•Sanar•

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La brisa nocturna hacía mover las hojas de los árboles y arbustos a su alrededor. Lo único que podía escuchar era ese murmullo que el viento hacía. Quizás era por estar sentado en el patio de su finca, pero el frío empezaba a calarle los huesos. De todas formas, no le importaba congelarse; pues el alcohol en su cabeza era el suficiente cómo para no sentir el frío por un largo rato.

Era extraño. A pesar de haber bebido ya dos botellas enteras de sake, aún no se sentía embriagado. Quizás debía empezar a comprar un mejor alcohol. Este no hacía el efecto que él deseaba. No lograba emborracharlo

En esto se había convertido su vida desde que perdió a su hermano menor. Ya no tenía una razón para mantenerse vivo. No tenía nadie a quién proteger. Entonces ¿Por qué no se suicidaba? Podía fácilmente escapar de ese dolor si se rebanaba la cabeza con su katana. Pero algo se lo impedía. Siempre que tomaba la espada en su mano, podía oír una voz que le decía que no lo hiciera. Que se arrepentiría. Que esperara un poco más. No sabía cuánto más debía esperar. De todas formas, su vida iba a acabar a los 25, y para eso sólo faltaban tres años. Sólo tres años y podría descansar en paz.

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Al día siguiente, a la misma hora, Sanemi se encontraba haciendo exactamente lo mismo de la noche anterior. Estaba sentado en el borde de la madera del pasillo de su patio, mirando a la noche estrellada. La Luna iluminaba el cielo con su grandeza. De nuevo estaba bebiendo alcohol sin parar. Esa se había vuelto su rutina. Pues solo en la bebida podía encontrar un descanso a la tormenta de pensamientos que su cabeza era.

Iba empezando la segunda botella, cuando pudo escuchar unos pasos entrando en su finca. Se alertó. No había invitado a nadie. Y, aunque podía ser el pesado de Uzui, él siempre venía temprano en la mañana para arrastrarlo. Pero era casi medianoche. La puerta corrediza de su habitación se abrió y alguien salió al patio dónde él estaba.

Sanemi ni se molestó en ocultar su sorpresa cuando reconoció a la persona. Era Giyuu Tomioka, el antiguo pilar del agua. Uno de los pocos que había quedado vivo después de la batalla contra Muzan, perdiendo solamente un brazo. Estaba cambiado, o así lo notó Sanemi. Tenía el cabello más corto, al parecer se lo había cortado. Su mirada parecía más suave, incluso preocupada mientras lo veía.

— Shinazugawa... — le llamó como un susurro

Sanemi se levantó con la botella en mano — ¿Qué mierda haces aquí? ¿Quién te dijo que podías venir?

Giyuu guardó silencio y sólo bajó la mirada hasta la mano que sostenía la botella de Sake. Sanemi chasqueó la lengua

— ¡Oi! ¡No me ignores!

— Shinazugawa — levantó su mano y le mostró una bolsa de tela que tenía — Te traje Ohagis

El albino entrecerró los ojos, una vena empezando a marcarse en su frente. Pasó por al lado de Giyuu en silencio y se encerró nuevamente en su habitación. ¿Quién se creía ese idiota para ir a molestarlo? Le reventaría la cara a golpes si se encontrara completamente lúcido. Sólo esperaba que su molesta visita no durara demasiado.

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Los rayos del nuevo día empezaron a colarse por su ventana. El hombre de cicatrices bufó molesto y se levantó de su futón. Tomó su ropa y se cambió, quitándose aquel yukata que usaba para dormir. Al abrir la puerta corrediza de su habitación, pudo sentir un olor proveniente de la cocina. No, no podía creerlo. Con rapidez se encaminó allí y, era lo que sospechaba. Tomioka se encontraba en su cocina, poniendo unos platos con comida en la mesa.

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⏰ Última actualización: Oct 24 ⏰

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