Capitulo 1(Prólogo): El comienzo de un viaje

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Jennifer González, nacida en la rural Extremadura en 1989, una chica nacida bella y alegre, pero pasaron los años....

El año 2000 fue un año que marcaría la vida de Jennifer para siempre. Con solo 11 años, ya había vivido más experiencias amargas de las que cualquier niña de su edad debería haber conocido. Jennifer vivía en un pequeño pueblo de Extremadura, un lugar tranquilo, casi detenido en el tiempo, donde las historias de cada familia circulaban en susurros por las calles empedradas. Para Jennifer, la vida en ese entorno era una mezcla de silencios dolorosos y ruidos estridentes que parecían no tener fin.

La casa de los González, su familia, era un lugar de constantes tensiones. Su madre, Carmen, una mujer callada y sumisa, se dedicaba enteramente a su hogar, cuidando de Jennifer y sus dos hermanos pequeños. Su padre, Antonio, trabajaba como ganadero, un hombre robusto, con las manos curtidas por el trabajo, pero cuya presencia en casa se reducía a las noches en que llegaba borracho o los días en que descargaba su frustración en gritos y amenazas.

Jennifer a menudo se escondía en su habitación cuando su padre entraba por la puerta. El sonido de las botellas chocando en la mesa y su voz ronca discutiendo con su madre se volvían insoportables. Sabía, como todos en el pueblo, que su padre pasaba sus tardes en el bar y sus noches con una joven sudamericana que había llegado al pueblo hacía unos años. A veces, las mujeres en la tienda o en la plaza hacían comentarios sobre ello. "Pobre Carmen", decían algunas. "No sé cómo aguanta", murmuraban otras. Pero Jennifer sabía muy bien por qué su madre lo hacía. Carmen no tenía a dónde ir. Sin trabajo ni familia que la apoyara, estaba atrapada, con miedo a quedarse sola y sin medios para alimentar a sus hijos.

Una tarde, mientras su madre planchaba ropa en la cocina, Jennifer se armó de valor y le preguntó:

-¿Por qué no lo dejas? -La pregunta salió casi en un susurro, temiendo la respuesta.

Carmen dejó de planchar por un momento, suspiró y, sin mirarla a los ojos, respondió:

-¿Y a dónde iría? ¿Qué haría sin trabajo? No sé hacer otra cosa más que cuidar esta casa. Nos moriríamos de hambre, hija.

Aquella respuesta dejó una huella en Jennifer. Su madre no estaba ahí por amor, sino por miedo, por la desesperación de no ver otra salida. Eso la inquietó más que la misma situación que vivían. Jennifer no quería convertirse en alguien atrapado en una vida sin elección.

Con el paso de los años, la situación en casa solo empeoraba. Antonio se volvía cada vez más agresivo, su madre más callada y sus hermanos crecían en medio de ese caos. Jennifer, ahora con 15 años, ya había decidido que no iba a seguir el mismo camino. Aunque aún no sabía exactamente cómo, estaba determinada a buscar una vida diferente, una vida donde tuviera el control de su destino.

Una noche, mientras su padre roncaba en el sofá y su madre fregaba los platos, Jennifer tomó una decisión. No podía seguir allí. Sentía que si no salía de esa casa pronto, su vida se convertiría en una prisión similar a la de su madre. Sabía que tenía que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Hacía ya meses que había empezado a ahorrar pequeñas cantidades de dinero, trabajando en lo que podía, ayudando a vecinas o cuidando niños del pueblo. Había escuchado historias de Barcelona, una ciudad grande, llena de oportunidades, con trabajo, cultura y playa con brisas de libertad. Si lograba llegar hasta allí, tal vez, solo tal vez, podría encontrar trabajo como camarera o en cualquier cosa que le permitiera mantenerse por sí misma.

Esa noche, mientras el resto de la familia dormía, Jennifer se levantó sigilosamente de la cama. Tenía todo planeado. Había empacado una pequeña mochila con lo necesario: algo de ropa, un cepillo de dientes, fotos y los pocos ahorros que había guardado celosamente bajo una baldosa en su habitación. El sonido de la puerta al cerrarse tras ella resonó en su mente como un eco de libertad. Su corazón latía con fuerza, pero no por el miedo de que alguien la descubriera, sino por la emoción de lo que estaba a punto de hacer.

Al salir a la calle, respiró profundamente el aire fresco de la noche. El pueblo dormía, ajeno a su huida. Sabía que no volvería. Caminó hacia la estación de autobuses con paso firme, sintiendo cómo cada paso la alejaba no solo de su casa, sino también del destino que parecía haber sido escrito para ella.

Mientras se sentaba en la pequeña estación vacía, esperando el primer autobús que la llevaría a Barcelona, Jennifer no pudo evitar pensar en su madre. ¿Qué haría Carmen al despertar y descubrir que su hija mayor se había marchado? ¿Se sentiría liberada o aún más atrapada? No lo sabía, pero en ese momento, Jennifer no podía cargar con más preguntas. Su vida estaba por comenzar, y aunque el miedo le acompañaba, también lo hacía una firme determinación.

-Barcelona... allá voy -murmuró para sí misma, mientras veía cómo las luces del autobús se acercaban por la carretera.

La huella de la libertad : Ecos de un pasado turbulentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora