Capitulo único

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En un rincón secreto alejado de mundo mágico de las hadas y los Pixies, donde el amanecer se deslizaba lento entre los árboles y el aire parecía suspirar en cada brizna de luz, vivían dos almas destinadas a amarse.

Cupido, el hada del amor y el dinero; y Sanderson, un pixie amante de las reglas y el trabajo, compartían una vida juntos, tejida con los hilos de un amor tan profundo como las raíces de los árboles magicos.
Cupido, un hada de esencia afeminada y exuberante, irradiaba vida y pasión en cada destello de sus alas con brillos dorados. Era la chispa, el susurro en el viento que hacía brotar la primavera, una presencia tan vibrante que en cualquier lugar donde posara sus pies, las flores se desataban en un festival de colores. Su presencia traía consigo una sensación de amor inmensurable imposible de eludir.

Sanderson, en cambio, era sombra y quietud, el silencio entre las estrellas, el murmullo de las hojas cuando la noche lo cubría todo. Vestía en tonos grisáceos, con alas de un casi cuadradas, casi como si fuera un libro aburrido de reglas personificado. Su semblante, siempre sereno y solemne, contrastaba con la efervescencia de su esposo, y aunque su rostro rara vez reflejaba emoción, sus ojos tenían un brillo oculto bajo sus gafas negras que solo Cupido conocía.

A pesar de sus diferencias, ambos se habían enamorado profundamente, con la intensidad de quienes reconocen un reflejo en el alma del otro, aunque las apariencias lo disimulen.

En sus noches juntos, cuando el mundo entero dormia y la luna plateada bañaba sus rostros, se observaban en silencio, cada uno buscando en los ojos del otro, reflejado una promesa que no necesitaba palabras para ser eterna.

Desde el momento en el que formalizaron su relación se mudaron a un departamento muy lujoso acordé al gusto de Cupido.
Cupido había decorado con guirnaldas de flores y pequeñas luces de fuego fatuo. Para Sanderson, esos adornos eran extravagantes e innecesarios, pero permitía que su esposo llenara el hogar de su propia magia. Después de todo, esas luces y colores hacían brillar la vida en ese rincón de sombras, y en los rincones de su propio corazón.
Su hogar siempre estaba inundado del olor a café, el café peruano que tanto amaba su esposo; cada que veía el café o sentía el olor de este en su trabajo, Sanderson inmediatamente veía plasmada en su mente la imagen de su esposo semi-desnudo, bebiendo café en la cocina a primera hora del día.

Ambos habían formado una familia hermosa. Tenían dos hijos: Heydi y Alec.
Heydi, una pequeña hada que había heredado la energía inagotable de su padre, volaba alegremente por el mudo mágico encantado los corazones de todos, siempre explorando y haciendo preguntas. Sus alas eran como destellos de arcoíris, cambiando de color a cada batir, y sus risas llenaban el aire con la música del viento.
Alec, por otro lado, era un pixie serio, un reflejo de su padre en miniatura. Siempre observaba el mundo con una intensidad callada, como si cada instante fuera algo que debía comprenderse profundamente antes de ser compartido.

Una tarde, mientras la luz del sol se filtraba en tonos dorados entre las ramas, Cupido y Sanderson paseaban de la mano por un parque cercano a su hogar.
Cupido charlaba con entusiasmo, sus ojos chispeantes de emoción, mientras Sanderson lo escuchaba en silencio, con su mirada fija en él, mostrando ocasionalmente con una sonrisa sutil. Para el mundo, la seriedad de Sanderson parecía una barrera, pero Cupido sabía que cada gesto suyo, por mínimo que fuera, era una declaración silenciosa de amor.

     —Oh, Sandi, ¿te acuerdas cuando casi te atravieso con una flecha de amor? Te mirabas tan serio y distante... jamás imaginé que podría derretir ese hielo que cubría tu corazón —dijo Cupido-, riendo mientras sus alas dejaban un rastro de polvo dorado en el aire—,

Sanderson, sin cambiar su expresión, alzó una ceja con una leve sonrisa, casi imperceptible. —¿Derretir? Más bien casi atraviesas mi pecho con ella. Mi corazón ya era tuyo desde antes  —respondió con su voz grave—,
Pero su tono, aunque monótono, contenía una calidez que solo Cupido podía sentir.

Se detuvieron bajo un arco de ramas entrelazadas, donde una sombra cubría sus rostros y, por un momento, el mundo quedó en silencio. Cupido, siempre exuberante, posó su mano en la mejilla de Sanderson, acariciándola con ternura, mientras sus dedos dejaban pequeños destellos de luz en su piel. Se acercaron, y sus labios se encontraron en un beso silencioso, un beso que, aunque suave y breve, contenía la promesa de eternidades compartidas. Los arboles y la fauna fueron testigo detal declaración de amor, el ambiente se envolvió en una quietud reverente, como si la misma naturaleza respetara ese momento.

A lo lejos, Heydi y Alec los observaban.
Heydi, con su mirada radiante, le dijo a Alec: —¿No es hermoso? Papá y papi se aman mucho, mucho.
Alec, con su expresión seria y brazos cruzados, asintió en silencio. Para él, el amor de sus padres era algo inmutable, como el curso de los ríos o el susurro del viento.

Esa noche, mientras la luna llena colgaba en lo alto del cielo, la familia estaba reunida en su hogar. Sanderson les contó una historia, una leyenda antigua sobre las estrellas y los sueños perdidos, su voz grave y tranquila llenando el pequeño espacio como un murmullo de hojas. Cupido, a su lado, escuchaba con devoción, sus alas posadas sobre las de Sanderson en un gesto de ternura sutil.
Alec escuchaba atentamente, con los ojos fijos en su padre, mientras Heydi miraba hacia la ventana, soñando despierta con mundos llenos de magia.

Al terminar el cuento, Cupido tomó la mano de Sanderson y la llevó a su corazón, mirándolo con una sonrisa llena de gratitud y amor. —Tú eres mi historia favorita, Sandi. Siempre lo has sido —,susurró con una mirada tan intensa que Sanderson sintió como si su seriedad se desvaneciera, aunque solo fuera por un instante—.

     —Y tú eres la chispa en mi vida, Cupido —respondió Sanderson en voz baja, sin apartar la mirada de él—.

Dos hadas opuestas encontraron su hogar en el corazón del otro.
Mientras sus hijos dormían en paz, la luna entraba con su luz plateada por la ventana, y los ecos de ese amor genuino y profundo seguían flotando en el aire, como un susurro que ni el tiempo ni las sombras podían desvanecer.

¡¡Es súper cortito, espero que les guste!!

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Besos 😘😘!!

Por cierto, el vídeo incluido en el capítulo es de mi canal de Youtube. 😸

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⏰ Última actualización: Nov 05 ⏰

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