Capítulo 2: Lados Opuestos

119 22 7
                                    



I



Diana había pasado toda la semana sumergida en su trabajo. Las largas horas en la oficina eran una estrategia tanto profesional como personal. Quería asegurarse una ventaja en el caso, sentir que dominaba la situación; era una forma de victoria, un pequeño triunfo sobre Camille. La rivalidad, casi infantil, la había motivado a dar lo mejor de sí misma. Camille la había retado, ya fuera de manera directa o indirecta, y Diana se aferraba a esa chispa competitiva, esa sensación de adrenalina que hacía tiempo no experimentaba.

Era sábado, y la brisa fría de otoño se colaba por la ventana que había dejado abierta desde la mañana, un detalle insignificante hasta que el frío comenzó a hacerse más evidente. Afuera, Nueva York estaba inmerso en la temporada, con la gente refugiándose en cafés y sosteniendo tazas de bebidas calientes, mientras Diana optaba por la soledad y el silencio de su oficina.

A pesar de sus esfuerzos por concentrarse, la imagen de Camille aparecía intermitentemente en su mente, frustrándola. Le irritaba que una mujer a la que apenas conocía la distrajera de esa manera. Era absurdo, pero esa maldita actitud de Camille, su forma de desafiarla en su último encuentro, volvía a su mente, afectando su enfoque.

Sabía que debía contactar a Camille para hablar sobre las novedades del caso, pero había postergado enviarle un mensaje. Al ver la hora, se dio cuenta de que escribirle sería casi inapropiado. Nadie trabajaba a esta hora un sábado; todos ya estaban en casa. Sin embargo, asumió que Camille, al provenir del mismo mundo legal, entendería que algunas discusiones importantes no respetaban horarios. Ignorando las reglas sociales no escritas, Diana tomó su teléfono y comenzó a escribir.


—Camille, tengo novedades sobre el caso. ¿Podemos reunirnos para discutirlo?


Pasaron varios minutos sin que Camille respondiera. Diana suspiró, impaciente; realmente quería resolver la situación y no alargarla más. La noche ya estaba avanzada, y ella seguía atrapada en su oficina, sin intenciones de quedarse allí más tiempo. Finalmente, dejó de esperar, se levantó y decidió arriesgarse. Tal vez, con un poco de suerte, la encontraría.

Se detuvo en el baño de su firma. El día ya se había extendido demasiado, pero, a pesar de ello, sintió la necesidad de retocarse el maquillaje. Era casi un hábito, aunque sabía que lo hacía principalmente por Camille. Esa mujer la intimidaba de una manera que no quería admitir, y al saber que se encontrarían, sentía una extraña presión por verse impecable y profesional.

En cuestión de minutos, estaba de pie frente al imponente edificio donde, si tenía suerte, se encontraría con la abogada. Se quedó inmóvil, contemplando su gigantesca y majestuosa silueta. El frío de la noche calaba en su cuello, a pesar de que llevaba bufanda, y su aliento formaba pequeñas nubes de vapor que se disolvían en el aire helado con cada exhalación.

Diana inhaló profundamente, intentando calmar los nervios que la invadían con cada paso que la acercaba a la oficina de Camille. El eco de sus tacones resonaba en los pasillos, acompasando el latido acelerado de su corazón.

Al entrar, la vio de inmediato. Camille estaba sentada, concentrada en unos documentos, sin levantar la mirada. Una tenue luz iluminaba su rostro y los papeles dispersos frente a ella, creando sombras alargadas que conferían al ambiente un aire de quietud casi íntimo. Pero incluso en ese estado de concentración, irradiaba la misma belleza y sofisticación de siempre: su cabello recogido en un estilo sencillo pero impecable, sus largas piernas cruzadas y un lápiz que jugueteaba entre sus dedos.

Bajo JuramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora