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Historia inspirada en este tweet https://x.com/miss_mercuryy_/status/1816081587018080575


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Lionel siempre recordaba con mucho cariño la casa de su abuela, donde había pasado largos veranos durante toda su infancia y parte de su adolescencia. Recordaba el olor a tuco con mucho laurel que inundaba los pasillos del viejo hogar todos los domingos por la mañana, el sabor dulce de los caramelos que su abuela Mimi le daba a escondidas de su mamá después de comer, su voz melódica tarareando algún tango mientras limpiaba la casa. Ese caserón antiguo, ubicado en un barrio tranquilo y amigable de la ciudad de Rio Cuarto, dónde solía pasar veranos enteros en compañía de su dulce abuela, contenía un sinfín de recuerdos para Lionel.

Pero, sin dudas, el más importante era uno que guardaba en su corazón y con frecuencia regresaba a su mente, para hacerlo preguntarse qué habría sido de su amigo de la infancia.

Lionel tenía siete años y ocho meses y era el orgulloso propietario de su primera bicicleta sin rueditas, que había recibido como regalo para navidad. Casi no se había bajado de la misma desde que había llegado a Rio Cuarto ese verano, iba y venía por la cuadra de la casa de su abuela, recorriendo de una esquina a la otra, incansablemente. A veces, su tía Gladys lo llevaba hasta la placita, donde Lionel podía explorar un poco más el mundo en su nuevo medio de transporte favorito.

Una tarde particularmente calurosa, mientras los grandes dormían la siesta, Lionel sentía que se podía llegar a morir del aburrimiento. Salió al patio trasero, sintiendo el sol hacerle cosquillas en los brazos y se sentó debajo del árbol de ciruelas, escuchando las chicharras cantar con fuerza. Observó unas hormigas caminar en fila desde su hormiguero hasta perderse de vista en el patio de la casa contigua, separado por un alambrado. Se sacó una cascarita que se le había hecho en la rodilla, de cuando se había caído de la cama hacía unos días atrás. Se trepó al árbol para tomar una ciruela, que comió sentado en la tierra. Entre todo eso, para Lionel habían pasado horas, pero el seguía estando mortalmente aburrido. Su vista se posó en su bicicleta roja, tirada sobre el césped. Tenía terminantemente prohibido salir solo, con amenazas de quitarle la bicicleta de por medio, pero Lionel siempre había sido un poquito rebelde así que sin importarle muchos las represalias, se puso de pie y la arrastró, cruzando la casa con cautela, procurando no chocarse nada mientras se dirigía hacia la puerta de entrada, que cerró despacio detrás suyo.

En general era un barrio muy tranquilo, pero a la hora de la siesta la calle estaba más desierta que de costumbre. Lionel se subió a su bici y pedaleó, primero por la vereda y después, al ver que a esa hora no transcurría ni un alma, por la calle. Llegaba hasta a una esquina y daba la vuelta hasta la otra, aprovechando la desolada vía pública para andar en zigzag, sintiéndose libre mientras el vientito le pegaba en la cara. También tenía prohibido doblar a la esquina, fuera del rango visual de su abuela y su mamá, que a la tardecita solían sacar un par de sillas a la vereda y sentarse en la puerta de la casa a tomar mates, pero esa regla había decidido no romperla el día de hoy.

En una de sus vueltas, notó a un chico jugando en el jardín delantero de una casa que nunca antes había visto. Parecía bastante más chiquito que él, pero Lionel no tenía ni un amigo en este barrio, donde casi todos eran grandes, y pensó que le vendría bien tener alguien con quién jugar. Siguió de largo, repitiendo su recorrido. Cada vez que pasaba por delante del portón de rejas verdes lo observaba, aunque el otro niño parecía no notarlo, totalmente absorto en lo que estaba haciendo. Lionel comenzó a pasar cada vez más despacio, intentando inútilmente que el otro lo note, hasta que finalmente se detuvo delante de la casa. Se tomó con ambas manos de las rejas, sin bajarse de la bici y procurando hacer equilibrio para no caerse.

Mi amigo de la biciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora