Nota de autora: Hola, He decidido resubir una segunda versión de Placebo. La trama seguirá siendo la misma, pero cambiaré y agregaré varías cosas que siento que le darán más sentido a la historia y ayudará al desarrollo de nuestros personajes. Recuerden que si están releyendo esto, no spoilear a los nuevos lectores.
(Si son antiguos comentén R y si son nuevos comentén la N).
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"Atrapado en una mentira, sácame de este infierno, no me puedo liberar de este infierno, sálvame, me están castigando" ~Lie. Park Jimin.
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Dejé que mis pies se deslizaran al ritmo de la música que sonaba en el inmenso salón, mi cuerpo buscaba la sincronizar con la melodía mientras mi mente se nublaba.
—¡Alto! —el grito de mi profesor me hizo detenerme abruptamente.
Mi respiración estaba agitada.
—Jung, ven aquí —su llamado fue gélido.
Me alejé del grupo de chicos y me acerque al profesor Lee, él paso una de sus manos por su cabello algo despeinado antes de mirarme con el entrecejo fruncido.
—No puedes seguir así —me dijo —, he estado siendo considerado contigo porque sé que tienes un talento increíble, pero se acabó —él soltó un suspiro de cansancio—. Tres ensayos que has echado a perder, tres días perdidos para todos —me estaba diciendo —. ¿Es eso lo que buscas?
Negué.
—Estoy sorprendido —soltó una risita mientras negaba con su cabeza—. Creí que querías esto Jung, pero me estás dejando en claro que nada de esto te importa. Es evidente que has perdido la disciplina.
—Si quiero —dije —. Realmente quiero estar aquí, es solo que...
—Voy a revaluar a los bailarines y escogeré a tu remplazo —dijo de repente, silenciándome—. Estás fuera.
Quise decir algo, defenderme, explicarle, pero ese hombre me miró con dureza y evidente impaciencia.
No quería eso, había trabajo tan duro durante meses para lograr presentarme, y no sabía qué haría yo sí todo ese esfuerzo se viera en la basura.
—Vuelve a casa.
Sentí algo doloroso adueñándose de mi pecho, pero guardé silencio, y sin decir nada más abandoné el salón de ensayo.
Mi mente tomó el control de cada paso que daba y así llegué a mi auto. El cielo nublado era sin duda el reflejo de mis pensamientos.
—¿Como voy a explicarle a mis padres? —las primeras lágrimas comenzaron a escapar —. Dios, ésto es mi culpa, ¡Me odio tanto!