El silencio de la medianoche

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El reloj de la sala marcaba la medianoche con un tic-tac insistente. La ciudad estaba envuelta en una calma inquietante, como si el mundo contuviera la respiración en anticipación. En una pequeña casa en el borde del bosque, los habitantes dormían plácidamente, ajenos a la sombra que acechaba en la oscuridad.

Ryan Price era un hombre que, a simple vista, se integraba perfectamente en la vida cotidiana de su pequeño pueblo, Huntsville. Con una apariencia común que no superaba los treinta años, su cabello castaño y su piel clara contribuían a una imagen de normalidad. Sin embargo, sus ojos color café eran diferentes: reflejaban una profundidad inquietante, como si llevaran dentro un abismo de pensamientos oscuros y secretos que nadie podía imaginar.
Huntsville era un lugar pintoresco, alejado del bullicio de la ciudad. Con aproximadamente diez casas y cuatro apartamentos, el pueblo ofrecía un ambiente de tranquilidad que atraía a aquellos que deseaban escapar del estrés urbano. Situado junto a un bosque hermoso, el pueblo parecía un refugio idílico para quienes valoraban la paz y la serenidad. Cada mañana, Ryan aprovechaba esta atmósfera para salir a caminar. Sus paseos lo llevaban al parque del pueblo, un espacio modesto pero encantador, lleno de árboles que ofrecían sombra y frescura.
El parque era el corazón de Huntsville. Allí, las familias se reunían para disfrutar del aire fresco, especialmente en los calurosos días de verano. Las risas de los niños resonaban mientras jugaban en el césped, creando un ambiente vibrante y alegre. Las bancas de madera marrón eran testigos de conversaciones cotidianas y momentos compartidos entre vecinos. A su alrededor, el mercado local y una pequeña clínica brindaban servicios esenciales a la comunidad, donde los ancianos acudían regularmente para sus chequeos médicos.
Ryan era conocido por su amabilidad; siempre tenía una sonrisa sutil en su rostro y estaba dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitara. Los vecinos lo veían como un hombre agradable, alguien en quien podían confiar y con quien podían compartir sus vidas cotidianas. Sin embargo, detrás de esa fachada amistosa se escondía un secreto oscuro y perturbador que contrastaba drásticamente con su comportamiento exterior.
Este secreto, que Ryan guardaba celosamente, lo mantenía en una constante lucha interna. Mientras todos lo consideraban un buen vecino y un amigo, él sabía que había partes de sí mismo que nunca podrían ser reveladas. Esa dualidad en su personalidad creaba una tensión palpable: por un lado, el hombre amable y servicial; por otro, el ser atormentado por pensamientos oscuros que lo llevaban a actuar de maneras que nadie podría imaginar.
Así, Ryan Price continuaba su vida en Huntsville, atrapado entre dos mundos: el de la apariencia y la realidad. Nadie sospechaba que detrás de su sonrisa se ocultaba una historia mucho más compleja y aterradora.

Sus días en su apartamento desolado, en el que vivían no más de cinco personas en aquel edificio pequeño y algo deteriorado por la humedad del paso del tiempo que se podría ver plasmado en lo que eran paredes de color blanco. La vecindad aquella era bastante tranquila, no parecían molestar mucho los vecinos de aquel lugar. Se podía escuchar la televisión encendida de los apartamentos adyacentes al suyo pero nada ruidoso que le pudiera molestar a algún vecino cercano.

Mientras cada día caía la noche en el pequeño pueblo de Huntsville, la mente de aquel retorcido monstruo se llenaba de voces que lo atormentaban y lo llenaban de una sed de violencia y odio insaciables.

El crepúsculo del día llegaba para darle comienzo a la noche como una vela que se apaga lentamente dando paso a una oscura y desolada calle. Iluminada con algunas farolas a lo largo de todo ese lugar. La noche era fria, la temperatura oscilaba entre los dos y tres grados, el invierno se acercaba.
El reloj casi marcaba la medianoche, todos dormían en Huntsville, pero algo extraño se movía por las calles de aquel pueblo. Un hombre encapuchado y con aspecto tenebroso, que podía poner los pelos de punta a cualquiera que se lo tropezara caminaba por aquellas calles frias.
Su caminar era despacio y seguro. Divisaba su próximo objetivo como un depredador cuando vé a su presa. Una casa algo apartada de su apartamento, podría ser a unos doscientos metros de su morada. Se veía un jardín iluminado con farolillos de césped antes de la entrada de la casa del señor Petterson, un anciano de unos sesenta y ocho años que no le agradaba mucho las visitas, algo cascarrabias y malhumorado.

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⏰ Última actualización: Oct 23 ⏰

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