fuera el más expresivo.

"Prometo que estaré en casa tan pronto como pueda. Te amo," dijo Zeldris, y Meliodas pudo sentir el compromiso en cada palabra.

"Yo también te amo." Colgó y, sintiendo una mezcla de soledad y anhelo, se volvió hacia Percival. "Parece que papá está ocupado de nuevo. ¿Te gustaría jugar un poco mientras lo esperamos?"

El niño balbuceó entusiasmado, levantando los brazos hacia su madre. Meliodas lo tomó y lo colocó en su regazo, acariciando su cabello rubio. Percival intentó sostener un peluche de forma torpe, sus manitas aún aprendiendo a coordinarse.

"Hoy es un día perfecto para jugar," comentó Meliodas, mirándolo a los ojos. "Mira, aquí tienes a tu amigo el oso." Le mostró el peluche, haciendo que el pequeño riera y se lo llevase a la boca.

Mientras jugaban, Meliodas no podía evitar pensar en cómo Zeldris siempre había sido su roca, la fuerza detrás de su calma. A pesar de la frialdad que mostraba en público, Zeldris era todo lo que Meliodas podía desear en un compañero: atento, cariñoso y decidido a proteger a su familia a toda costa. Su empresa de alcohol había florecido gracias a su arduo trabajo, pero era esa dedicación lo que a menudo lo mantenía alejado de casa.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la puerta se abrió. Meliodas levantó la vista, su corazón latiendo un poco más rápido. Zeldris apareció, con su presencia imponente y su cabello oscuro peinado a la perfección. Su traje, impecable y de diseño, acentuaba sus músculos, y su mirada serena siempre traía un aire de autoridad.

A pesar de su expresión inmutable, había algo en la forma en que miró a Meliodas y Percival que derritió cualquier rastro de seriedad. "Hola, amor," dijo Zeldris, acercándose con pasos firmes.

"Hola, cariño," respondió Meliodas, sintiendo que una sonrisa iluminaba su rostro. Zeldris lo rodeó con un brazo, acercándolo a él junto a su hijo. Percival, al ver a su padre, sonrió con entusiasmo, balbuceando sonidos de alegría mientras levantaba los brazos.

𝐑𝐞𝐟𝐮𝐠𝐢𝐨 𝐞𝐧 𝐭𝐮𝐬 𝐛𝐫𝐚𝐳𝐨𝐬 || ᶻᵉˡⁱᵒᵈᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora