prologo

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El silencio era absoluto, como si el propio aire hubiese sido consumido por el vacío. Ishizu Ishtar se encontraba sola en una vasta llanura bajo un cielo de tinieblas, cubierto por nubes espesas que parecían devorar cada rayo de luz. Al principio, apenas podía distinguir el terreno bajo sus pies; estaba cubierto de un polvo grisáceo, similar a las cenizas, que se levantaba en pequeños remolinos cuando ella avanzaba. A su alrededor, sombras inquietas parecían moverse, susurrando palabras ininteligibles que se desvanecían en cuanto intentaba prestarles atención.

Aun en el sueño, Ishizu sentía un peso en el pecho, una opresión que la impulsaba a moverse, como si algo terrible estuviera a punto de ocurrir. Aunque el paisaje era extraño y amenazador, una presencia familiar llamó su atención en la distancia, una figura rodeada de una luz dorada que parecía desafiar la oscuridad.

Allí, imponente y majestuoso, estaba Atem, el faraón, su silueta resplandeciente como un faro en medio de la penumbra. Su expresión era solemne y concentrada, sus ojos, firmes y decididos, irradiaban un poder que atravesaba la distancia entre ellos. A su alrededor, los tres Dioses Egipcios se manifestaban con una intensidad casi tangible.

Slifer, el Dragón del Cielo, serpenteaba en el aire, su cuerpo sin fin creando una corriente de viento abrasadora que retumbaba con cada movimiento. Su boca de doble mandíbula estaba abierta en una mueca feroz, y sus ojos rojos brillaban con un poder que parecía provenir de las mismas entrañas de la tierra. Obelisco, el Atormentador, permanecía inmóvil, como una montaña imbatible; su figura colosal proyectaba una sombra pesada, sus músculos tensos como si estuviera listo para aplastar a cualquier enemigo que osara desafiar su dominio. Y finalmente, Ra, el Dragón Alado, flotaba sobre ellos con un resplandor ardiente que iluminaba la oscuridad, sus alas doradas extendidas como un sol naciente que infundía temor y reverencia en igual medida.

Atem y sus dioses parecían ajenos a su presencia, concentrados en algo más allá del horizonte. Ishizu sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Aunque la visión de los Dioses Egipcios siempre le inspiraba respeto, había algo inquietante en la postura rígida de Atem y en la manera en que los dioses parecían tensarse, como si esperaran una amenaza inminente.

Fue entonces cuando Ishizu notó otra figura a lo lejos, una sombra apenas distinguible entre la penumbra, que observaba desde el otro extremo de la llanura. La silueta estaba envuelta en una oscuridad aún más densa que el ambiente circundante, una negrura que parecía absorber la poca luz que Ra emitía. La figura era alta y delgada, y, aunque sus rasgos permanecían ocultos, emanaba una sensación de poder y peligro similar a la del faraón.

De repente, la sombra se movió. Ishizu sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Las sombras a su alrededor parecían encogerse, asustadas de lo que estaba por revelarse. En un instante, la figura oscura extendió una mano delgada, y desde las profundidades de la oscuridad, comenzaron a emerger tres siluetas imponentes, brillando con una luz oscura y siniestra que contrastaba con la brillantez de los Dioses Egipcios.

A su lado, Slifer, Obelisco y Ra aparecieron, manifestándose a su lado como guardianes tenebrosos. Las criaturas estaban alineadas junto a la figura oscura, creando una imagen aterradora: los dioses, tradicionalmente símbolos de protección y poder, ahora estaban acompañados por esta presencia ominosa que los desafiaba. La combinación de luces y sombras creó un espectáculo dantesco que llenó a Ishizu de terror.

Los ojos de los dioses resplandecían intensamente, pero la sombra que los acompañaba parecía absorber esa luz, eclipsando su resplandor con su propia oscuridad. La atmósfera se volvió opresiva, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad, a punto de estallar en un violento tormenta.

Ishizu intentó acercarse, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad, pero cada paso que daba parecía inútil; la figura no se volvía más clara, como si estuviera a una distancia imposible de alcanzar. La sombra continuó extendiendo su influencia, y con cada latido de Ishizu, sintió que el terreno bajo sus pies temblaba.

De repente, el cielo comenzó a cambiar. Las nubes se arremolinaron violentamente sobre ellos, creando una tormenta furiosa que destellaba con rayos púrpuras y azules, como si el propio cielo estuviera desgarrándose. Atem y la figura en sombras se enfrentaban, y entre ellos parecía surgir una presión invisible que deformaba el aire, provocando temblores en la tierra y el cielo.

Slifer lanzó un rugido ensordecedor que resonó por toda la llanura, mientras Obelisco golpeaba el suelo con su enorme puño, generando una onda de energía que desintegraba el polvo y las rocas a su alrededor. Ra desplegó sus alas, creando una barrera de luz dorada que se expandía como un escudo protector. Sin embargo, la figura oscura no retrocedía; al contrario, parecía desafiarles, alzándose como un igual frente a la imponente divinidad de los tres.

Entonces, una niebla espesa y oscura comenzó a filtrarse desde el suelo, envolviendo lentamente a Ishizu y al resto de la visión. Ella reconoció esa oscuridad; era el Reino de las Sombras, una dimensión de pesadillas y tormento eterno. La neblina avanzaba, convirtiendo el paisaje en una extensión de desesperanza, y la temperatura descendió, llenando el ambiente de un frío que parecía robarle el aliento.

En medio de esa neblina, las figuras de los dioses y sus contrapartes comenzaron a distorsionarse, como si la realidad misma estuviera fracturándose. Los susurros se hicieron gritos, voces de agonía y desesperación que se alzaban desde lo profundo de la neblina, resonando en la mente de Ishizu y llenándola de una sensación de desolación. Era como si miles de almas atrapadas en la oscuridad clamaran por liberarse, estirando manos invisibles que trataban de alcanzar cualquier destello de luz.

La figura en sombras comenzó a alzar una mano, señalando hacia Atem, y en ese gesto, la niebla del Reino de las Sombras se intensificó, extendiéndose como una marea oscura que amenazaba con consumirlo todo. El faraón Atem mantuvo su postura firme, pero Ishizu percibía una tensión en su semblante, como si incluso él dudara de la victoria frente a una oscuridad tan profunda y desconocida.

Entonces, en un destello de luz y oscuridad combinadas, ambas fuerzas parecieron chocar en un enfrentamiento final. La tierra se sacudió con una violencia aterradora, abriéndose en grietas que dejaban escapar llamas y sombras, mientras los cielos se rompían como un espejo estallando en mil pedazos. La presión era insoportable; Ishizu sintió como si su propio ser estuviera siendo desgarrado en medio de esa colisión de energías colosales.

En un instante, la explosión de poder llenó toda la visión. Ishizu no pudo ver nada más que una cegadora luz blanca, y entonces, todo quedó en silencio.

YU GI OH! Eco De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora