Único Capítulo

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La noche, oscura y profunda, parecía una extensión del alma de Chuuya Nakahara, un abismo insondable de sentimientos que él mismo se negaba a nombrar. La vida le había enseñado a no confiar en nadie, a no mostrar debilidad. Y sin embargo, ahí estaba, viviendo en el filo de un dolor tan agudo como el filo de una daga, un dolor que llevaba inscrito un solo nombre: Osamu Dazai.

Sentado al final de la sala de reuniones, observaba en silencio cómo Dazai se movía por la habitación. La sonrisa de Dazai, esa sonrisa maldita que siempre parecía contener secretos inconfesables, brillaba bajo la luz artificial. Para cualquiera, esa sonrisa era un juego, una máscara que Dazai usaba para mantener al mundo a raya. Pero para Chuuya, esa sonrisa era mucho más cruel: era la sonrisa que él nunca recibiría con sinceridad, la sonrisa que Dazai reservaba para otros, para cualquiera menos para él.

Chuuya apretó los puños, tratando de contener el maremoto de emociones que lo consumía. El deseo, el anhelo, el amor no correspondido... todo se enredaba en su pecho como espinas, cortándolo en cada respiro. No podía dejar que esas emociones lo quebraran. No podía mostrar esa debilidad ante el hombre que lo había humillado tantas veces. Y, sin embargo, ¿qué podía hacer cuando su corazón, rebelde y traicionero, latía tan solo por él?

El silencio se rompió con la risa despreocupada de Dazai, quien estaba inmerso en una conversación trivial con Kunikida. La voz de Dazai, suave y melodiosa, resonaba en la habitación, envolviendo a Chuuya en un torbellino de pensamientos incontrolables. Era una melodía que deseaba olvidar pero no podía dejar de escuchar.

"Es ridículo", pensó Chuuya, sintiendo cómo el resentimiento lo quemaba desde adentro. "¿Cómo alguien tan irritante, tan exasperante, puede tenerme así? ¿Cómo puede hacerme sentir tan... pequeño?"

Pero la verdad era clara, como una herida abierta que nunca dejaba de sangrar. Chuuya estaba perdidamente enamorado de Dazai. Amaba a quien lo trataba como si fuera un mero peón en su interminable juego de estrategias. Amaba a quien nunca lo miraría de la forma en que él lo deseaba.

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El frío viento de Yokohama golpeaba con fuerza, pero no podía congelar el incendio que ardía en el pecho de Chuuya. Tras la misión conjunta, mientras la adrenalina aún corría por sus venas, Chuuya pensó que había logrado mantenerse a flote, que había contenido sus emociones como un torrente que nunca se desbordaría. Pero entonces ella apareció.

Era una mujer de una belleza imposible, con un aura que la rodeaba como si fuera una deidad inalcanzable. Su cabello largo se movía suavemente con la brisa, y sus ojos, llenos de luz, parecían estar hechos para capturar la atención de cualquiera. Pero lo que más dolía, lo que realmente rompía a Chuuya, era cómo los ojos de Dazai brillaban al verla. Una luz que nunca había visto en él. Una luz que jamás estaría destinada a él.

-Dazai, ¿cómo te ha ido? -preguntó ella, con una sonrisa que desbordaba dulzura. Una sonrisa que pertenecía solo a Dazai.

Chuuya, inmóvil, sintió cómo su estómago se retorcía. Era como si todo el aire se hubiera evaporado del mundo, dejándolo sin respiración. Fingió que no le importaba, que estaba demasiado ocupado ajustando su sombrero o revisando los informes en su mano. Pero no podía escapar de lo que estaba justo delante de él.

Dazai respondió, y aunque su voz seguía siendo despreocupada, había algo más. Una suavidad en su tono que Chuuya jamás había escuchado. Una suavidad que le pertenecía a ella.

-Mejor que nunca -respondió Dazai, sus ojos fijos en ella como si nada más importara.

Y ahí estaba, la confirmación de lo que Chuuya siempre había temido. Dazai podía amar. Pero ese amor nunca sería para él.

El pecho de Chuuya dolía, un dolor punzante, profundo, pero no era un dolor físico. Era el dolor de ver cómo la persona que amabas miraba a otro, dedicando todo lo que alguna vez soñaste recibir. Era una herida que no tenía cura, un silencio que jamás se rompería.

Chuuya apretó los dientes, su voz atrapada en su garganta, sofocada por la marea de sentimientos que lo estaba ahogando. No había palabras para expresar el dolor de estar enamorado de alguien que nunca te correspondería.

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Después de la breve conversación, ella se despidió con una risa suave, dejando a Dazai solo con Chuuya. El aire entre ellos era pesado, lleno de todo lo que nunca se había dicho. Pero Dazai, como siempre, no parecía notarlo. Se giró hacia Chuuya con esa sonrisa burlona que lo caracterizaba, una sonrisa que ahora parecía una herida abierta en el pecho de Chuuya.

-¿Qué te pasa, Chuuya? -preguntó Dazai con su tono juguetón-. Pareces más gruñón de lo habitual.

Chuuya sintió cómo las palabras se atoraban en su garganta. Quería gritar, quería decirle todo lo que sentía, quería exigirle que lo viera, que lo mirara de verdad, no como un rival o un compañero de armas, sino como alguien que merecía ser amado. Pero no podía. No podía permitirse ser vulnerable frente a Dazai, no podía darle esa satisfacción.

-Cállate, Dazai -respondió, su voz más fría de lo que pretendía-. No tienes idea de lo que hablas.

Pero Dazai sabía. Siempre sabía. Chuuya podía verlo en sus ojos, en esa mirada evaluadora que lo desnudaba de todas sus defensas, como si estuviera disfrutando del espectáculo de su sufrimiento. Era cruel, deliberado, y Chuuya se preguntó, por milésima vez, por qué amaba a alguien tan malditamente cruel.

Dazai soltó una risa baja, como si todo aquello no fuera más que un juego.

-Eres tan predecible, Chuuya. Siempre tan fácil de leer. -Y con esa última estocada, Dazai se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

Chuuya lo observó irse, sintiendo cómo el vacío en su pecho crecía con cada paso que Dazai daba. Era el dolor del silencio, de todas las palabras que nunca había dicho y que ahora lo consumían. Sabía que Dazai nunca entendería, que nunca vería el verdadero caos que había desatado en su interior.

Quería correr, quería alcanzarlo y decirle lo que nunca se había atrevido a confesar. Pero también sabía que el rechazo sería más devastador que este silencio lleno de sufrimiento. Así que, como siempre, se quedó quieto. Callado. Perdido en las sombras de un amor que nunca sería correspondido.

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Los días pasaron, pero para Chuuya, cada uno de ellos era igual que el anterior: una repetición interminable del mismo dolor. Cada encuentro con Dazai, cada palabra intercambiada, era una herida nueva sobre las cicatrices viejas. Y aun así, Chuuya seguía ahí, atrapado en un ciclo del que no sabía cómo escapar.

Había noches en que se despertaba de sueños rotos, con el rostro de Dazai aún fresco en su mente, sonriendo, riendo, pero nunca mirándolo de la forma en que deseaba. Y cada mañana, al levantarse, sentía el peso del silencio que nunca había roto. Un silencio lleno de todo lo que jamás diría.

Porque, en el fondo, sabía que decirlo en voz alta no cambiaría nada. El amor que sentía por Dazai nunca sería correspondido, y admitirlo solo haría más tangible el dolor. Así que, día tras día, se aferraba al silencio, a la única cosa que le quedaba.

Y mientras el mundo seguía girando, Chuuya permanecía enamorado en secreto, sabiendo que su amor nunca saldría de las sombras donde lo había escondido. Sabía que lo que más le dolía no era el rechazo, sino la condena de amar en silencio para siempre. Un amor no dicho, un amor no vivido, un amor que lo mataba lentamente, en cada latido.

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Fin

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Sentimientos ahogados/SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora