Perdido

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El humo del cigarrillo se arremolinaba en pequeñas nubes grises por encima de su mano. El olor, un tanto agrio de la nicotina, se mezclaba con el más denso y dulce de las velas y la mirra, y debajo, escondido entre la cera y el olíbano, el aroma inconfundible de la tierra húmeda, presagio de una tormenta que se aproxima. Y la siente. Está afuera acercándose con pasos pesados y seguros. Llenando lentamente la estancia de densa oscuridad y un frío templado que acariciaba su piel con dedos helados e impasibles. Un reflejo casi perfecto de lo que ocurría dentro de él.

No es su primera tormenta. Su vida ha estado llena de diluvios y terremotos. Los ha vivido mayormente solo, con los puños apretados y el cuerpo tenso. Siempre alerta. Más hubo un tiempo en que el estruendo de los truenos eran opacados por las tristes Melodías de tsharkovski y caricias furtivas. Un pasado que creía haber olvidado.

Así que solo le queda cerrar los ojos y esperar a que pase. Porque todo pasa- la felicidad del primer amor, la tristeza de un corazón roto, el dolor de la traición y el dulce adormecimiento del olvido - Solo  acepta la tormenta, le abre la puerta al caos, y se sumerge en la oscuridad. En lo profundo de sus recuerdos, en los días de primavera años atrás en los que las horas le parecían insuficiente y la inocencia de la juventud le hacía ver el mundo menos lúgubre. Se aferra con cada respiro al olor de su perfume temeroso de que se le escape de su memoria. Siente las lágrimas escapar de las esquinas de sus ojos y los cierra con más fuerza evocando su rostro suave, su mirada perdida, sus labios entre abiertos en un quejido silencioso y casi le parece escuchar de nuevo la melodía lenta y suave que aquellos dedos siempre inquietos tocaban en noches como esa.

Aún así las lágrimas solo corren y corren por sus mejillas pero él teme moverse y dejarle - otra vez-. Teme no volverlo a ver porque sabe que solo entre sus recuerdos podrá.

Las horas pasaban y los cilindros se consumían entre sus dedos. El día se despedía con una nota triste mientras la tormenta llegaba imponente, trayendo consigo el retumbar de los truenos y la tensión eléctrica de los rayos.

Las paredes, de concreto y piedra, no se estremecen a pesar de la fuerza de la lluvia. Permanecen firmes mientras el diluvio cae por fin, en un presto. Como jinetes anunciando el final. Como el sonido de los tambores antes de una batalla.

Y durante todo ese tiempo, su cuerpo permanece inmóvil. Tan solo sus manos se han rendido al movimiento, la única parte de su cuerpo que no es capaz de permanecer quieto.Tan quieto como cualquier ser vivo puede estarlo con un corazón que aún late a pesar del dolor y pulmones que funcionan aunque parece que le han robado el aire.

Las manos de Gabriel no dejan de temblar desde que leyó aquel nombre. Oculto en el mar de otros muchos en una lista sin fin. El constante movimiento crea una imagen casi hermosa para el espectador. El brillo naranja del pequeño fuego que se agita en la oscuridad que reina en el lugar parece una luciérnaga pérdida de camino a casa.

Pero no hay una casa o un hogar al que regresar y no hay nadie además de él en aquel templo. Solo las piezas de cera con expresiones de miseria y rostros contorsionados por un dolor agonico que nunca sufrieron, colgadas en cada rincón. Las imágenes de vírgenes mártires que lloran lágrimas de cristal en las ventanas. Tantos ojos que le observan sin ver mientras se desmorona por un pecador.

Solo.

Gabriel está solo. Como lo estuvo ayer, y lo estará mañana. Siempre solo. Un destino que él mismo escogió. Un hecho que lo carcome cada noche mientras se arrodilla antes de dormir y cuando canta las plegarias cada mañana al iniciar el día. Así que con ese pensamiento, se lleva el cilindro a los labios e inala otra bocanada impregnada de despecho. Un movimiento mezquino dirigido a sí mismo, que rompe con la quietud- como rompió su corazón hace muchos inviernos atras- lentamente pues sus miembros se sienten pesados. Lo hace tan profundo como puede, con la esperanza de que el veneno que sostiene pueda por fin matarle.

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