Bienvenida

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Aegon apenas alcanzó a rozar las pesadas puertas de madera que sellaban la entrada a los aposentos de la reina. Ser Criston Cole estaba presionando una mano en su pecho para cortarle el paso.

— Mi príncipe, la reina está indispuesta, debe marcharse ahora.

Lo ignoró, justo como hizo desde el momento en el que le dijo que Alicent no lo recibiría.

— No me importa lo que tengas que decir, quiero ver a mi madre. ¡Abre la puerta! ¡¿No crees que merezco una explicación?! ¿No crees que merezco tu compasión?

Cole hizo una seña a los dos capa blanca que estaban detrás de Aegon para que lo sujetaran. Tenían la intención de arrastrarlo, así que no dudó en comenzar a sacudirse y patalear.

— ¡Habla conmigo madre! ¡Dime qué está sucediendo!

Había regresado en un pésimo estado físico del último conflicto, tan flaco y débil que no era rival para los guardias reales. Fácilmente se lo habrían llevado de no ser porque las puertas se abrieron en ese momento.

— Déjenlo pasar.

— Majestad, no debería.

— He dicho que lo dejes. 

 Aegon fue liberado y miró con resentimiento a los capas blancas que también deberían de obedecerle y cerró las puertas tras él una vez hubo entrado a la habitación.

La recámara de la reina no había cambiado en lo absoluto desde la última vez allí, pero Aegon no era nostálgico y pensó poco en eso, en cambio fijó su atención en el aspecto de la reina. Su madre que siempre se había mostrado fuerte e inflexible, ahora lucía cansada, líneas de expresión marcaban el rostro alguna vez joven y hermoso. Estando frente a ella ya no había necesidad de seguir actuando como un demente, cerró la distancia entre ambos y tomó las manos de la mujer entre las suyas. Buscó su mirada, pero la reina se negó a ello, permaneciendo con el rostro ladeado, en dirección al ventanal que daba al muro norte de la ciudad.

— ¿Qué está sucediendo? Recibí la orden del rey tan pronto pise Pozo Dragón, ¿por qué estoy siendo castigado, madre? ¡Sólo quería una puta jarra de vino y en cambio obtengo humillación y desprecio!

Tras incontables días y noches de caminar junto a la muerte, el llanto podría haberle traicionado pero su pena había sido tal que ya no le quedaban lágrimas, sólo un par de ojos cansados y llenos de resentimiento. 

Alicent, quien intentó ser indiferente, no pudo resistir la condena de su hijo y al final flaqueó, dio paso a la vergüenza y tuvo que morderse la lengua para no confesar.

— Fui allí tal y como querían, gané una guerra perdida tal y como querían, regresé vivo tal y como... querían.

Ya no estaba tan seguro de eso.

La respuesta que necesitaba no llegó, ella eligió el silencio. Ambos permanecieron en esa posición mucho tiempo, la reina lamentando los errores del pasado, y Aegon la injusticia de ser castigado por ellos.

Historia de un matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora