El secuestro (Valen)
El sonido monótono de las luces fluorescentes me despertó de un sueño inquieto. Miré a mi alrededor: paredes de metal frías, una cama dura, y la sensación de estar atrapado en un laberinto sin salida. Había pasado seis meses desde que el gobierno, o lo que sea que se hiciera llamar a sí mismo, me había llevado. La oscuridad de ese lugar se había vuelto mi única compañera.
Recordaba el día en que me capturaron. Solo quería ir a ver a mi abuela, asegurarme que estuviera bien, todo por ese virus de mierda. Sin embargo, ese día se transformó en pesadilla cuando hombres en trajes de soldados oscuros me arrastraron a un furgón. Desde entonces, mi vida se convirtió en una serie de pruebas desgastantes. Me sometieron a experimentos, cada uno más cruel que el anterior. En ese aislamiento, me pregunté si alguna vez vería a mis amigos y familiares de nuevo...
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. En cada prueba, me sentía más fuerte, aunque la mayoría de las veces solo era un conejillo de indias. Mis músculos se endurecían, mi resistencia aumentaba, y de alguna manera, sin querer, desarrollé una fuerza sobrehumana.
Recordé la primera vez que lo noté. Me habían encerrado en una sala, y los guardias, confiados en su superioridad, me lanzaron una pesada caja. En lugar de sentirme abrumado, la levanté con facilidad, como si fuera un juguete. La sorpresa en sus rostros fue indescriptible. En ese momento, supe que algo había cambiado en mí.
A pesar de los horrores que había enfrentado, ese descubrimiento me dio un rayo de esperanza. Si había adquirido esta fuerza, tal vez podría usarla para escapar. Los experimentos solo hicieron que me volviera más resistente, más decidido. Me prometí que, si lograba salir de ahí, encontraría a mi familia, a mis amigos, Ángel, Isma y Ken. Juntos, nos enfrentaríamos a este gobierno que se creía invencible.
Ahora, al mirar esas paredes grises y frías, sentí que la ira burbujeaba dentro de mí. Era tiempo de poner a prueba esa fuerza. Sabía que los guardias no estaban preparados para lo que estaba a punto de suceder. Con cada grito de desesperación que había contenido durante esos meses, acumulaba la fuerza para luchar por mi libertad.
Justo cuando la adrenalina comenzaba a burbujear en mis venas, escuché un sonido familiar: el golpe de botas pesadas en el pasillo. El encargado del lugar, Belial, un hombre de mirada fría y sin emociones, aunque aparentaba tenerlas, se acercó con su habitual porte autoritario. Su voz resonó en la sala, cortando el aire como una espada.
—Valen, es hora de que te transfieran —anunció, su tono tan mecánico como el sonido de las luces fluorescentes.
Una punzada de inquietud atravesó mi pecho. Transferido. Esa palabra resonó en mi mente como un eco ominoso. Sabía que un traslado significaba más que un simple cambio de lugar; probablemente sería llevado a un lugar con más recursos y métodos para someterme o incluso mi muerte. Mi corazón latía con fuerza al pensar en lo que eso podría significar.
—¿A dónde me llevan? —pregunté, intentando mantener la calma.
—A un lugar con más seguridad, donde podremos estudiar tus capacidades de manera más efectiva —respondió, sin dejar de sonreír, como si su desprecio por mí fuera un juego.
Un escalofrío recorrió mi espalda. En ese momento, sentí la urgencia de escapar, pero también una oleada de resignación. Había estado encerrado tanto tiempo que la lucha parecía una idea distante. ¿De qué serviría intentar liberarme si no sabía a dónde ir? Mi familia, no sabía donde podría estar y mis amigos, Ángel, Isma y Ken, estaban lejos, y cada intento de resistencia me había dejado más cansado y abatido.
—Está bien —respondí, dejando caer mis hombros en un gesto de rendición—. ¿Qué más pueden hacerme?
El encargado se inclinó hacia adelante, como si disfrutara de mi sumisión. —Esa es la actitud correcta, Valen. Te espera un futuro emocionante. Conocerás la verdadera magnitud de tus habilidades.