La marca de Caín

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Nuestra unidad fue la última en dirigirse al frente de batalla, nuestra división era de reserva y nuestro general prefería no ocuparnos sino era parte de su estrategia para esa batalla, la reputación de los honderos no era buena, nos veían como guerreros de segunda clase, de tirar la piedra y correr, además nuestra participación no siempre era necesaria en especial en esta ocasión donde las unidades principales de batalla de nuestro ejército iban al frente.

A nadie le quedaba duda, la conquista sobre Jerusalem era inminente, sus murallas no tardarían en ceder, no eran rivales para nuestras catalputas y carros de ataques, las victorias nos sucedían, en días anteriores nuestro ejérciito se alzó contra las tropas de Judá y  las barrieron en dos sangrientas masacres, la diferencia en números entre ellos y nosotros era abismal,  por cada soldado judío eran doce de los nuestros, su linea defensiva no tardó en ceder y rompimos sus filas en una serie sucesva de ataques, luego le siguió la masacre, ellos mismos creyeron su propia historia,  su Dios los había abandonado, su falta de fe ante el esplendor de nuestro poderío bélico fue su derrota moral. 

Sin embargo todo cambió cuando nuestro general llenó de soberbia le envió una carta al rey Judío para tomar la ciudad sin necesidad de tantas muertes e incluso le ofreció perdornarles la vida,  el final de esa carta cambió el rumbo de la historia << NI SIQUIERA EL DIOS HEBREO PUEDE DETENER A NUESTRO EJÉRCITO>>.  Aquella nota provocó un profundo impacto en ese rey quién junto con su profeta imploró a Dios por ayuda, los acontecimientos en los días siguientes lo confirmaron, El Dios Hebreo respondió a esa petición. 

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La tierra se sacudió repentinamente, un haz de luz proveniente del cielo cayó contra la tierra, un resplandor cegó nuestra unidad, un dolor agudo recorrió mi cuerpo, no podía abrir los ojos ni tampoco moverme, en ese momento fue cuando lo ví atravesando la formación de todo nuestro ejército.

Los momentos posteriores se sucedieron entre la inconsciencia y el brillo blanquecino de esa luz encegecedora pude ver a una criatura aterradora y bella por igual,  parecida a un humano con dos alas doradas, el ser en cuestión era un gigante con una armadura dorada, en su mano derecha llevaba una espada en fuego y en su brazo izquierdo un escudo en forma de óvalo. 

Su velocidad era imposible de creerse con su espada recorrió el campamento de un lado a otro matando a todos quienes estaban en su paso, en un momento pasó revista a todos los soldados de nuestro ejército y les dió muerte, ninguno de ellos pudo hacer nada para defenderse o contratacar, todo ocurrió en un instante, estoy seguro mis compañeros solo vieron el resplandor, antes de darse cuenta con seguridad ya estaban darse cuenta. 

No sé si aquella criatura tuvo compasión de mi o si me permitió vivir para ser testigo de su gloria y su poder, pero de algo estoy seguro sus ojos se cruzaron con los míos, una pequeñisima fracción de segundo, en lugar de atacarme guardó su espada pero colocó su mano en mi brazo, al principio no sentí nada hasta cuando rebotó mi cuerpo en el suelo, después solo siguió la oscuridad. 

Todo el cuerpo me dolía, me despertó el olor a carne podrida fueron un par de minutos antes de incorporarme, fue en ese momento cuando miré el campo de batalla y los miles de muertos en descomposición, bajé la vista y en mi brazo pude ver las marcas de una mano enorme sellada a fuego, fui tomando control de la situación a mi alrededor, ahí caí en la cuenta de un halo de energía formando un círculo, aquel ser no solo decidió dejarme con vida sino además me protegió de su ataque luminoso. 

Era el único hombre en pie del ejército rival, la enorme puerta de madera de la ciudad se abrió  de ahí salió un contigente armado, al frente venía el rey de Judá envuelto en su armadura blanca, el resto de sus hombres fueron a mi encuentro, no me moví, si iba a morir no sería corriendo o escapando como un cobard, lo haría ahí enfrentando a todos esos hombres, de un momento a otro las circunstancias cambiaron ahora era la desvantaja estaba en nuestro bando. 

El rey desenvainó su espada, no acepté el reto, solo lo miré con frialdad, de frente a la muerte inminente no iba a atemorizarme, en cambio el rey giró el mango de su arma y me lo entregó - Nuestro Dios envió a uno de sus principes del cielo para protegernos, no conozco sus designios, pero por alguna razón te dejó vivir y si esa fue su voluntad, también será la mía - dijo y se despidió junto con el resto de su ejército. 

Uno de sus hombres me prestó uno de sus caballos - toma, con esto puedes volver a tu nación - dijo, asentí con la cabeza, mientras montaba el rey volvió hacia mi - ¿ cuál es tu nombre soldado? - preguntó, no dude en contestar mi nombre era el mismo de mi padre - Caín - le dije - Hijo de Caín - le contesté, el rey hebreo movió la cabeza, la expresión de su rostro cambió, ordenó la retirada de todos sus hombres  y mandó mensajeros al resto de las naciones para dejarme pensar si me veían, no tardarían en reconocerme, en mi cuerpo llevaba dos marcas, la del príncipe de los cielo en el brazo y la de mi padre en la frente. 



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