Un solo día había bastado para que Raf enfrentara el dilema existencial más grande de su corta vida. Solo podía pensar en lo mal que le había ido y lo mal que lo había hecho. Aunque no podía llorar, se sentía como si lo hiciera a cada instante; eran como dagas cortantes que apuñalaban su corazón. Por momentos, recuperaba la lucidez y se ponía a reflexionar, algo raro en él, ya que no lo hacía muy a menudo.
Raf había tenido una vida corta y aún era joven, pero no se sentía así. A menudo solía caminar solo por las calles, observando el día desvanecerse en atardeceres grises. Era la manera más sencilla que tenía de pensar y hablar consigo mismo, y no quería ir a casa porque sabía que allí tomaría acción en sus actos.
A veces tenía el mundo dando vueltas en su cabeza. Usualmente no le preocupaba nada, y trataba de esconder lo que sentía. Siempre había parecido alegre frente a los demás, actuando para convivir con los amigos que había conseguido. Dentro de su hogar era una persona, y fuera otra. Ese día en particular, recordaba con tristeza su pasado, que no había sido especialmente triste; sin embargo, en su mente se había formado la idea de que nunca había sido feliz, que no tenía un propósito en la vida, y el futuro le aterraba. Se preguntaba si algún día lograría algo. Las ideas venían como un torrente a su cabeza, construía mundos y vidas que aún no había vivido, pero al final solo eran historias que él deseaba que le sucedieran.
Además, recordó cómo un día, cuando aún era un niño, tuvo su primera idea: un chispazo que atravesó su mente. Era una idea tonta pero cruel. Ese día, Raf había tenido, según su propia percepción, uno de los peores días de su vida. Pensó en cómo la vida era cruel con él y cómo su mente lo engañaba, llenándolo de pensamientos que no podía controlar, aunque lo quisiera. Eso lo entristecía. Recordó también que en esos días lloraba mucho por no poder controlar esos pensamientos, y sufría sin motivo. Tampoco hacía amigos con facilidad, pues era muy tímido y reservado, pero con el tiempo todo eso pasó a segundo plano, y poco a poco esos pensamientos tétricos se fueron diluyendo.
Raf reflexionó sobre eso y le pareció muy estúpido que algo así lo hubiera inquietado cuando era pequeño. Pensó que tal vez, si todo eso no hubiera pasado, todo habría sido normal para él. También recordó otra ocasión, cuando ya estaba en la adolescencia y tuvo la desdicha de no aprobar un curso importante en el colegio. Se preguntaba por qué no lo había logrado si al principio era muy buen estudiante. Intentó recordar en qué momento llegó ese punto de inflexión en el que empezó a importarle tan poco su futuro, pero por más que lo intentó, no logró desbloquear esas memorias. Tal vez había sido algo que sucedió años atrás, o simplemente cambió por su propia voluntad. No lo sabía, pero ese hecho generó en su mente la primera idea macabra que tuvo, no contra otra persona, sino contra sí mismo. Se preguntó por qué lo intentaba, si acaso en algún punto la vida lo recompensaría. En ese momento no hizo nada; se sobrepuso y luchó por no perder el año.
Llegaron a su mente más recuerdos, pero estos eran más tristes. Raf pensó en una ocasión en que una persona había sido cruel con él y lo hizo pasar por un momento vergonzoso e injusto. Era injusto porque se había esforzado, y su esfuerzo no fue valorado como él deseaba. Lloró desconsoladamente; fue la última vez que lloró por las acciones de otro en toda su vida. Se secó las lágrimas, salió y se fue. Pensó en cómo quiso perderse para que no lo encontraran jamás, en cómo desearía no haber nacido y no tener que pasar por eso. Sin siquiera pensarlo, mientras se dirigía a su hogar triste y cabizbajo, llegó a un acantilado cercano y la idea lo invadió nuevamente. Pensó en si saltaba, ¿moriría? ¿Sufriría un dolor inimaginable y viviría como un tonto lleno de dolor y sufrimiento? Pero no hizo nada, solo se paró en el borde y miró el precipicio.
Otro recuerdo llegó a su mente cuando ya estaba en la universidad. En esos días ya estaba deprimido y sin ganas de seguir. En una ocasión le fue mal en un trabajo, tan mal que sabía que era su última oportunidad de pasar el semestre. No era grave, pero en su mente aquello fue lo más grave del mundo. Se había esforzado tanto, recordó cómo él solo hizo el trabajo, aunque era grupal, y le tomó mucho tiempo. No era que no hubiera estudiado ni hecho nada, simplemente, en ese momento, su mente se desvaneció. Toda idea vaga de lo que había hecho pereció en el intento. Pero al llegar a su casa, no lo contó a nadie. Simplemente tomó dos cuerdas, las ató y pasó una por su cuello. Se rió al recordar que no debían ser muy resistentes, porque se rompieron en el primer impulso. "Qué tonto fui", se dijo.
Pero ahora era diferente. Ya no era un niño, ya no era un tonto. Tenía el poder en sus manos, pero aun así, tenía tanto miedo de intentarlo. Reflexionando solo en su cama, no tuvo mejor idea que salir a caminar, ya que eso siempre le había ayudado. Mientras pensaba en lo que había pasado, sus más profundos deseos vinieron a su mente. Pensó en su futuro y en lo que podría lograr. Se dijo a sí mismo: "¡Qué demonios! Que todo se vaya al diablo, seguiré como siempre. Nada es tan difícil de solucionar". Entonces compró una empanada, la comió y la disfrutó como solo él podía hacerlo. Se sintió feliz. Fue a la plaza y pensó en cómo la gente se veía feliz, alegre. Pensó en cómo algunos luchaban día a día para conseguir lo que tenían. Sonrió y pensó en cuánto amaba a su familia, a sus padres y hermanos, y en cómo nunca les había contado nada de lo que le pasaba en la vida. "Qué tonto fui", se dijo a sí mismo. "Pude haber buscado ayuda, qué tonto soy", repitió en su cabeza. Pensó en lo buena que era la vida cuando no estaba preocupado y en lo magnífica que sería en el futuro. Creó un escenario hipotético en el que tenía su propia familia con la mujer que amaba, y había conseguido todo lo que quería.
Pensó además que él no era malo, era alegre y gentil. Siempre había ayudado en lo que podía, y no solo eso, siempre intentaba borrar su tristeza cuando estaba con alguien más. Sonreía, se reía, y también hacía reír a la gente. Entonces se dijo: "He vivido una buena vida", e inmediatamente pensó en cómo la gente trataba de ser su amigo aunque lo conocieran recientemente, algo que le alegraba mucho.
Cuando el sol se puso, observó una tarde violeta con las nubes pintadas y el horizonte oscuro. No miró hacia donde se ocultaba el sol, sino hacia el lado contrario, lo que le pareció más hermoso. Esa noche se fue a su casa, como otros días, sin pensar en nada. Preparó una cena que lo alegró porque hacía mucho tiempo que no cocinaba nada. Disfrutó ese alimento como si fuera lo más delicioso que había comido nunca. Apagó las luces de su cocina, encendió las de su dormitorio, preparó algunas cosas, y las luces de su habitación nunca más se volvieron a apagar.