Capitulo 34

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La Decisión de Contarles
Frederick

El eco de las palabras de Mackenzie seguía resonando en mi cabeza mientras manejaba de regreso a la oficina. La imagen de nuestro hijo en la pantalla, tan pequeña y aún así tan significativa, me había impactado más de lo que quería admitir. Sabía que había tomado la decisión correcta al ir a la ecografía, pero ahora estaba lidiando con una tormenta de emociones que no esperaba.

Pasé la mayor parte del trayecto en silencio, con las manos apretadas sobre el volante. La idea de tener otro hijo me llenaba de un miedo que nunca había sentido antes. No porque no quisiera al bebé, sino porque sabía lo que significaría traer una nueva vida a este mundo, especialmente con todo lo que estaba en juego entre Mackenzie y yo. Sin embargo, más allá de mis propias preocupaciones, había algo más que debía enfrentar: mis hijos.

William, James y Emily eran lo más importante para mí. Desde la muerte de su madre, había intentado mantenerlos lo más lejos posible de mis complicaciones personales. No quería que cargaran con el peso de mis errores, ni que sufrieran por mis decisiones. Pero este bebé no era un error, ni una complicación. Era una vida nueva, y ellos tenían derecho a saberlo.

Cuando llegué a la oficina, mi mente seguía dando vueltas sobre cómo decirles a los niños. Sabía que tenía que encontrar las palabras correctas, pero cada vez que pensaba en cómo podrían reaccionar, sentía un nudo en el estómago. Ellos ya habían pasado por tanto. No quería que esto los confundiera o los hiciera sentir menos importantes para mí.

Me senté en mi escritorio, observando la foto de los niños que tenía allí. William, con su seriedad y su madurez más allá de sus años; James, siempre tan lleno de energía y con una sonrisa que podía iluminar cualquier habitación; y Emily, mi pequeña princesa, la más dulce y delicada de los tres. Pensé en lo que significaría para ellos saber que iban a tener un hermanito o hermanita. ¿Estarían emocionados? ¿O se sentirían desplazados?

Decidí que no podía seguir postergándolo. Después de todo, esto no era algo que podía esconder por mucho tiempo. Además, no quería que se enteraran por accidente o de una manera que les hiciera daño. Necesitaba ser honesto con ellos, tal como había decidido ser honesto conmigo mismo.

Tomé el teléfono y llamé a la niñera, informándole que llegaría temprano para pasar tiempo con los niños. Apenas colgué, me dirigí a la salida. Mientras conducía hacia casa, me sentía cada vez más decidido. Sabía que esta conversación iba a ser una de las más difíciles de mi vida, pero también sabía que era necesaria. Si quería ser un buen padre, tenía que enfrentar esto con la misma valentía que intentaba enseñarles a mis hijos.

Cuando llegué a casa, los niños estaban en la sala, inmersos en sus propios mundos. William estaba leyendo un libro, James construía algo con sus bloques de Lego, y Emily jugaba con sus muñecas en la alfombra. Me quedé un momento en la puerta, observándolos. Eran tan inocentes, tan ajenos a las complicaciones de la vida adulta. Pero sabía que su mundo estaba a punto de cambiar, y que yo tenía la responsabilidad de guiarlos a través de ese cambio.

—Chicos —dije finalmente, entrando en la sala—, ¿podemos hablar un momento?

William levantó la vista de su libro y me miró con curiosidad. James dejó de lado sus bloques y corrió hacia mí, siempre tan entusiasta. Emily, que parecía haber heredado el instinto de su madre para detectar cuando algo estaba mal, me observó con esos grandes ojos marrones, llenos de preguntas.

Nos sentamos todos juntos en el sofá, y por un momento, me costó encontrar las palabras. No quería asustarlos ni hacerles pensar que algo malo estaba pasando. Pero al mismo tiempo, necesitaba que entendieran la magnitud de lo que les iba a decir.

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