ZAREK
ENCRUCIJADA
La sensación de sus malditos labios sigue ardiendo en los míos, como una marca que no puedo quitarme. Como si hubiera cruzado una línea que sabía que no debía, pero ahora que la crucé, ya no hay vuelta atrás. Y, para ser sincero, no quiero ni la puta vuelta atrás.
Nereida está ahí, mirándome con esos ojos grandes, sorprendidos, y sus malditas mejillas rojas. Yo sigo respirando como si me fuera a morir en cualquier momento, pero trato de que no se note. Pero lo que más quiero es no dejarla ir, mantenerla cerca, que este maldito momento no se acabe. Algo dentro de mí lo exige.
Cada centímetro que nos separa me quema como un abismo, como si me estuviera arrancando las entrañas. No sé cómo demonios llegamos a esto, ni cuánto tiempo me he estado aguantando, pero ahora que la tengo aquí, quiero que toda la puta barrera se rompa de una vez por todas.
—Nereida... —mi voz sale baja, rasposa, más de lo que me gustaría. Intento no mostrar lo que siento, pero es más fuerte que yo. Siento que algo dentro de mí se está desmoronando, como si lo que acabo de hacer nos hubiera cambiado para siempre.
Ella me mira, y en sus ojos veo la culpa, pero también algo que no sé cómo describir. Algo jodidamente tentador. Un brillo que me hace pensar en cosas impuras, en cómo esos ojos me miran de una manera que me calienta por dentro. Quiero decirle algo, decirle que todo estará bien, pero sé que no hay nada que pueda decir que arregle lo que acaba de pasar entre nosotros. La tensión es tan densa que duele, como si todo fuera a estallar.
Doy un paso hacia ella, sintiendo cómo el maldito calor de su cuerpo me atrae como si no tuviera opción. Mi mano se mueve hacia su cara, sin pensar, y la toco. La siento temblar bajo mi palma, y eso solo enciende más el fuego que hay dentro de mí.
—No te voy a pedir perdón por esto —le suelto, mi voz firme, sin titubear—. Porque no me arrepiento ni un puto poco.
Ella abre la boca para hablar, pero la interrumpo, acercándome aún más, dejando que mis palabras salgan como un susurro bajo y crudo.
—Dime que no lo quieres, Nereida. Dime que no has estado deseando esto todo el maldito tiempo.
Sus ojos se fijan en los míos, y puedo ver la confusión, la duda, pero también esa chispa. Esa mierda que esperaba ver desde hace años.
Siento sus manos aferrarse a mi camisa, como si estuviera luchando con algo, pero yo también lo estoy. Luchando con todo lo que siempre me dije que no haría, con cada estúpida regla que me impuse.
—No me dejes ir —murmuro, sin darme cuenta de que lo he dicho en voz alta. Y cuando lo hago, siento que ya no hay marcha atrás. He mostrado más de lo que pensaba, pero me da igual.
Ella respira más rápido, su cuerpo pegado al mío, y sé que este momento no va a desaparecer. Aunque sea lo peor que haya hecho, no quiero que se aleje. No ahora. No nunca.
El aire entre nosotros se vuelve más denso, y la tensión es tan jodidamente palpable que casi puedo saborearla. Sus ojos siguen ahí, clavados en los míos, y todo dentro de mí arde, como si mi cuerpo estuviera exigiendo más de lo que puedo dar. Cada maldito segundo que pasa sin que haga nada me está matando, pero sé que si doy un paso más, no habrá vuelta atrás.
Mis dedos se deslizan por su cuello, apenas tocándola, pero suficiente para hacerla temblar. La noto respirar más rápido, sus labios ligeramente entreabiertos, como si estuviera a punto de decir algo, pero no la dejo.
—No te hagas la inocente, Nereida —le susurro, mi tono bajo, sucio, como si cada palabra fuera una amenaza. —Sabes bien lo que estoy pensando. Sabes que no hay forma de que te deje ir ahora, ¿verdad?
Ella me mira, y por un segundo veo el miedo mezclado con algo más, algo que no quiero pensar mucho, porque si lo hago, no me detengo.
—No vas a decir que no lo sientes —continúo, bajando la voz, acercándome aún más—. Porque tus ojos me lo dicen todo. No me mientas ahora.
Mi mano viaja hasta su cintura, sin pensarlo, y la acerco más, sintiendo el calor de su cuerpo empujándome, pidiéndome lo mismo que yo quiero. Mi rostro está tan cerca del suyo que puedo escuchar su respiración acelerada, y eso solo me excita más.
—Dime que no lo quieres, Nereida —digo, rozando sus labios con los míos, sin llegar a besarla, pero dejando que el roce sea suficiente para descontrolarme. —Dime que no has estado esperando esto. Porque sé que lo has estado.
Su pecho sube y baja rápidamente, y aunque intenta mantener su compostura, sé que dentro de ella hay un fuego que nunca pudo apagar. Me puedo imaginar todo lo que está pasando por su mente, lo que ella también ha estado reprimiendo.
—No me hagas esperar más —le gruño, sintiendo como si estuviera perdiendo el control, como si no pudiera detenerme. Y no quiero detenerme.
El aire entre nosotros sigue cargado de una tensión tan jodida que casi me ahoga. Cada vez que respiro cerca de ella, siento cómo todo dentro de mí se enciende, como si el deseo fuera un incendio que no puedo controlar. Mis manos rozan su piel, mi cuerpo está a punto de explotar, y todo lo que quiero es hundirme en esa necesidad que nos consume.
Pero de repente, ella me empuja con fuerza, su mano presionando mi pecho como una advertencia. Es un golpe que me hace frenar al instante, y me mira con una furia que no había visto antes.
—¡Para, maldito! —su voz está rasposa, como si le doliera decirlo, pero no me deja espacio para dudar.
Me detengo, pero la mirada que me lanza me hace cuestionar todo. Está llena de conflicto, como si estuviera peleando con lo que siente y lo que sabe que está mal. No hay lágrimas, pero hay algo en sus ojos que me dice que está luchando contra sí misma, contra lo que quiere hacer y contra lo que sabe que no debe.
—¡Esto no puede ser! Somos jodidos hermanos, ¿te olvidas de eso? —dice, su voz temblando, pero la firmeza en sus palabras me deja claro que no hay lugar para dudas. —No puede pasar. No lo hagas.
Mis dedos permanecen suspendidos en el aire, como si mi cuerpo no pudiera creer lo que está pasando. Todo lo que quiero es dar un paso más, apoderarme de ella, hacer que se derrumbe, pero sus palabras me calan como una patada en el estómago.
Sabe que esto no está bien, lo ve, lo siente, pero aún así me mira como si quisiera ceder, como si estuviera atrapada en el mismo jodido deseo que yo. Pero luego, se aparta de nuevo, como si hubiera tomado una decisión, y eso me corta en seco.
—No lo hagas, por favor. No estoy jodiendo. No me hagas esto —su voz ahora es más baja, más dolorosa, pero aún más decidida.
Me quedo allí, mirándola, sin saber qué decir. El deseo sigue quemando en mi pecho, pero todo lo que quiero hacer es respetar esa línea que ella ha marcado. No hay lágrimas, solo una jodida guerra interna que no sé cómo resolver.
—Lo sé —respondo, mi voz rasposa, cargada de frustración. —Lo sé, pero maldita sea...
Ella da un paso más atrás, más distante, como si todo esto fuera un peso que no puede cargar más. Sus ojos me atraviesan, sin odio, solo con una resolución que me deja sin aire.
—Entonces, olvídalo. No me jodas más. Esto no va a pasar, y sabes que es lo mejor —dice, y no hay nada en su tono que sea duda. Es una orden.
Y con eso, sin decir más, nos alejamos. No hablamos del tema. No lo mencionamos. Pero algo entre nosotros ha cambiado para siempre, y no hay vuelta atrás. No hay ni siquiera espacio para arrepentirse. Solo hay esa maldita distancia que ya no podemos borrar.
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CENIZAS
ActionLibro 1 de la saga pecados oscuros. En un mundo donde el honor y la lealtad se entrelazan con la traición y el crimen, Nereida Volkov, apodada "Serpiente", es una teniente de 23 años con ojos azules y cabello rojo intenso. Junto a su hermano Zarek...