2. ACECHO

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Nagumo observaba la ciudad desde las alturas, la noche envolviéndolo como una capa. Había algo deliciosamente irónico en todo aquello. Semanas atrás, había sentido el pulso de una cazadora acercándose a su territorio, un ritmo frío y meticuloso. No era el tipo de cazadora común, de esas que se lanzaban a la caza por mera arrogancia o dinero. Esta tenía algo más oscuro y afilado en su determinación al matar.

Osaragi.

Había oído su nombre antes, y las historias eran ciertas. La joven bruja cazadora parecía inquebrantable, casi sin emoción, y eso era lo que había captado su atención. En todas sus vidas, enfrentarse a alguien que realmente no mostrara miedo era un lujo que pocos le ofrecían. Y ella era un enigma: fría y decidida, alguien que no se conmovía ni por el odio ni por la sed de sangre.

Era perfecta.

Durante esas semanas, la había seguido desde las sombras. Podría confesar que él empezó a seguirla antes de que siquiera ella supiera de su existencia. La observó mientras intentaba rastrearlo, cómo cada movimiento suyo la acercaba y a la vez la mantenía a distancia. La fascinación que sentía no era algo que solía experimentar; era una mezcla entre curiosidad y entretenimiento. Él no buscaba enemigos, solo distracciones. La vida de un vampiro era aburrida, por eso muchos se arriesgaban a pasear por las grandes ciudades. Y Osaragi se había convertido en una distracción perfecta. Era casi un juego para él: verla acercarse, solo para desaparecer justo cuando ella estaba a punto de atraparlo. Era en esos momentos de decepción cuando ella mostraba un destello de ira que le encantaba.

Así que la había dejado acercarse. En aquel callejón, permitió que su presencia se revelara lo suficiente como para que ella lo encontrara, aunque él nunca estuvo realmente en peligro. La cazadora había respondido de una manera que no esperaba, rígida y fría, como una estatua de determinación. Lo que sí había anticipado era la chispa de ira en sus ojos. Fue un destello breve, apenas perceptible, pero él lo había visto, y esa imagen aún se mantenía fresca en su mente.

— Vaya, Osaragi — murmuró con una sonrisa ladina mientras se recostaba en una cornisa — resultaste ser más entretenida de lo que pensé.

Ese encuentro había sido el primer movimiento de su juego. No había esperado que se quedara inmóvil, mirándolo con esos ojos llenos de furia contenida. Era fascinante. En lugar de lanzarse al ataque, ella se quedó ahí, una cazadora debatiéndose entre la paciencia y el odio. Podía sentir su frustración incluso ahora, un eco que resonaba en la noche. Imaginó la rabia que debía de sentir después de su retirada, y el pensamiento le provocó una risa suave. Aun así, esperaba que la próxima vez no se quedara así; si no, realmente se aburriría rápido. Deseaba ver todo el potencial que había intuido en ella.

Él amaba jugar con sus presas antes de comprometerse del todo, pero esta chica... realmente quería divertirse con ella. Osaragi era una pieza de hielo y fuego, una contradicción en cada mirada y en cada movimiento, y eso lo atraía, casi como si él fuera el cazador jugando a ser la presa.

Aún podía ver las marcas de su rabia en el callejón. Sabía que, después de aquel enfrentamiento, ella buscaría canalizar esa furia, y no le sorprendió escuchar sobre una matanza de vampiros en un lugar cercano. Con una sonrisa burlona, pensó en la brutalidad con la que ella habría enfrentado a aquellos idiotas, desahogando la frustración que él le había provocado. La sola idea le causaba un cosquilleo de euforia.

— Supongo que nuestra querida cazadora necesita más motivación — susurró para sí mismo, sus ojos brillando con anticipación.

Se levantó de su lugar, decidiendo que no la dejaría descansar. Osaragi era su juego ahora, una cazadora que creía estar en control, pero que él guiaría por donde quisiera. No planeaba quedarse quieto, y desde luego no planeaba dejar que ella dictara las reglas.

𝙻𝙰 𝙲𝙰𝚉𝙰 | AU ᴏꜱᴀʀᴀɢɪ × ɴᴀɢᴜᴍᴏ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora