El Juego De Avirh

0 0 0
                                    

Despertaba como todas las mañanas tras el zumbido de su antiguo reloj al costado de su cabeza. Postraba su mente apagada mientras descansaba su cuerpo al ras de la cama. Cubrecamas de lana tejido a mano, comprado en segunda mano por su hermana acompañado a juego con los almohadones que su tía le había traído de Egipto. Una habitación sobria perfecta para una persona sobria como Avirh. Colores sobrios que arrebataban las ganas de comenzar un día con una sonrisa.
  Todo era tan monótono que no hacía falta dar vueltas a la casa (que por cierto era tan pequeña como un galpón abandonado) para darse cuenta que no había problema alguno.
  Los cuadros inclinados, las macetas con plantas secas a los costados del living-comedor, los azulejos oxidados y la puerta del baño en mal estado. Pese a no tener la mejor presentación Avirh estaba tan acostumbrado a ese aspecto que la vergüenza le sobraba.
  Veía reflejado su aspecto desteñido en el botiquín del baño mientras cepillaba de lado a lado sus dientes avejentados.
  Tomaba una ducha rápida, dejaba caer su jabón pero no importaba, al día siguiente compraría otro, puesto que aquel, que yacía en el suelo ya había cumplido su vida útil.
  Dejaba su cabello secarse al aire natural del otoño anual. Vestía la misma camisa que el martes pasado, con la corbata que había vestido el jueves y los zapatos que venía usando desde hace cuatro años. Su uniforme estaba incompleto esta vez puesto que su chal descansaba junto a muchos otros en la tintorería pero no importaba, después de todo era ropa con un tiempo estimado de vida. ¿Cuánto tiempo? No se sabía pero tampoco es relevante.
  Salía de su casa con las mismas pintas de siempre, saludaba a su vecina, Doña Alicia, que regaba las plantas como todas las mañanas. Encendía su auto y se disponía a comenzar un viaje como todas los días.
  Prefería conducir en silencio, las noticias altruistas de los comentaristas de radio le estorbaban el paso.
  Tocaba uno que otro bocinazo y discutía en su cabeza con los transeúntes maleducados.
  Una que otra mujer le llamaba la atención pero no valía la pena despegar su mirada de la ruta, después de todo eran pasajeras momentáneas.
  Estacionaba su auto a un costado del estacionamiento, Avirh conocía muy bien las tácticas para no pagar de más, eso sí que le interesaba y era muy bueno en evadir impuestos.
  Recorría los mismos pasillos, las mismas escaleras y los mismos salones hasta llegar al suyo.
  Dejaba descansar su maletín a un lado de su escritorio y colocaba la fecha tal cual decía en el almanaque que llevaba consigo.
  Esperaba al timbre y repasaba el tema por primera vez en el día, después de todo no era necesario estudiarlo de pies a cabeza, su rutinario trabajo le había hecho aprenderse de derecho a revés todos los temas que enseñaba en su monótona escuela.
  Tampoco le hacía falta pasar la lista en voz alta, conocía de memoria los ojos de los estudiantes que lo observaban con respeto, o eso era lo que él pensaba.
  Escribía un cuadro sinóptico en el pizarrón y volvía a su asiento vigilando lo que sus estudiantes hacían o dejaban de hacer.
  Leía un párrafo de un libro que a las horas todos olvidarían y le daba la palabra a un desafortunado estudiante desorientado.
  Concluía su materia con una explicación que pocos entenderían y a su vez sería su manera de contrarrestar los pensamientos del escritor pensando así que su verdad era mucho más relevante, algo que pocos niños entenderían pero al final Avirh se vería como un simple profesor hablándole al libro ganando en su cabeza una discusión que jamás empezó y jamás terminará.
  El timbre le arrebataba su tiempo, para los niños era el descanso de una materia abrumadora, para Avirh solo era el comienzo de su abrumadora mañana.
  Seguiría entonces dando clases en distintos colegios encontrándose por sorpresa con las mismas miradas que se repetían constantemente en cada adolescente.
  Pero al final no importaba, Avirh volvía a su coche, con la radio siempre apagada, con los pensamientos en aleatorio acabando así con la rutina de su vida monótona en una casa igual de monótona qué la suya con una cama igual de monótona qué la suya con unos almohadones igual de monótonos qué la suya.

   Despertaba como todas las mañanas tras el zumbido de su moderno reloj al costado de su cabeza. Postraba su mente apagada mientras descansaba su cuerpo al ras de la cama. Cubrecamas de lino regalo de su hermano acompañado a juego con los cuadros que su mamá le había traído de Francia. Una habitación neutra perfecta para una persona neutra como Avirh. Colores neutros que arrebataban las ganas de comenzar un día con una sonrisa.
Todo era tan neutro que no hacía falta dar vueltas a la casa (que por cierto era tan mediana como una casa estándar) para darse cuenta que no había problema alguno.
Los cuadros derechos, las macetas con flores muertas a los costados del living estándar, los azulejos en perfecto estado y la puerta del baño como siempre lo ha estado. Pese a no tener la mejor presentación Avirh parecía no estar tan satisfecho ante lo que se presentaba en su mirada.
  Veía reflejado su aspecto desteñido en el gran espejo del baño mientras cepillaba de lado a lado sus dientes relucientes.
  Tomaba una ducha rápida, dejaba caer su jabón pero ya había un gran repuesto al costado de la ducha con jabones de todos los aromas perfectamente alineados.
   Dejaba su cabello secarse al aire natural del calor primaveral. Vestía una camisa diferente a la del martes pasado, con el moño rojo que había comprado el viernes y los zapatos que había usado en su casamiento.
  En la mesita de luz colgaba de un perchero el chal que una semana atrás había enviado a la tintorería, se miraba perfecto sin rasguños ni averías. Avirh decidió colocarse el chal no antes observar para todos los costados movimientos ajenos que se colaban en su espacio.
 
  Salía de su casa con las pintas renovadas, saludaba a su vecina Doña Alicia que limpiaba las ventanas como todas las mañanas. Encendía su auto y se disponía a comenzar un viaje como todas los días.

  La radio se encendió en una estación que Avirh desconocía, las noticias altruistas de los comentaristas de radio se mezclaban con el sonido del motor del auto. Avirh intentó detener aquellas voces pero era imposible, su mano derecha simplemente no reaccionaba.
  No hacía falta tocar la bocina puesto que los transeúntes se comportaban bajo las órdenes de conducir del código penal Argentino.
  Al mirar al costado de su asiento se percató de la fotografía de una bella mujer con un recipiente de plástico atado al cinturón de seguridad. Avirh no pudo evitar la sorpresa tras notar en su dedo anular un anillo de compromiso mientras aquella dulce mirada lo observaba por todo el trayecto.
  “coméme” yacía escrito en una hoja pegada al recipiente y sin más Avirh lo tomó extrañado con lo que veía.
  Estacionaba su auto a un costado del estacionamiento, Avirh no conocía aquel lugar ni mucho menos se le era familiar. Decidió entonces tomar cartas en el asunto abandonando cuanto antes el automóvil. Fue allí que se dio cuenta la extrañeza en aquel coche, nunca recordó tener uno así en sus cuarenta y pico años de vida.
  Recorría los extraños pasillos de una oficina que en su vida había visto pero lejos de preocuparse algo en él tomaba las fuerzas para conocerse extrañamente aquel recorrido de memoria.
  Casi involuntariamente abría una de las tantas puertas de aquel pasillo y se disponía en uno de los tantos cubículos de aquella oficina.
  Donde solía estar su supuesto cubículo de trabajo fue que se volvió a topar con un cuadro de la misma señorita, rubia pero no natural, de estatura pequeña, ojos marrones, dentadura perfecta, probablemente el tipo de mujer que cualquier hombre adoraría con tener aunque sea una vez en sus vidas pero esa no era precisamente la reacción de Avirh.
  Comenzó a inspeccionar sus alrededores los cuales cientos de veces había recorrido con anterioridad. Pasando ante su mirada tantas caras extrañas que lo saludaban como un conocido de toda la vida.
  Intentaba repentinamente llamar la atención de una compañera la cual lo saludó típicamente como todos sus compañeros solían hacer al verlo.
  _ ¿Qué te pasa, por qué esa cara?
  Preguntó ella.
  _ Para empezar, no sé quién es esta mujer que está presente a todos los lugares a los que voy.
  Respondió Avirh acercando aquel cuadro a su compañera de trabajo.
  _ Es tu mujer, llevan casados diez años. ¿Cómo te olvidas de algo así David?
  Respondió ella mirando con cariño la foto de la esposa de Avirh.
  _ ¡Mentira, yo no tengo esposa y tampoco trabajo en una oficina, yo soy profesor de lengua y literatura y doy clases en secundarias aledañas!
  Respondió con efusividad Avirh dejando caer aquel cuadro.
  Su compañera permaneció con una sonrisa que levemente parece desteñirse, una preocupación parecía tomar su cuerpo.
  _ No lo digas en voz alta. Te puede escuchar.
  Respondió la mujer volviendo a fingir una grata sonrisa en su mirada tramposa.
  _ ¡¿Te volviste loca mujer? no sé quién sos ni mucho menos sé quién es esta piba que se hace llamar mi mujer, no trabajo acá y no conozco a ninguno de los que me saludaron hoy.
  Un silencio atroz se impregnaba en su alrededor. Sus compañeros de oficina dejaban a un lado todo tipo de trabajo habitual y pese a no poder ver sus caras él ya intuía la sospecha en cada una de esas facciones desconocidas.
  _ Por favor no digas nada y no digas que te vieron acá conmigo, salí de acá antes que sea demasiado tarde.
  Agregó la mujer evitando de todas las maneras posibles concebir algún contacto visual con su compañero de oficina.
  _ ¡¿Cómo sabes todo lo que va a pasar eh?! ¡Decimé!
   Insistió Avirh.
  _ Ella ya sabe de mi.
  Respondió la mujer con unos ojos ocupados en lo que persistía en su computador.
  Pero Avirh  no tuvo tiempo de inspeccionar a fondo, en su lugar optó por salir de aquel extraño lugar donde todos parecían conocerlo.
Incluso el encargado de limpieza no pudo evitar saludarlo al verlo.
  Avirh lo dejó pasar, su prioridad era escapar.
  Corría con mucha velocidad por su ruta habitual que poco a poco se tornaba cada vez más desconocida.
  Evitaba tener contacto visual con todo ser que se aparecía por su camino hasta toparse con su moderno auto descapotable.
  Por fin lograba entender lo extraño en su automóvil pero poco le importaba prestar atención a pequeñeces.
  Emprendía ruta sin saber por los lugares a los que se sometía sin antes romper la foto de aquella extraña mujer que se colaba a donde quiera que Avirh iba.
  No temía conducir confuso por las calles ni mucho menos faltar las normas de conducir, su mente no tenía tiempo para fijarse en la distorsión de su alrededor pese a saber que algo estaba fuera de lugar.
  Pronto se colaba a su mente pequeños remanentes de su casa, las calles por las que transitaba solían estar adornados por los viejos adoquines que decoraban las calles de San Telmo pero esta vez no eran esas calles precisamente las que percibían los ojos de Avirh.
  Las calles con los nombres que solían marcar las cuadras de su barrio natal yacían sobrepuestas por los carteles que indicaban las calles de Adolfo Alsina al 3001 en Balvanera, calles poco transitadas por Avirh.
  Intentaba darle vueltas a cuya manzana su automóvil transitaba. No lograba reconocer la casa en la que creció y seguía viviendo pese a los años que lo atormentaban, todas aquellas fachadas de edificios típicamente porteñas no tenían similitud con la casa que lo vio crecer.
  Intentaba no desesperarse pese a las caras molestas que insistían observar tal automóvil de extraño porte en un barrio como tal, lejos de los grandes aposentos de la ciudad.
   Fue entre las pocas miradas distanciadas que miraban el descapotable con deseos de saber quien se escondía tras ocultos negocios de su portador que Avirh logró reconocer a la única persona que se veía alegre de encontrarse.
  Tras poner baliza al descapotable sin importarle que la grúa se lo llevara por mal estacionamiento Avirh se disparó hacía Alicia quien continuaba allí aseando los vidrios de la ventana de su chorizo típicamente porteño.
  _ ¡Doña Alicia, que gusto me da verla! ¿pero no se supone que usted vive en San Telmo, que hace acá?
  Dijo Avirh mientras su mano se iba a la búsqueda de su par de llaves que siempre colgaba de su cinturón artesanal traído de Mendoza.
  _ No hijito, me parece que se golpeó la cabeza contra la cabecera de la cama. Estás son las calles en las que usted y tantos vecinos se criaron y esa en efecto es su casa.
  Respondió Doña Alicia pese a que su mirada y acciones estaban plenamente concentradas en limpiar las ya impolutas ventanas de la casa chorizo.
  _ ¡Debe haber un error, le aseguro que esta llave es la de mi verdadera casa que está ubicada en Sal Telmo, calle Estados Unidos al 742!
  Respondió Avirh y tras un rápido vistazo a la perfecta abertura de la llave con la cerradura no pudo evitar acceder con el asombro estresante qué lo acompañaba desde su extraño trabajo en la oficina.
  _ Ojos tenés pero no querés ver que es diferente, David.
  Concluyó Doña Alicia mientras continuaba con una tarea más que agobiante a los ojos del muchacho.
  Pero Avirh estaba mucho más concentrado en develar el misterio que se escondía tras aquella misteriosa casa ubicada en Balvanera.
  Y fue allí, entre el desorden ordenado de una casa típicamente habitada por una pareja de casados que Avirh constató la pesadilla que vivía despierto.
  Más fotos de aquella extraña mujer de bella sonrisa se dibujaban en las paredes perfectamente alineadas algo que se salía por completo de las normas que Avirh había instalado mucho antes de aquella extraña confusión.
  No le pesó la mano al tirar al suelo cada una de aquellas fotos con la extraña figura de aquella mujer que sonría ampliamente y tampoco le pesaba la mente ver el vidrio roto de aquellos cuadros reventados contra el suelo. Su nuevo deber ya estaba implantado ante sus ojos y no descansaría en su habitación hasta no acabar con la extraña presencia de cada mínimo objeto extraño que había pasado por alto aquella mañana.
  Reventó con sus pies las macetas de flores marchitas, desalineó los cuadros que colgaban de la pared de la puerta que daba contra la escalera de metal, echó a la basura los jabones sin usar del baño qué compartía con aquella mujer y por último entró a su dormitorio dándole un golpe seco a la puerta.
  El sudor caía como manantial de su frente similar al frío rocío de una botella de gaseosa recién servida en la mesa. 
  Allí constató la última unanimidad que había dejado pasar por alto aquella frívola mañana neutral.
  Quitó con agresividad aquel extraño cubrecamas de lino y desgarró con sus fuertes manos los extraños cuadros que colgaban por encima de la cabecera de la cama.
  Por último acabó con su locura quitando abruptamente el anillo que descansaba en su dedo anular en promesa de casamiento.
  Abrió la ventana y lo dejó caer pensando entonces que aquella locura tendría un final y que al voltearse repentinamente todo volvería a ser como antes.
  Para eso entró en templanza consigo mismo y se repitió aquellas palabras una y otra vez.
  Con los ojos totalmente cerrados dio la vuelta preparado para despertar de aquel mal sueño que él creía estar viviendo en persona.
  Tras recobrar la tranquilidad se permitió abrir lentamente los ojos dejando atrás todo tipo de sudor helado.
  Pero al dejar sus ojos grises captar lo que tenía en frente no pudo evitar caer nuevamente en desespero.
  _ ¿Qué te pasa mi amor, por qué esa cara? 
  Le pregunté yo a mi querido David.
  _ ¡¿Quién sos y qué haces en mi cama, por qué me decís amor y qué hago viviendo en Balvanera?!
  Me preguntó David casi en un estado de cólera.
  _ Mi amor, me das miedo, nunca me había pasado esto antes.
  Le respondí intentando buscar seriedad en los ojos grises de mi querido esposo.
  _ ¿Encima la que te preocupas sos vos? ¡Nena, no te conozco, no sé quién sos ni cómo llegaste hasta acá!
  Insistió David más alterado que antes de su impulsiva agresividad.
  _ Vení conmigo mi amor, estás nervioso eso es todo.
  Accedí a mi David con los brazos totalmente abiertos permitiéndome así tocar el cuerpo robusto de mi querido esposo.
  _ ¿Quién sos y qué querés de mi?
  Insistió nuevamente Avirh.
  _ No me hagas hacer algo que no quiero amor. Odiaría tener que borrar tu mente y volver a escribir otra rutina en tu vida monótona.
  Le respondí accediendo a tocar la pálida frente encontrándome así con el sudor frío de mi amado.
  _ ¡¿Qué… cómo… qué estás insinuando?!
  David volvió a preguntar una y otra vez bajo la misma primicia de no saber donde estaba parado. Mi única respuesta fue una sonrisa, de esas que me ocupé de poner en cada una de esas fotografías que Avirh se encargó de romper al llegar a su nueva morada.
  _ Esto es nuevo. Ninguno de mis personajes ha tenido conciencia propia… bueno, hasta ahora.
  Respondo yo notando lentamente la palidez en el ya de por sí pálido rostro de Avirh.
  _ ¡¡¡No, no, no es posible, no yo no puedo ser un personaje de un cuento, yo tengo vida, tengo una familia, tengo una historia, yo soy real, yo no estoy impreso en una hoja de papel, yo no soy ningún personaje, yo soy David Avirh!!!
  Avirh intentó luchar hasta el último de sus movimientos tratando de despertar de lo que él creía que era en sueño, pero simplemente no había forma de lograrlo, él es y siempre será un personaje, mi personaje.
  _ Mi amor, ganaste el juego, felicidades por tu conciencia.
  Me acerqué a mi amado aportando el último comentario del cuento para acabar así con el relato de la historia de Avirh. Me acerqué con calma dándole un cariñoso beso de boca a boca con mis tiernos labios besando los de David, dejando así impresos estos últimos renglones   en las páginas que constatan la historia de David Avirh.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 23 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Juego De Avirh-cuento cortoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora