Sunoo era indudablemente lindo, y lo sabía muy bien. Se miraba al espejo más de lo que admitía, ajustando su cabello rubio con un toque despreocupado, convencido de que cada mechón caía a la perfección. Sus piernas largas y firmes le daban un aire de superioridad que disfrutaba exhibir, y su cintura pequeña y delicada superaba incluso a la de muchas chicas, algo que nunca dejaba de mencionar.
Su piel blanca y suave parecía casi perfecta, y él se aseguraba de cuidarla con esmero, utilizando productos caros que hablaban de su estatus. Su rostro era fino y delgado, y su sonrisa adorable tenía la capacidad de iluminar una habitación, aunque él prefería que todos notaran su belleza en lugar de su carisma. Sus ojos rasgados y marrones tenían un brillo que no solo reflejaba su confianza, sino también su narcisismo.
Cuando entraba a un lugar, Sunoo era el centro de atención, y lo disfrutaba en cada segundo. No tenía reparos en aceptar cumplidos, a menudo respondiendo con una risa ligera y un guiño, como si ser atractivo fuera su mayor logro. Su sonrisa, a menudo arrogante, era su carta de presentación; sabía que su físico era su mayor ventaja y no dudaba en aprovecharlo.
Era el tipo de chico que sabía que todos lo miraban y se aseguraba de que no se olvidaran de él. Al fin y al cabo, ¿por qué debería preocuparse por ser modesto cuando tenía tanto con qué presumir? En su mundo, el reflejo en el espejo no solo era una imagen; era un recordatorio constante de que él era, sin duda, el más guapo de todos.
Odiaba la escuela; le parecía tan aburrida. Las mismas caras, los mismos rostros que lo miraban con admiración y, a veces, con envidia. Eso lo agobiaba. ¿Para qué estaba estudiando, después de todo? Sabía que sus padres le dejarían toda su fortuna; después de todo, eran millonarios. Era el hijo único en una familia de puros alfas, y él era el rey indiscutible de su pequeño reino.
La idea de pasar otro año escuchando a profesores que no podían igualar su brillantez le parecía una pérdida de tiempo. Miraba por la ventana de su aula, observando el tráfico y la vida que pasaba afuera, y se preguntaba si realmente valía la pena. ¿Por qué no podía simplemente disfrutar de su vida de lujos y fiestas, en lugar de estar atrapado en un edificio de ladrillos donde la única emoción era esperar el almuerzo?
Sunoo era el tipo que siempre ocupaba el centro del salón, rodeado de admiradores y admiradoras que colmaban su ego. Era consciente de su atractivo, y lo utilizaba como una herramienta. A menudo bromeaba con sus amigos sobre su futuro, diciendo que todo lo que necesitaba era una sonrisa y una mirada para conseguir lo que quisiera. "El mundo es mío", solía decir con un tono arrogante, mientras se ajustaba la chaqueta de su uniforme con un aire de desdén.
Mientras otros luchaban con tareas y exámenes, él pensaba que solo necesitaba ser Sunoo: el chico guapo y rico que podía conseguir que todos hicieran su trabajo por él. Después de todo, en su mente, la escuela era solo un lugar temporal hasta que pudiera salir y disfrutar de la vida como realmente le gustaba: en fiestas exclusivas, con personas que solo querían estar cerca de él por su estatus.
Sunoo estaba harto de estudiar en una institución llena de omegas; todos eran ñoños, demasiado preocupados por sus calificaciones y sus proyectos escolares. La idea de socializar con ellos le parecía absurda, y su deseo de conocer a algún alfa crecía con cada día que pasaba. Sabía que los alfas estaban en la escuela que quedaba a una cuadra de la suya, y esa distancia solo acentuaba su frustración.
Anhelaba un poco de emoción, algo de chispa. Quería ligar con alguien que no estuviera demasiado intimidado por su belleza. Los alfas, aunque atractivos, a menudo se sentían superados por su físico deslumbrante. Sunoo disfrutaba de la atención, pero el hecho de que casi nadie se atreviera a acercarse a él lo hacía sentir aún más inalcanzable. Era un juego de poder que le encantaba, un alimento para su ego.