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Michael miró el reflejo de aquel espejo roto, el reflejo de unos ojos azules sin vida cargados de una tristeza que intentaba maquillar con una sonrisa rota mientras pintura carmesí estaba regada por toda la habitación. Algo dentro de él parecía desgarrarse , dejando solo un silencio lúgubre a su alrededor. Su piel, siempre cálida y con un tono rosado en sus pómulos, ahora mostraba un tono pálido, enfermizo, como si las luces del baño no supieran cómo iluminar sus pensamientos o su ser entero, puesto que la desdicha bañaba a ese pobre adolescente.

La primera tos fue apenas un susurro en aquella madrugada, un desliz que no pudo prevenir ni prever, una rebelión sutil de su cuerpo. Pero luego, un estallido de pétalos pequeños, suaves y pálidos, emergió de sus labios. No lo entendió al principio, ¿Pétalos?, fue su único pensamiento en ese momento, mientras los observaba caer en el suelo del baño, como si hubieran sido creados para eso: marchitarse en el instante que tocaban el suelo, dejando apenas rastros de un amor que no era más que una maldición que el inicuo destino le ponía delante a su caliginosa vida, el no merecía eso.. Queria creer eso aunque sabia que se lo merecía, aunque él no quería decirlo en voz alta, ni siquiera a sí mismo.

La tos dejaba un eco en las aquella gran mansión, un eco perdido en las sombras, una melodía que llenaba el vacío con sonidos perturbadores donde el expulsaba esos pétalos violentamente ante la imagen de aquella castaña de ojos miel en su mente. Un eco. Ese sonido se volvió en el mas odiado por Michael. Como si él fuera solo una sombra, un recuerdo pasajero en la vida de alguien a quien amaba en silencio, un susurro en una noche cualquiera, un nombre sin pronunciar. ¿Quién era ese alguien? Michael no quería decirlo, ni siquiera pensarlo. Pero sus pulmones tenían otros planes.

Otra tos, otro suspiro, y allí estaban los pétalos otra vez, como si quisieran abrir un camino entre las paredes de su pecho y salir para mostrar su mortal belleza. En algún lugar de la ciudad, esa persona estaba despierta, tal vez en el mismo insomnio que él, o tal vez soñando con alguien más, alguien con quien Michael nunca podría competir. La idea lo consumía y carcomía su alma por dentro, un dolor tan amargo como los pétalos que comenzaban a ahogar su aliento.

El reloj avanzaba con su tic-tac constante, implacable e irritante con cada segundo que pasaba, y Michael apenas lo escuchaba. Su mente estaba atrapada en recuerdos a medias, palabras nunca dichas, sonrisas que no significaban nada y a la vez lo significaban todo, su toque cálido que nunca le pertenecería a el pasaba por su mente. Los pétalos seguían cayendo, uno a uno, blancos, delicados, como las promesas de amor que estaban dedicadas a nadie

¿Era posible amar a alguien sin ser correspondido, sin siquiera ser visto ni notado? Michael lo sentía en cada fibra de su ser. El amor florecía en sus pulmones, dejando raíces en el, mientras poco a poco crecían a un ritmo acelerado , en su garganta, en cada tos y suspiro, convirtiéndose en un jardín de tristeza. Tal vez nunca conocería las respuestas de ese ser amado, tal vez nunca seria ni recordado por ella. Tal vez, a las tres de la mañana, solo existía él, su reflejo, junto a su lamentable tos que lo mataba a cada segundo de la forma mas hermosa que existe..

Morir por amor esta escrito desde tiempos antiguos, pero Michael siempre fue un romántico oculto dentro de el, alguien que no podía admitir amar a alguien, esa forma de ser es lo que lo trajo aquella madrugada.. Pero solo podía culpar a esos ojos avellanas que lo hechizaron con solo una mirada.. Anhelaba verla solo una ultima ves más.

Anhelaba volver a sentir su cálido aliento en su piel y el suave toque de sus manos en su rostro... su aroma a lavanda inundando sus fosas nasales era casi irreal.. pero solo era el fin.


Epifanias ,Epifanias?Where stories live. Discover now