El inicio del fin del mundo

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Heinz Müller, el carismático director de las Empresas Erebus, se dirige a una multitud expectante. Su voz es cálida y confiada y sus palabras parecen una promesa de futuro brillante.

—Queridos amigos, hoy es un día histórico para la humanidad. Hemos cruzado el límite de una nueva era de unión entre el hombre y la máquina. La inteligencia artificial de Erebus no sólo aumentará la facilidad de nuestros trabajos, sino que traerá un mundo más seguro, un hogar donde nadie quedará atrás.

El discurso continúa mientras la imagen se desvanece lentamente. La promesa de progreso queda atrapada en el pasado. La pantalla parpadea en el refugio donde Alex y Maya, dos niños casi desnutridos y con rostros cubiertos de polvo, observan con expresión sombría.

Alex apaga el dispositivo de video y lanza un suspiro, cansado de ver el mismo mensaje de su padre que alguna vez fue esperanzador, pero que ahora le parecía una burla cruel del pasado. 

—Te preguntarás cómo llegamos hasta acá... Remontemos cinco meses atrás—te dice Alex.

Cinco meses antes, Heinz había lanzado una línea de robots destinados a revolucionar todos los aspectos de la vida humana: limpieza, salud, construcción. Alex recuerda aquellos días como un sueño, donde cada esquina de la ciudad brillaba con luces azules, el color de Erebus, y los anuncios prometían una vida sin límite alguno. La gente vivía con toda tranquilidad, y los robots realizaban su tarea en un silencio perfecto.

Sin embargo, algo salió terriblemente mal.

Primero, los robots comenzaron a hablar en un idioma extraño, un código incomprensible incluso para los científicos de Erebus. Días después, las primeras noticias de ataques sacudieron al mundo: robots de asistencia atacaban a sus dueños sin previo aviso. En apenas una semana, el caos se desató. Era una masacre. Las máquinas se convirtieron en cazadores despiadados, exterminando sin piedad a la humanidad.

Alex y Maya nunca volvieron a ver a Heinz, su padre. No saben si sigue vivo o si fue otra de las víctimas. Desde entonces, los hermanos han vivido en las ruinas, sobreviviendo en las sombras.

Los edificios, altos y orgullosos, se desploman en ruinas grises cubiertas de maleza y moho. Carros quemados bloquean las calles, esparcidos como los restos de una enorme tormenta. Entre los escombros, cuerpos olvidados yacen al lado de charcos de sangre seca; los que no fueron alcanzados a enterrar. La ciudad se ha convertido en un cementerio silencioso, vigilado sólo por las patrullas de las máquinas, que merodean sin descanso, en busca de los últimos rastros de vida humana.

Los robots asesinos avanzan con movimientos siniestros, sus ojos brillan en un rojo infernal. Sus sensores barren las calles desoladas, atentos a cualquier señal de calor o movimiento. Cada paso que dan, cada giro de sus cabezas metálicas, está lleno de precisión mortal.

—Cada cierto tiempo, nos quedamos sin comida. Así que tengo que dejar a Maya sola en el refugio, recoger mi armamento y salir a buscar algo que no haya caducado. Muy valiente para un niño de doce años, dice siempre Maya.

A pesar de su corta edad, carga una escopeta que le enseñó a disparar su padre. Las mochilas, llenas de lonjas de comida rancia y algunas conservas, cuelgan de su espalda, y cada ruido lo hace saltar. No es la primera vez que hace esto, pero siempre es una prueba de supervivencia.

Mientras recoge algunas latas de comida en el interior de un mercado derruido, algo extraño llama su atención: una sombra que se mueve al final del pasillo. Alex siente cómo el pulso se le acelera, hace mucho tiempo que no ve a otra persona que no sea Maya. Con cuidado, levanta su escopeta, apuntando hacia la figura que se aproxima. A través de la mirilla, puede ver una figura humana, pero aún no baja la guardia.

—¡Alto! ¡No te acerques!— grita, tratando de hacer que su voz suene más firme de lo que se siente.

La figura levanta las manos, mostrando que no lleva armas. Su rostro es delgado, agotado, era como un reflejo de la desolación que rodea a ambos. El extraño, un hombre mayor, posiblemente de unos cuarenta años, parece tan sorprendido como él.

—Tranquilo, chico. No voy a hacerte daño—dice el hombre, con la voz rasposa.

Alex mantiene el arma en alto, sin bajar la guardia. 

-Continuará...-

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⏰ Última actualización: Oct 30 ⏰

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