Prólogo: Tú

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"¿Por qué...? ¿Por qué tuviste que ser tú? Si tan sólo no te hubiera dejado aquella noche sólo, hoy no estaría aquí, frente a una lápida con tu nombre. ¿¡Por qué no fuí yo el que muriera en tú lugar!?"

Un grupo de personas se agrupó en el cementerio para despedir los restos del teniente Maes Hughes, quien falleció de manera inesperada, levantando las alertas en todo el cuerpo del Ejército. El hombre parecía tener una familia perfecta, pero había un detalle que nadie más conocía, sólo una persona de nuestra mayor confianza como lo es la teniente Riza Hawkeye: Maes y yo, Roy Mustang teníamos una relación a escondidas, lejos de las miradas de nuestros compañeros y de la multitud.

Pese a nuestra "historia", mi relación con su adorada esposa y su hija, Elicia, nunca se vió afectada sino todo lo contrario: la infante me adoraba, algo que me tomaba por sorpresa pues no era un sujeto al que los niños les produzca agrado, sino temor. Por otro lado, su esposa Gracia, depositaba en mí algunas de las preocupaciones por su amado esposo sin sentirme capaz siquiera de confesarle la verdad. Maes y yo hicimos un pacto, llevándonos ese secreto a la tumba...aunque él tomara ventaja en ese camino.

"No me siento capaz de hacerlo sin tí. Escucho el llanto de Elicia y se me destroza el corazón porque, tal como ella perdió a su papá...yo perdí al hombre con el que quería pasar mis días de gloria, compartir mis penas y alegrías, envejecer juntos y alcanzar la plenitud más allá de este plano terrenal."

Tras el entierro, el regreso a mi despacho fue totalmente solitario, escuchando solamente mis pisadas y pulsaciones pausadas. La mirada perdida, la falta de apetito y las bolsas bajo mis ojos eran el fiel reflejo de cómo me sentía, totalmente abatido...derrotado.

- Juro que encontraré al responsable...y lo haré pagar... Te lo prometo, amor.

Tres golpes suaves en la puerta me obligaron a levantar la vista, encontrando a Riza en el umbral de entrada. En sus manos, cargaba una bandeja de madera con algunos utensilios de té, la cual dejó en mi escritorio frente a mí. Dejó escapar un suspiro pesado y, tras enlazar sus propias manos tomó asiento mirándome a los ojos.

- Roy, está bien. Nadie va a enterarse...

Sus palabras se sintieron como un bálsamo sobre mis hombros, que me permitió dejar libres todas aquellas lágrimas acumuladas en lo más profundo de mi interior. Odiaba que mis subalternos me vieran en un estado de vulnerabilidad, principalmente ella que era completamente incondicional para mí.

- Mataré al que hizo ésto... ¡Tuve que ser yo! ¡No él!

- Lamentablemente, no tenemos la posibilidad o el don de cambiar el pasado o el destino pero podemos aprender de él y evitar cometer algunos errores que quizá, pasaron por alto. Lo mejor que puedes hacer en este momento es descansar, tomarte unos días y volver al trabajo. Estoy segura que... Maes...no hubiera querido verte en este estado... - la voz de la mujer se quebró y el silencio se presentó entre los dos, un silencio ensordecedor que permitía escuchar con total claridad los latidos acelerados de ambos, producto del dolor que acumulamos - Los hermanos Elric están fuera, quieren hablar contigo... Me pidieron consultar y en caso de no acceder a recibirlos, se marcharán.

- No estoy en condiciones de ver a nadie, quiero estar sólo...y eso te incluye. Por favor... - alcé la mirada, una expresión sombría y vacía en mis pupilas reflejaban mi postura.

La mujer no puso resistencia, más por el contrario se marchó llevándose un arma que tenía en el cajón de mi escritorio para que "no cometa una estupidez". Al estar totalmente sólo, aprecie en detalle la bandeja: una pequeña tetera, una taza con su pertinente platillo, cucharilla y unos terrones de azúcar.

"Quizá así...logre pasar el sabor amargo que siento en la boca".

Apenas logré preparar un té cuando la puerta de mi oficina se abrió de golpe, sólo que ahora, había cierto enano molesto, de larga cabellera y abrigo rojo. ¿Es que acaso no comprendían una simple orden como era "quiero estar sólo"? Aquel muchacho avanzó y plantó sus manos en mi escritorio, evitando desde mi posición hacer contacto visual con él.

- Ya sabemos la verdad. ¿Por qué ocultarlo? ¿Hay algo más que deba saber? - cuestionó con una expresión seria en su rostro, unas cuantas lágrimas reprimidas en sus orbes dorados y el cuerpo inclinado en mi dirección.

- Pedí expresamente no ver a nadie, y eso te incluye a tí Acero. Vete antes de que te saque a patadas de mi oficina, hablaremos en otro momento pero ahora déjame sólo - giré sobre el eje de mi propia silla, quedando de espaldas al adolescente - Lárgate, no me hagas repetirlo de nuevo.

El reflejo del cristal frente a mí me daba la oportunidad de ver el reflejo de Acero, quien resopló con molestia y se atrevió a tomar el respaldo de mi asiento. Dió un salto sobre el escritorio y quedó frente a mí, agarrando el cuello de mi camisa con fuerza sacudiéndome una y otra vez para ganarme su atención.

- ¡Deje de comportarse tan patéticamente! Sabe que lo odio pero no puedo permitir que siga de este modo. Entiendo su dolor...yo aún intento solucionar aquel fatídico error de aquel día pero si nos quedamos de brazos cruzados, no lograremos nada - el agarre de sus manos se aflojó, bajando sus palmas un poco junto a su mirada - No está solo, Coronel. Nos tiene a nosotros y tiene a su gente que estoy seguro, pensarían igual que yo.

"Entiendo su dolor"

Esas simples palabras bastaron para causar un click en mi cabeza y en mis emociones: es conocido que ambos hermanos experimentaron a una corta edad la tragedia y la pérdida de un ser querido...pero ¿Siquiera saben lo que es perder al amor de tu vida? ¿Esa persona con la que proyectaste cosas a futuro? ¿Con la que querías pasar tus días? Probablemente, no.

"Aparte, Acero tiene a su mecánica. Ella jamás lo dejará sólo. Simplemente está hablando por quedar bien conmigo."

- ¿Qué puedes saber tú sobre cómo me siento? ¿Eh? Entiendo que quieras hacer un acto de bondad al quedarte aquí a darme "ánimos" pero déjame sólo... No me hagas suplicar por segunda vez en el día - hice una pausa, cerrando los ojos antes de seguir hablando - También te odio... Comprendo que te quedes para no sentirte miserable pero tú presencia, después de un día complicado no me ayuda en absoluto. La pérdida de Maes no es lo que te imaginas, no para mí.

El muchacho bajó del escritorio, dándose la vuelta para finalmente retirarse. Muy en el fondo de mi pecho lamentaba tomar esta decisión de apartarlo y hacerlo sentir miserable, pero necesitaba de aquella soledad para aceptar que mi compañero de vida jamás regresará.

- Veo que fue una total pérdida de tiempo el venir hasta aquí. Siga hundiéndose en su propia miseria que yo estaré muy ocupado para volver a verle la cara en días o mejor aún, semanas - la puerta se cerró de golpe y el mocoso se retiró del cuartel.

La inmensidad de la oficina era abrumadora, me sentía minúsculo entre el mobiliario y los adornos. Una batería de recuerdos y memorias golpeaban mi cerebro sin descanso, creando un vacío que oprimía mi respiración: el amor prohibido, ser políticamente incorrectos en la intimidad, avasallar cualquier tipo de moral y respeto por la esposa de mi compañero...cada memoria dolía, tanto como una puñalada al corazón.

En medio de aquellos recuerdos, abrí uno de los cajones de mi escritorio tomando del interior la única fotografía que nos tomamos Hughes antes de que descubriera por accidente, los secretos del Ejército y la creación de las piedras filosofales. Aquella investigación fue la culpable de su muerte y, quiera o no, debía compartirla con el mocoso de Acero.

Mantuve la fotografía acunada contra mi pecho unos minutos, guardándola en su lugar y así, cerrar las cortinas de la oficina. Por la mañana haría mi mayor esfuerzo para no arrancarle la lengua al enano e intentaría disculparme por mi comportamiento, aunque no deba pedir perdón por nada.

"Espero mañana sea diferente... Y tú, dónde sea que te encuentres, espero no me sueltes en este camino hacia la verdad. Hago ésto por tí, por nosotros y para que este infierno acabe pronto".

Yo, acepto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora