Capítulo 1: Paleta de Colores

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Era un día soleado cuando el primer llanto de Alex llenó la habitación. Su madre, agotada pero sonriente, lo sostuvo entre sus brazos y lo acunó suavemente, sintiendo su calidez y la fuerza de aquella pequeña vida que ahora dependía de ella. La luz del sol se filtraba por la ventana de la clínica, creando un halo dorado alrededor de ellos, como si el universo entero diera la bienvenida a un alma nueva.

La madre de Alex, Teresa, lo miraba con ternura. Cada día lo veía crecer con ojos llenos de esperanza, celebrando cada pequeño logro: la primera sonrisa, los primeros balbuceos, y aquel mágico momento cuando balbuceó un "ma-ma" por primera vez. A medida que crecía, su personalidad iba revelándose: era un niño curioso, siempre fascinado por el mundo a su alrededor.

Desde pequeño, Alex sentía que el parque era su reino. Su madre solía llevarlo al caer la tarde, y juntos caminaban bajo los árboles, observando cómo los pájaros volaban de un lado a otro y cómo el viento movía las hojas, creando una sinfonía suave y familiar. Para él, la vida no tenía preocupaciones, solo juegos y exploración. Hasta ese día, cuando conoció a Sofía.

Era una tarde de primavera, y Alex corría de un lado a otro del parque, imitando los sonidos de los autos que pasaban por la calle cercana. Mientras se lanzaba en su imaginación, alcanzó a ver a una niña pequeña, de cabello oscuro y ojos grandes, sosteniendo una paleta de colores. Estaba cerca de un árbol, disfrutando de su dulce, completamente absorta en el mundo de su propio placer. Alex sintió curiosidad. Nunca la había visto antes, y, por alguna razón, no pudo evitar acercarse, hasta que escuchó unas risas que lo hicieron detenerse.

Tres chicos mayores la habían rodeado. Uno de ellos, alto y desgarbado, tenía una mirada desafiante y una sonrisa socarrona. "Vamos, no seas egoísta. Solo queremos un poco," dijo, extendiendo una mano hacia la paleta de Sofía.

Ella retrocedió, sujetando con más fuerza el dulce. "No... esta es mía," murmuró con voz temblorosa, mientras sus ojos buscaban una salida.

Pero los chicos la ignoraron y comenzaron a acercarse más, arrinconándola. Fue entonces cuando Alex, sin pensarlo dos veces, se plantó detrás de ellos.

"¡Oigan! ¡Déjenla en paz!" gritó, apretando los puños.

Uno de los chicos, sorprendido, se giró para mirarlo de arriba a abajo, y después soltó una carcajada. "¿Y tú quién eres, enano? No te metas."

Pero Alex no retrocedió. "Le dije que la dejen. No tienen derecho a molestarla."

Un segundo de silencio se apoderó del grupo. Los chicos se miraron entre sí y luego, con un destello de malicia, el más alto empujó a Alex. Él tropezó hacia atrás, pero antes de caer al suelo, alguien lo sostuvo: era Sofía, que miraba a los otros con preocupación.

"¡Ya déjenlo!" exclamó ella, pero su voz apenas era un susurro que se desvanecía entre las risas de los chicos.

No satisfechos, uno de ellos le dio un empujón a Alex que lo lanzó al suelo. Esta vez, ninguno de ellos intentó ayudarlo, solo continuaron riendo y burlándose. Alex se quedó tirado, con el rostro hundido en la tierra y las rodillas raspadas, su orgullo más golpeado que su cuerpo. Al final, los bullies se fueron, aburridos de la escena y riéndose de su "hazaña".

Cuando se aseguraron de que los chicos se habían ido, Sofía se arrodilló junto a Alex, con una mezcla de gratitud y tristeza en sus ojos. "¿Estás bien?" le preguntó suavemente, como si temiera que cualquier palabra pudiera hacerle más daño.

Él asintió, levantando lentamente la cabeza para mirarla. "Sí... no fue nada," dijo con una valentía temblorosa, tratando de sonreír.

Sofía sonrió, y luego, en un gesto que parecía casi sagrado, le extendió su paleta de colores. "Toma. Es lo único que tengo para darte las gracias."

Alex se quedó mirándola, sorprendido. La paleta estaba un poco rota, pero era evidente que había sido su único tesoro en ese momento. "Pero... es tuya. No tienes que darme nada."

Ella se encogió de hombros, sonriendo con timidez. "Sí, pero te la quiero dar. Eres muy valiente."

Alex dudó un momento, pero al final tomó la paleta. "La comeré después" dijo. Alex sintió que algo en su pecho se iluminaba. Sofía, la chica de la paleta de colores, ya no era solo una desconocida en el parque. De algún modo, se había convertido en alguien especial.

Mientras los dos se quedaban sentados en la hierba, Alex supo que su vida había cambiado en aquel momento, en aquel parque.

Héroes, Una Historia Trágica de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora