Los días pasaban y Koga aparecía cada vez más seguido en la aldea. Inuyasha no podía evitar sentir cierto disgusto; ver al lobo rondando tan cerca se le hacía incómodo, como si invadiera su espacio. Sin embargo, era imposible no notar ciertas peculiaridades en el comportamiento de Koga.
A veces, al cruzarse con él en el camino, Koga le dedicaba una mirada fija y una sonrisa, sin decir una sola palabra. Inuyasha, acostumbrado a los insultos y burlas del lobo, se quedaba sin saber cómo responder. Fruncía el ceño, esperando alguna provocación, pero Koga simplemente se marchaba, como si no hubiese necesidad de más.
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Cada vez que Inuyasha se cruzaba con él, notaba algo diferente en Koga. No solo cuidaba la aldea, también ayudaba a los habitantes. Un día lo vio cargando sacos para una anciana, y en otra ocasión jugaba con los niños, haciendo que estallaran en risas. Inuyasha intentaba no darle importancia, pero ver a Koga tan amable con los humanos le causaba una mezcla extraña de sorpresa y algo más que no sabía describir.
“¿Qué se trae entre manos?”, pensaba Inuyasha, incómodo, pero con cada cruce de miradas, Koga parecía enviarle una señal acompañada de una sonrisa sincera que le resultaba inquietante. Inuyasha se limitaba a mantener la distancia, observándolo desde lejos, aunque cada vez le costaba más apartar la mirada.
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Una tarde, Inuyasha se recostó bajo un árbol en las afueras de la aldea, intentando ignorar el peso en su pecho y el revoltijo de pensamientos que Koga le provocaba. Cerró los ojos, tratando de dejar que el murmullo del viento lo calmara.
Pero entonces, oyó pasos acercándose, abrió los ojos y para su sorpresa vio a Koga caminando hacia él. Su corazón dio un vuelco inesperado, pero intentó disimularlo manteniendo una expresión seria. Koga se detuvo frente a él, con esa misma sonrisa amable que le dedicaba últimamente.
—Inuyasha —dijo Koga en un tono suave.
Inuyasha levantó una ceja, desconfiado, pero Koga se sentó a su lado, sin pedir permiso, con un aire de naturalidad que le irritaba.
—¿Qué quieres ahora? —gruñó Inuyasha, cruzando los brazos.
Koga lo miró en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.
—Sé que… lo estás pasando mal, Inuyasha, te ves... Te vez agotado y entiendo cómo te sientes.
Inuyasha lo observó de reojo, sorprendido por el tono sincero en su voz. Esperaba cualquier cosa, menos ese tipo de cercanía.
—¿Y qué si lo estoy? —replicó, tratando de sonar indiferente.
Koga suspiró y le dedicó una sonrisa que tenía algo de compasión y ternura, lo cual solo hacía que Inuyasha se sintiera más incómodo.
—Solo quería que supieras que… puedes contar conmigo, no es que tengamos que ser amigos ni nada de eso —dijo Koga, riendo suavemente— pero no tienes que cargar con todo solo.
Inuyasha apartó la mirada, sintiendo un leve calor en su rostro. Las palabras de Koga eran inesperadas y volvian inestables las barreras que había construido en los últimos años.
—No necesito que me des tus lecciones —murmuró, mirando hacia el suelo.
Koga asintió, respetando su distancia, pero no se levantó. Se quedó allí, en silencio, mirándolo de una forma que parecía ver más allá de sus palabras. Para Inuyasha, esa simple presencia resultaba extrañamente reconfortante, aunque jamás lo admitiría.
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Lazos inesperados
RomanceDespués de que Aome lo abandonara, Inuyasha queda sumido en la soledad y en un vacío que ni sus batallas logran llenar. Cuando un nuevo enemigo amenaza con destruirlo todo, Inuyasha se ve obligado a unir fuerzas con Koga, el lobo que siempre ha sido...