Capítulo 1: El tiempo es el que es

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Serafina Valero

Desolada. Vacía. La pena llenaba cada milímetro de su ser. Perder a su padre, a su referente, a quien tanto amor le había dado había supuesto un golpe tan duro que Fina no podía evitar pensar que sería imposible para ella seguir adelante. El dolor desgarrador de perder a un padre no era nuevo para ella, de pequeña ya había sufrido la pérdida de su madre, pero entonces fue precisamente el inmenso amor que Isidro le dio el que la ayudó a continuar, a seguir viviendo.

Llevaba más de veinticuatro horas sin apenas dormir, llorando y sollozando sin parar y ya no le quedaba ni un gramo más de fuerza en el cuerpo. Tan solo era capaz de encontrar algo de consuelo cuando se encontraba entre los brazos de su amada, de Marta. Dibujó una triste sonrisa en su rostro al recordar que ella estaba a su lado, pendiente de ella en todo momento, dispuesta a aliviar su sufrimiento con mucho cariño. Llegar hasta aquí no había sido nada fácil, dos mujeres en 1958, un amor imposible a ojos de la sociedad que ellas habían conseguido consolidar a base de amor, cariño, valentía y determinación.

El recuerdo de las últimas semanas compartidas con su padre la invadió de repente, rememoró como él había sido el principal apoyo que ellas dos habían encontrado, la aceptación de su relación y el cariño con el que él había incluido a Marta en su pequeña familia.

Su última conversación, en la que ella consiguió convencerla para que fuera a vivir con ellas retumbaba aún en su cabeza. Que injusticia, por un momento se había sentido la persona más afortunada de la tierra al pensar que podría compartir su hogar, su paraíso con las dos personas más importantes de su vida, y sin embargo allí estaba, tirada en la cama llorando la pérdida de su padre. A ella las alegrías le duraban poco, era algo que la vida ya le había enseñado hacía tiempo.

- Fina, amor, necesitas levantarte de la cama, no puedo soportar más verte así. Necesito ayudarte y no sé cómo. – Marta entró en la habitación y retiró la colcha que la cubría, en un intento desesperado de hacerla reaccionar.

- No puedes ayudarme, Marta, nadie puede. – Empezó a sollozar de nuevo, pero Marta se sentó en la cama junto a ella y empezó a acariciarle la cara y a secarle las lágrimas, consiguiendo detener el llanto. – Gracias, sé que tienes razón y que no puedo seguir aquí, pero duele tanto, Marta.

- Lo sé, ojalá no tuvieras que pasar por esto. – Le dio el beso más tierno del mundo y la ayudó a incorporarse.

Con la ayuda de su chica consiguió salir al jardín y se encontró la mesa puesta, lista para desayunar por todo lo alto: zumos, agua, tostadas, mantequilla, mermeladas y una montaña de bollitos suizos. Sin pensar se giró hacia su compañera de vida y le plantó una decena de besos mientras le decía te quiero, te quiero, te quiero.

- Una montaña de bollitos, ay, Marta, gracias por ser tan perfecta.

- Se que no vas a encontrar consuelo en nada en estos momentos, pero me apetecía que por un instante te sintieras mejor, y sé que los bollitos te apetecen siempre. – Dibujó una media sonrisa y la soltó para que pudiera sentarse a la mesa.

- Gracias. – Dijo Fina a la vez que extendía su mano para coger un bollito y se lo llevaba rápidamente a la boca.

- Como no podía hacerlos yo le he pedido a un mozo de la fábrica que fuera a Toledo a comprarlos al café libertad, ventajas de ser la directora.

- ¿Al café libertad? – La cara de la chica se volvió un poco más triste de nuevo, allí era precisamente donde su padre la llevaba de niña a comerlos.

- Sí, me pareció lo más adecuado, dadas las circunstancias. – Marta dudó por un momento de si había obrado bien, pero entonces Fina se levantó y la abrazó muy fuerte y supo que era justamente lo que necesitaba su mujer.

Sueños del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora