Capítulo único.

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Flexionó sus rodillas contra su pecho, rodeó sus piernas con los brazos y se abrazó a sí mismo, tratando de apaciguar los violentos temblores que comenzaban a hacerse presentes

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Flexionó sus rodillas contra su pecho, rodeó sus piernas con los brazos y se abrazó a sí mismo, tratando de apaciguar los violentos temblores que comenzaban a hacerse presentes. Su pecho subía y bajaba erráticamente; posicionó su cabeza entre las rodillas y tomó varias bocanadas de aire, pero este parecía no llegar a sus pulmones. Comenzaba a sentirse ahogado. No podía escuchar algo más que el violento martilleo de su corazón; cada latido retumbaba con fuerza en sus oídos. Sentía que su pecho iba a estallar en cada bombeo.

Las paredes de la habitación parecían alejarse de golpe para luego volver a contraerse, encerrándolo, haciéndolo sentir sofocado. El espacio a su alrededor parecía distorsionarse de forma grotesca.

Comenzó a mecerse desesperadamente de atrás hacia adelante, golpeándose contra la superficie de la puerta cada vez que se inclinaba hacia atrás. Mordió su labio inferior con fuerza mientras sus ojos se humedecían. Estaba cansado de la misma situación. Ya no sabía qué más hacer.

Detrás de la puerta contra la que estaba recostado, oía una vociferación lejana, palabras amortiguadas que parecían irreales y comenzaban a desvanecerse con las voces que se hacían presentes en su cabeza.

—Por favor, ábreme, Matías —pidió, casi en una súplica, la voz femenina.

Matías no podía escucharla. No podía escuchar nada.

La manija de la puerta se movía frenéticamente en un intento desesperado de abrirla. El joven comenzó a sentir cómo el suelo debajo de él se hundía, arrastrándolo con fuerza hacia abajo, llevándoselo a algún lugar bajo la superficie terrestre. Casi podía jurar que el infierno lo estaba reclamando. Que el diablo estaba pidiendo su alma.

—¡No, no! ¡Déjame! ¡Suéltame! —un grito desgarrador escapó de su garganta. Gritó con tanta fuerza que sintió cómo su faringe raspaba, pero aun así no pudo escuchar su propio grito. Comenzó a creer que no tenía voz.

Se aferró a sus brazos con más fuerza, hundiendo las uñas en su piel, tratando de contener el terror que lo desgarraba, atrapado en su propio cuerpo, sintiéndose incapaz de salir.

—¡Matías! —lo llamó la mujer desde el otro lado, comenzando a sentirse impotente—. ¡POR FAVOR, ÁBREME!

Matías comenzó a jadear mientras la presión en su pecho seguía creciendo; sentía como si una mano apretara su corazón con fuerza. Al cabo de unos segundos, el sonido del bombeo desenfrenado comenzó a desvanecerse en un eco lejano. Por fin, abrió los ojos; su vista se encontraba nublada. Movió la cabeza de lado a lado, observando la habitación, que se empezaba a convertir en una cantidad de sombras difusas. Su cuerpo, antes tenso y tembloroso, empezó a ceder, como si cada uno de sus músculos perdiera fuerza, disolviéndose en un cansancio inmenso. Sus manos ahora colgaban pesadas a sus lados, incapaces de sostenerlo por más tiempo. Logró reconocer la voz de su madre al otro lado de la puerta e intentó llevar su mano hacia la manija para abrirla, pero sus párpados caían, cada vez más pesados, luchando por no dejarse ir.

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⏰ Última actualización: Nov 09, 2024 ⏰

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