6. Discurso de Sócrates

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Encuentro, mi querido Agatón, que entraste admirablemente en materia al decir que había que empezar por enseñar ante todo cuál es la naturaleza del amor, y en seguida cuáles sus efectos. Tu introito me ha complacido. Veamos ahora, después de todo lo magnífico y bello que has dicho de la naturaleza del amor, lo que me contestas a esta pregunta: el Amor ¿es el amor de alguna cosa o de nada?48 Y no te pregunto si es hijo de un padre o de una madre porque sería ridículo. Pero si, por ejemplo, y a propósito de un padre, te preguntara si es o no padre de alguien, tu respuesta para ser justa debería ser que es padre de un hijo o de una hija; ¿no es así? -Sí, sin duda, dijo Agatón. -¿Y sería lo mismo de una madre? Agatón volvió a mostrarse conforme. -Permíteme que te haga todavía algunas preguntas para descubrirte mejor mi pensamiento: un hermano, por su cualidad de serlo, ¿es hermano de alguien o no? -Tiene que ser hermano de alguien, respondió Agatón. -De un hermano o de una hermana. Agatón dijo que sí. -Procura, pues, replicó Sócrates, mostrarnos si el Amor no es el amor de nada o si lo es de alguna cosa. -De alguna cosa seguramente. -Retén en tu memoria lo que afirmas y no olvides que el Amor es amor; pero antes de ir más lejos, dime si el Amor desea la cosa de la que es amor. -Sí, ciertamente. -Pero, prosiguió Sócrates, ¿posee la cosa que desea y ama o no la posee? -Me parece lo más verosímil que no la posea, contestó Agatón. -¿Verosímilmente? Piensa más bien si no es preciso que al que desea le falta la cosa que desea o bien que no la desee si no le falta. A mí, Agatón, me parece necesaria esta

consecuencia. ¿Y a ti? -A mí también. -Perfectamente: así, ¿el que es alto desearía ser alto; el que es fuerte, fuerte? -Esto es imposible después de lo que hemos convenido. -Porque no se sabría prescindir de lo que se tiene. -Tienes razón. -Si el que es fuerte, replicó Sócrates, deseara ser fuerte, el que es ágil ser ágil y el que está bien de salud estarlo..., puede ser que alguno se imagine en este caso y otros análogos que los que son fuertes, ágiles y están sanos y poseen todas estas ventajas desean todavía lo que ya poseen. Para que no caigamos en una ilusión semejante es por lo que insisto acerca de esto. Si quieres reflexionar un poco verás que lo que esta gente posee lo posee necesariamente, quiera o no; ¿cómo, pues, lo desearía? Si alguno rico y hallándose perfectamente bien me dijese: Estoy rico y sano y deseo la riqueza y la salud; deseo, por consiguiente, lo que ya tengo, podríamos responderle: Posees riqueza, salud y fuerza; si las deseas es para el porvenir porque ahora, quieras o no, las tienes. Mira, pues, si cuando dices: Deseo una cosa que ahora poseo, ¿no significa esto: Deseo poseer en el porvenir lo que tengo en este momento? ¿No crees que dirá que sí? -Estoy convencido de ello. -Pues bien, continuó Sócrates, ¿no es amar lo que no se está seguro de poseer, lo que no se posee todavía, el desear tenerlo en el porvenir como lo que actualmente se posee? -Sin duda. Entonces, en este caso, como en cualquier otro, quienquiera que desee, desea lo que no está seguro de poseer en aquel momento, lo que no posee, lo que no tiene y lo que le falta. Esto es lo que es desear y amar. -Ciertamente. -Reparemos, añadió Sócrates, en todo lo que acabamos de decir. Primero: que el Amor es amor de alguna cosa, y, en segundo lugar, de una cosa que falta. -Sí, dijo Agatón. -Acuérdate ahora de que, según tú, el Amor es amor. Si quieres te lo recordaré. -Has dicho, me parece, que la concordia se restableció entre los dioses por el amor de lo bello, porque no hay amor de la fealdad. ¿No es esto lo que has dicho? -En efecto, lo he dicho. Y con razón, querido amigo. Y si es así, ¿el Amor es, pues, el amor de la belleza y no de la fealdad? Agatón asintió. Pero ¿no convinimos en que se aman las cosas que nos hacen falta y que no poseemos? -Sí. -Entonces el Amor carece de belleza y no la posee. -Necesariamente. -Pero ¿llamas bello a lo que le falta la belleza y no la posee de ninguna clase? -No. por cierto. -Y si es así, ¿sigues asegurando todavía que el Amor es bello? -Temo mucho no haber comprendido bien lo que dije, respondió Agatón. -Hablas muy cuerdamente, Agatón, pero continúa contestándome ¿Te parece que las cosas buenas son bellas? -Me lo parece. -Si, pues, el Amor carece de belleza y lo bello es inseparable de lo bueno, el Amor carece también de bondad. -Hay que reconocerlo así, porque no hay posibilidad de resistirse a ti, Sócrates. -A la verdad, querido Agatón, es a la que no es posible resistirse, porque resistirse a Sócrates no tiene ninguna dificultad. Pero ahora voy a dejarte en paz para ocuparme de un discurso que me dijo un día una mujer de Mantinea llamada Diotime. Era una mujer muy versada en todo lo concerniente al Amor y a muchas otras cosas. Ella fue la que prescribió a los atenienses los sacrificios que suspendieron durante diez años una peste que los amenazaba. Todo lo que sé del Amor lo aprendí de ella. Voy a tratar de repetir lo mejor que pueda, después de lo que tú y yo hemos convenido, Agatón, la conversación que tuve con ella; y para no apartarme de tu método, explicaré primero lo que es Amor y a continuación cuáles son sus defectos. Me parece que me será más fácil repitiéndoos fielmente la conversación que mantuvimos la extranjera y yo.
«Había dicho a Diotime casi las mismas cosas que Agatón acaba de decir: que el Amor era un gran dios y el amor de lo bello, y ella se servía de las mismas razones que acabo de emplear

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