Quiero ser Pecadora

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Mery había crecido en un hogar religioso. Sumamente religioso. Sus padres le habían enseñado el temor de Dios antes que su propio nombre. Se aseguraron de educarla en la fe de forma estricta. Es así como Mery era una mujer religiosa que iba a misa cuatro días a la semana, hacía novena y rezaba el rosario todos los días; siempre participaba en todos los eventos religiosos de la congregación. 

Había conocido a su esposo en un retiro religioso y había llegado virgen al matrimonio a la tierna edad de 17 años. Vivía su vida según los mandamientos de Dios, su única falta como mujer y como esposa había sido no haberle dado un hijo a su marido, o eso le había dicho él para justificar el engaño.

Para ella todavía era difícil de asimilar que él, al parecer, aprovechaba los días en los que ella iba a misa para revolcarse con su amante menor de edad en su lecho conyugal. De no haberse olvidado la biblia ese miércoles hubiera muerto en la ignorancia.

Ahora que conocía del doble rasero de su esposo entendía las burlas y las miradas lastimeras de los vecinos. De haber sido una mujer más sagaz y menos crédula lo hubiera descubierto antes, pero su confianza en su marido la cegó; que no tuviera una buena relación con los vecinos también la privó de enterarse antes, ella no era cercana a ellos por sus costumbres. En la educación de sus padres basada en su fe estaba mal visto el entregarse al cotilleo que era su actividad favorita.

Mery ahora tenía 38 años y se iba a divorciar. Ella era la víctima, pero aquí estaba siendo la que estaba soportando las consecuencias de la infidelidad de su marido. Se había quedado sin hogar, sin dinero y era rechazada por sus padres y por su iglesia; en su cosmovisión la culpa de su matrimonio fallido recaía en ella <<y no en él>>.

<<Perdóname, Señor por odiar. Pero me es imposible no dudar de ti cuando he sido devota toda mi vida y he llegado a esta situación desesperada. Si es una prueba, es una carga muy pesada para mí>>.

Como la habían educado en la fe no poseía carrera alguna, se suponía que debía estar dedicada a atender a su marido y a cuidar del hogar. Ahora estaba desamparada y excomulgada, por atreverse a pensar en el divorcio. Empezó a cuestionarse la practicidad de algunas de las costumbres de su comunidad.

Mery no sabía que hacer, todos sus conocidos eran de la congregación, ahora que se iba a divorciar ¡era una paria! pero no tenía otra opción, no podía seguir con él después de la traición y sus padres no la iban a recibir en su casa porque consideraban que era su culpa que su marido se descarrilara. No tenía trabajo y no sabía hacer nada que generara ingresos, sus amigos pensaban lo mismo que pensaban sus padres y no tenía a nadie a quien acudir. En esa situación lo único que podía hacer era pedir el divorcio para ¡evitar caer en la indigencia!

Es así como había terminado en el despacho de Maximillian, el abogado con la reputación más perversa de la ciudad, ella había escuchado que los mejores abogados eran los más alejados de Dios...

—¿A qué debo el placer querida Mery?-— preguntó el abogado con voz perversa, él siempre había tenido malas intenciones para ella, pero ahora que no había otra opción tenía que enfrentarse a ese hombre pecaminoso, <<dulce Señor, líbrame de este deseo fuera de lugar que me provoca Maximillian>>.

—Vine en una consulta profesional— ante su declaración levantó una ceja interesado, con vergüenza fuera de lugar dijo —me voy a divorciar— a su declaración le faltaba la firmeza que tenía su decisión. Pero, aunque su voz temblorosa lo pusiera en duda su determinación era real. Se iba a divorciar, lo había dicho ante Dios en su última oración y no había vuelta atrás, <<Señor no me juzgues no puedo seguir viviendo al lado de esa bestia>>.

QUIERO SER PECADORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora