07. ¡Chicas!

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07. ¡Chicas!

Pandora Harper

Subo por las escaleras que ya conozco a toda prisa, sin saber qué hora es o con qué voy a encontrarme al llegar a la cima. Mis piernas todavía tiemblan aunque me siento un poco más fuerte después de haber comido. 

Me congelo cuando llego arriba. Esperaba de todo menos la imagen que visualizo. 

Hay una chica de no más de quince años sentada en la barra mientras parece estudiar. Detrás de la barra, una mujer (de unos veinte años) friega unos vasos y canturrea alguna canción por lo bajo. La atención de las dos féminas se posa en mí ante el sonido de mis pasos. 

—¿Quién mierda eres tú? —gruñe la camarera, dejando el vaso y llevándose la mano a la cinturilla del pantalón— Verónica, ven aquí.

La niña se levanta con prisa, yendo hasta detrás de la barra y escondiéndose tras ella. La camarera levanta una pistola, apuntando justo a mi frente. Yo levanto mi arma, devolviendo el gesto. Mis manos ni siquiera tiemblan mientras sujeto firmemente la pistola que he robado. 

 —Escucha, voy a salir de aquí y no vas a decir nada, ¿soy clara? —intento que mi voz no suene nerviosa. 

—Lo llevas claro, niña, Bruno me mataría. 

Ella dispara, haciendo que mi corazón dé un brinco dramático. La bala no me da a mí, ni siquiera me roza de hecho, pero parece alertar al resto del personal. 

—¡Chicas! ¿Todo bien? 

Un hombre sale con prisa de una puerta, alzando una pistola con agilidad. Mierda, joder. Doy media vuelta, sin pensarlo mucho, y echo a correr en dirección a la salida. Antes de que pueda agarrar el pomo, la puerta se abre y yo choco contra el pecho del hijo de perra de Hernández. 

—¿Otra vez te has soltado? ¿Dónde está Lucas?

—Jódete —intento soltarme de sus brazos pero él me coloca contra la pared y me inmoviliza con su fuerte cuerpo. 

—Está bien, Matías, tengo esto —dice en dirección al hombre—. ¿Estáis bien, chicas? 

—Sí, nada que no pudiera controlar —dice la camarera con seguridad. Bruno suelta una risita entre dientes. 

—Me encanta tu hija, Mati —ríe—. Ahora, vamos a ver qué hacemos contigo. 

Sin que me lo espere, me agarra de las piernas y me carga como si fuese un saco de patatas. Gruño, lanzando patadas como puedo, pero me inmoviliza demasiado bien. Baja las escaleras conmigo a cuestas y camina por el maldito pasillo que ya reconozco a la perfección. Se mete en la celda, resoplando cuando se encuentra a Lucas tirado en el suelo. 

—Diablos, Pandora. 

Cierra la puerta, dejándome caer al suelo y quitándome el arma. Luego, se agacha para poder acercarse al Comandante. Lo mueve un poco, le habla y le mira el pulso con un gesto preocupado. Después, se lleva su teléfono al oído mientras hace una llamada, sus ojos enfocándose en mí. 

—Tengo a Lucas con una herida en la cabeza, ¿puedes venir a Deseo Prohibido? Está inconsciente y no reacciona —cuando le contestan, cuelga el teléfono y dirige toda su atención a mí—. Me estás causando muchos problemas. 

—Pues déjame ir. 

—Eres graciosa —pero no sonríe cuando lo dice. Exhala lentamente, su aliento me golpea en la cara por nuestra cercanía—. Voy a tener que tenerte mejor vigilada. 

Dos toques en la puerta hacen que Bruno se separe de mí. Me señala con un dedo, indicándome que no me mueva de la esquina en la que estoy, antes de abrir la puerta dejando entrar a un hombre de mediana edad. 

—Hola, Don. ¿Qué ha pasado?

—Por la silla rota en el suelo, imagino que se la han roto en la cabeza —mientras habla, dirige una mirada matadora en mi dirección. Le dedico una sonrisa agria, con enfado. 

El médico se arrodilla, abriendo el maletín donde veo varios utensilios médicos y se pone un par de guantes antes de examinar la herida de Lucas. Mientras tanto, Hernández se encarga de tenerme bien vigilada. 

—Me lo llevo a la clínica, le administraré suero para compensar la pérdida de sangre. Tal vez necesite algunos puntos de sutura, tres o cuatro —explica brevemente—. ¿Puedes avisar a alguno de los chicos para que me ayude a subirlo al coche, Don?

—Matías y Cassandra están arriba, pueden ayudarte. 

—¿Cassandra? ¿La hija de Matías? —el médico alza una ceja. 

—Te sorprendería la fuerza que tiene —se ríe Bruno—. Encárgate tú y dime algo lo antes posible, yo tengo que lidiar con mi prisionera. Vamos, Pandora, no me hagas drogarte. 

—Qué te jodan —gruño, pero lo sigo, negándome a que administre cualquier tipo de substáncia que pueda dejarme a su merced e indefensa. 

Bruno aferra su mano con fuerza a mi brazo y me hace caminar junto a él. Frunzo el ceño, confundida, mientras subimos por las mismas escaleras de antes. ¿A dónde demonios me está llevando? 

—Cassie, Matías, ¿podéis bajar a ayudar a Tomás? 

No puedo ver su respuesta, porque me hace salir del local y la luz del sol me golpea con fuerza, cegándome momentáneamente. Parpadeo, intentando ubicarme. Hernández no me deja hacerlo, me mete a la fuerza en la parte trasera de un coche y cierra la puerta. Luego, él se sube con prisa al asiento de copiloto. 

—Pon el seguro —le dice al conductor, al que reconozco como el Consejero del Cartel. Dante Gómez.

—¿A dónde estamos yendo? —le pregunta Gómez a Bruno.

—A mi casa.

El Consejero mira al Don con una expresión que no sé describir mientras que mis cejas suben casi hasta la línea de mi cabello con incredulidad.

—¿Cómo? —exhalo a la vez que el coche se pone en marcha.

Bruno sonríe de lado, pareciendo demasiado divertido, y me mira a través del retrovisor.

—Así me encargaré de tenerte bien vigilada.

Aprieto los labios con rabia, intentando asesinar a Bruno con los ojos.

—Voy a quemar la casa contigo dentro —gruño. Él sólo se ríe.

Hijo de perra.

Hablando en serio. Voy a quemar su maldita casa. Lo que sea por huir, es lo que hacen las zorras.

ZORRA (Mafia Mexicana 1) PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora