1. APARICIONES

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Osaragi nunca había considerado su misión como algo glorioso. Desde que tenía memoria, había sido una cazadora, una bruja que se deslizaba entre las sombras de la ciudad, buscando vampiros o cualquier otro ser que se cruzara en su camino. Lo hacía sola. Era su trabajo, su única tarea, y no necesitaba un propósito noble ni una causa heroica que la respaldara. Su desprecio hacia los vampiros era tan natural como cualquier otra cosa en su mundo. Para ella, esas criaturas simplemente no merecían existir.

No veía el mundo como un lugar justo. Como cazadora, su vida había sido un recorrido solitario, atravesado solo por algunas pocas personas que habían cruzado su camino. Las luces de la ciudad parecían lejanas desde la azotea en la que se ocultaba esa noche, su mirada fija en las sombras. La oscuridad de la noche la envolvía como una segunda piel, silenciosa y pesada, mientras observaba el vacío bajo sus pies. Sabía que algunos humanos veían a los cazadores como héroes, como protectores de los inocentes, aunque la mayoría permaneciera ajena a su existencia. Probablemente lo fueran, pensaba, pero para ella, los humanos eran tan desechables como los vampiros. Su falta de empatía se extendía de manera uniforme sobre todo lo que la rodeaba, sin distinciones. Humanos o vampiros, todos le parecían igualmente despreciables.

No era que generalizara a todos los humanos. En su largo recorrido, había conocido personas inocentes, y esos eran los únicos por los que podía decir que tal vez cazaba. Aunque no necesitaba sentir empatía por ellos, algo en su interior la hacía seguir adelante, buscando una razón. Si alguna vez había encontrado algo que la motivara, era el deseo de eliminar lo peor de la humanidad: aquellos que se entregaban a la brutalidad sin pensarlo dos veces. Sin embargo, Osaragi sabía que no todos los humanos eran así, y había una sola persona que le había hecho reconocerlo.

Al final, la raíz de su aversión residía en su propio pasado. A pesar de su naturaleza como bruja cazadora, Osaragi seguía siendo humana, y para muchos, su forma de matar era un reflejo de lo peor de ella. Esa parte de sí misma, aquella que aún conservaba su humanidad, la conectaba con una debilidad que odiaba profundamente. Era un recordatorio constante de que, al igual que sus enemigos, ella también era vulnerable. Pero, en este punto de su vida, ya no le importaba.

Esa noche, sin embargo, su mente estaba centrada en un objetivo concreto: un vampiro con una reputación bastante peculiar. Se hacía llamar "Nagumo", y a Osaragi le parecía ridículo que una criatura tan despreciable quisiera ser reconocida por las atrocidades que cometía. En su opinión, era un vampiro estúpido que buscaba llamar la atención. Nadie en su sano juicio querría estar bajo el ojo público, mucho menos para que pusieran precio a su cabeza. La fama de Nagumo como un cazador despreocupado, que trataba a sus víctimas como si todo fuera un juego, solo lo hacía más detestable. Pero lo que más la molestaba era que él parecía evitar los enfrentamientos directos, dejando rastros y pistas, como si estuviera retándola a encontrarlo. Era como si, en su forma retorcida, también la estuviera cazando.

Nagumo no era el tipo de vampiro que se escondía en las sombras; él era la sombra misma, y parecía disfrutar del juego de la persecución. Osaragi había escuchado sobre su actitud y sus crueles juegos con sus víctimas. Por eso, no sentía ni un ápice de respeto por él. Para ella, Nagumo era una criatura inútil, tan malvada como cualquier otro vampiro.

Una mueca de irritación cruzó sus labios al recordar la última señal que había seguido, solo para encontrar un callejón vacío al final. Nagumo parecía conocer cada rincón oscuro, cada atajo, y su juego de desaparecer justo antes de que ella llegara comenzaba a desafiar su paciencia. Era como si lo buscara solo para burlarse de ella, un acto de arrogancia que Osaragi estaba decidida a cortar de raíz.

𝙻𝙰 𝙲𝙰𝚉𝙰 | AU ᴏꜱᴀʀᴀɢɪ × ɴᴀɢᴜᴍᴏ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora