Capítulo 6

5 1 5
                                    


Arabella

Aveces los fantasmas no necesitan estar muertos.

Aveces los fantasmas rondan la tierra de los vivos.

Aveces incluso han estado frente a nosotros.

Galen no le dijo más allá de su nombre. Bella no sabía de donde venía, ni de qué la conocía, solo que la había buscado para salvarla. Ella aún desconfiaba pero, cuando se ponía a pensarlo, ¿que tenía que perder? Lo peor que podría pasar es volver a ser vendida. Así que se arriesgó a confiar en él.

Se lo contó todo, bueno, casi todo. Omitió la parte del bosque y la puerta de ramas, quizás porque ni siquiera ella era capaz de creerlo aún. No tuvo miedo de revelarle que estaba siendo intimidada porque era algo de esperarse. Cuando terminó su historia, Galen le preguntó que le había pasado en el rostro, pero Bella no supo contestarle, así que la conversación se estancó en ese punto. Cuando decidieron que era hora de marcharse, la última pregunta aún la atormentaba, incluso cuando tocó el muro para que pudiesen pasar.

Al llegar a la puerta de la taberna, las sombras habían cubierto de nuevo el rostro de Galen. Bella supuso que fue gracias a eso que no lo descubrirían, un hechizo, probablemente. La puerta se bufó de la capucha, alegando que quizás su portador fuese tan horrible que sus bisagras se caerían si le viese el rostro. Nada más alejado de la verdad, aunque definitivamente se le caerían las bisagras. Galen se limitó a reírse y, como a quien no le importase lo más mínimo las críticas porque estaba más que seguro de sí mismo, le dejó el broce de su capucha en el pomo. Bella le dijo que no era necesario, que la puerta a menudo jugaba brusco con los invitados, pero Galen le dijo que era un regalo por haberlo dejado pasar.

Bella se quedó callada, si lo pensaba bien, la puerta no dejaba pasar a nadie que no le agradase, se había buscado varios problemas con Madame Noely por esto mismo. Tampoco le gustaba los desconocidos, ¿eso quería decir que Galen había venido antes? Ahora que Bella recordaba, la puerta lo había nombrado como el joven de trapos y artilugios. Pero en la pequeña revisión que Bella le dio a Galen —sin que él lo notase—, no vió ningún artilugio. Tampoco recordaba haberlo visto rondando por la taberna con antelación.

Cuando estuvo apunto de marcharse, se giró hacia Bella por última vez, y depositó en sus manos un tarro pequeñito, con la tapa de corcho y una cuerda formando un lazito.

—Para la marca en la garganta.

Bella se rozó la marca con la mano, ni siquiera notó que se le estaba formando un moretón. Antes de que pudiese agradecerle el gesto, ya no había nadie.

Días después, el tarro yacía vacío en una esquina húmeda de su habitación. Tenía entre los dedos el último vestigio de crema. Soltó un suspiro de alivio cuando el toque frío le rozó la garganta y hacía que disminuyera el dolor, aunque todavía tenía una rara sensación de ardor quemándole la piel. Ojalá hubiese durado un poco más, pero con la cantidad de veces que tuvo que usarla, le sorprendió que durara tanto. Todas las noches, sin falta, los monstruos venían a atormentarla. Ya sea a mofarse o hacerle alguna maldad, como cortarle el cabello mientras dormía u obligarla a limpiar el suelo en medio de la noche.

Y ella no podía negarse.

Se levantó con cuidado y se enjuagó las manos en uno de los charquitos de las esquinas oscuras, las alejadas del trozo de tela que usaba para dormirse, la poca luz que entra por la única ventana apenas le deja ver lo que toca. Pero no le presta atención, poco a poco se ha ido acostumbrando. También a tragarse los sollozos, los monstruos lo odian en las noches y, en el día, se los traga para no darles satisfacción. Se robó en una ocasión un trozo de espejo que estaba tirado en la basura, aunque un poco manchado, seguía mostrándole su propio reflejo.

Se acercó suave, con las rodillas y las manos apoyadas en el frío suelo y las heridas recientes escociéndoles aún. Se miró a sí misma, la piel blanca manchada de suciedad, los bucles dorados se habían convertido en una maraña de cabello quebradizo y sin brillo. Un ojo chocolate le devolvió la mirada, enturbiado por el agotamiento, y se preguntó donde había quedado la vida de semanas antes. Esta vez el verde boscoso le asomó entre los recuerdos, escondidos entre rizos rojizos. Los ojos de Cordelia siempre le habían parecido hermosos en comparación a los suyos, pero esta vez, mirando su reflejo, Bella pensó que quizás sería esta vez Cordelia quien quedaría maravillada.

O aterrada, bien podría ser cualquiera.

Buscó en su bolsillo su última adquisición, un pequeño pedazo de metal, afilado para simular un cuchillo. Ella misma lo había puesto al fuego para moldearle la forma filosa, lo que explicaba las quemaduras en sus manos, aunque de por si ya estaban llenas de callos, algunos incluso reventados. Se acercó al pequeño trozo de espejo y se llevó la punta del metal cerca del ojo izquierdo. Lo cercó lo suficiente, aún sin rozar la fina capa que protegía la carne. Allí donde antes había un iris chocolate idéntico al izquierdo, ahora se escondía el color del cielo tormentoso, un azul grisáceo tan brillante como las estrellas en la noche y tan feroz como el rugido de un rayo. En el centro, la pupila se había transformado en un cristal.

Cuando Bella despertó en medio del bosque, un dolor agudo le había atravesado la córnea, pero lo había dejado pasar, pensando que quizás fuese por el golpe en la cabeza. No fue hasta días después, cuando por fin vió su reflejo en el agua de una cubeta, que se dio cuenta del cambio en uno de sus ojos.

Reconoció la gema en él de inmediato. Fue el mismo cristal que se rompió y salió disparado a la noche en la cabaña de Cordelia. De alguna manera, había terminado fusionado a ella, aún con la magia intacta. Desde entonces, puede sentir de vez en cuando como torrentes eléctricas desconocidas le chispean en las venas.

Puede sentir la magia, viva, tratando de adueñarse de ella. Pero la verdad es que Bella no tiene idea de como usarla, no está segura siquiera de que pudiese, dado que sigue siendo humana. Pero saber que está allí la reconforta y la destroza a partes iguales. Por un lado, hay algo dentro de ella que le recuerda de donde viene, le recuerda a Cordelia y a su madre. Sin embargo, al cerrar los ojos y ganarle el sueño, las pesadillas engullen los buenos recuerdos, y los convierte en otra fuente de dolor. Un recordatorio de lo que puede que jamás vuelva a ver. Así que, al igual que cada noche, clava la punta metálica sobre el cristal. Presiona con una fuerza débil, tiene miedo de atravesar el cristal y clavárselo directo en el ojo. Las manos le tiemblan con violencia, pero no se detiene.

Y entonces la punta se dobla hacia arriba, le roza las pestañas y queda inservible. Bella lo lanza a un lado, con la frustración y la ira burbujeándole en el estomago. Ahoga un grito en la tela de su vestido. Y luego otro. Y otro más. Grita hasta que siente que la garganta le protesta por el ardor, pero aún así no se detiene. Agarra el pedazo de espejo y está a punto de estrellarlo contra el suelo cuando algo la saca su trance.

Un graznido.

Cuervo.

Bella levanta la vista hacia la ventana, y la sombra del animal le cubre el rostro de la luz lunar. Solo en ese momento siente la humedad que le recorre las mejillas, y llega a tiempo para sentir la última lágrima tocarle la punta de los dedos.

Vuelve a mirar hacia el objeto reflectante y, allí donde Arabella debería verse a sí misma, solo encuentra la sombra de un alma rota.

Y entonces, vuelve a llorar.

Aveces vemos a los fantasmas a la cara.

Y en la mayoría de esas ocasiones, somos incapaces de hacerles frente.

Simplemente nos rompemos ante ellos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Destino de Dos Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora