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Mar adentro

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El sol comenzaba a iluminar las aguas de la isla cuando Felix salió de su cabaña, decidido a explorar la playa a primera hora. Los colores del amanecer pintaban el cielo con tonos dorados y rosados, mientras la brisa salada le despejaba la mente. Caminó por la orilla, perdiéndose en la inmensidad del mar, hasta que notó una figura familiar a la distancia.

Minho estaba en la playa, ajustando las redes en su pequeño barco. Felix observó cómo trabajaba, con movimientos calmados y precisos, como si el mar fuera una extensión natural de su ser. Algo en esa escena le pareció fascinante: Minho y el océano parecían entenderse en un lenguaje silencioso.

Felix dudó un instante, pero se acercó con pasos cuidadosos. Minho levantó la vista y sonrió al verlo, en esa forma tranquila que comenzaba a sentirse casi como un saludo personal. "¿Te has levantado temprano para ver el mar?", preguntó Minho, su voz suave como la marea baja.

Felix asintió, sintiendo un ligero calor en las mejillas. "No quería perderme el amanecer... y parece que tú tampoco."

"Para mí, es el mejor momento del día," contestó Minho, mirando hacia el horizonte como si compartiera un secreto con el océano. "Voy a salir a pescar. ¿Quieres acompañarme? Es mejor ver el mar desde adentro."

La invitación tomó a Felix por sorpresa, pero aceptó sin dudar. La idea de adentrarse en el mar junto a Minho, de descubrir lo que él veía todos los días, le pareció irresistible. Minho le extendió una mano para ayudarlo a subir al bote, y ese contacto breve envió un escalofrío por su piel.

Navegaron en silencio, dejando atrás la orilla y adentrándose en aguas más profundas. Felix observaba los destellos de luz en el agua, el suave balanceo del bote y la forma en que Minho, sin esfuerzo, guiaba la embarcación, como si cada movimiento fuera una coreografía que él dominaba a la perfección.

Después de unos minutos, Minho rompió el silencio. "Dime, ¿qué te trajo a esta isla tan lejana?"

Felix sonrió, pensando en cómo su respuesta parecía tan simple y tan compleja a la vez. "Soy biólogo marino. Vine para estudiar la biodiversidad de esta zona... pero también porque necesitaba un cambio, algo que me recordara por qué amo el océano."

Minho lo miró con interés. "Aquí no te faltará inspiración. Este mar tiene una vida propia, y a veces, cuando estás en paz, te permite ver su verdadero rostro." Su tono tenía un matiz reverente, como si hablara de un viejo amigo al que apreciaba profundamente.

Mientras el bote se deslizaba por el agua, Minho le señaló un arrecife que apenas asomaba bajo la superficie. "Allí es donde me gusta venir cuando quiero pensar," dijo, con una sonrisa ligera. "Los peces parecen brillar cuando el sol los toca, como si el mar los decorara especialmente para quien se atreve a mirar de cerca."

Felix lo escuchaba embelesado. No solo por la belleza de las palabras, sino por la pasión genuina en la voz de Minho, esa conexión íntima que tenía con el océano. "Tú ves el mar de una forma... especial," murmuró Felix, admirado. "Nunca he escuchado a nadie hablar del océano así."

Minho sonrió, pero no dijo nada. En lugar de responder, se detuvo en medio de una zona donde el agua era tan clara que podían ver el fondo. Miró a Felix con una leve chispa en sus ojos, como si estuviera por revelarle un secreto.

"Lanza la mano al agua," le dijo, y Felix, algo confuso, hizo lo que le pedía. Al tocar la superficie, pequeñas burbujas y destellos se dispersaron como una danza efímera.

"Placton bioluminiscente," explicó Minho, con una sonrisa orgullosa. "Cuando la marea está tranquila, aparecen aquí, y es como si el mar estuviera lleno de estrellas."

Felix sintió una emoción indescriptible. Era como si Minho le estuviera mostrando una parte de sí mismo, un pedazo de su mundo que compartía con él. Mientras permanecían en silencio, su mano aún rozando el agua, Felix sintió una atracción clara y profunda hacia él, una conexión que iba más allá de las palabras y del espacio entre ellos.

El resto del viaje fue una serie de pequeños descubrimientos compartidos, cada uno tan especial como el anterior. Sus miradas se cruzaban con una frecuencia que los hacía sonreír tímidamente, y los roces casuales de sus manos, al ajustar las redes o al señalar algún punto en el horizonte, parecían quedarse grabados en la memoria de ambos.

De regreso a la costa, ambos sabían que aquel día había cambiado algo entre ellos. Minho observó a Felix mientras bajaba del bote, sus ojos reflejando una emoción que ni siquiera él entendía del todo. Y Felix, al tocar tierra firme de nuevo, sintió que algo dentro de él había despertado, como si el océano le hubiera revelado un secreto que ahora compartía con Minho.

Sin decir mucho más, se despidieron, y mientras Felix se alejaba, un único pensamiento rondaba en su mente: quería volver a navegar con él, para descubrir más del mar... y de la conexión silenciosa que los unía.

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Nt: El plancton bioluminiscente es un grupo de organismos microscópicos que pueden emitir luz propia en el agua. Este fenómeno, llamado bioluminiscencia, ocurre gracias a una reacción química en sus cuerpos. Esta reacción involucra una molécula llamada luciferina y una enzima llamada luciferasa, que en presencia de oxígeno producen luz sin generar calor. Esta luz suele aparecer cuando el plancton es perturbado, como cuando las olas se mueven, lo que activa la reacción y hace que el agua brille en la oscuridad.

Uno de los ejemplos más conocidos de plancton bioluminiscente son los dinoflagelados, microorganismos que habitan los océanos. El más famoso es Noctiluca scintillans, que emite una luz azul intensa en regiones como el Caribe o la Bahía de Toyama en Japón. La bioluminiscencia es principalmente un mecanismo de defensa: cuando son perturbados, emiten luz para asustar a los depredadores o atraer a otros depredadores, creando una cadena que aleja la amenaza inicial.