Bienvenido al cementerio

15 2 0
                                    

La noche estaba en silencio cuando Javier llegó al cementerio por primera vez, una oscuridad envolvente cubría el paisaje, apenas roto por la tenue luz de su linterna. Estaba listo para enfrentar su primer turno como guardia nocturno, una ocupación que no habría imaginado en otras circunstancias. Sin embargo, deseaba con todas sus fuerzas comenzar su vida independiente, y este era un primer paso importante.
Observó el paisaje lúgubre mientras cruzaba la entrada de hierro forjado, la cual crujió con un gemido inquietante, como si el propio cementerio se resistiera a recibir a alguien nuevo. Las tumbas se extendían en hileras que parecían no tener fin, algunas de ellas rodeadas de maleza, otras cubiertas de musgo, todas bañadas en un aire de abandono y misterio. Mientras recorría los viejos senderos, Javier notó que cada piedra y cada árbol parecían estar impregnados de una historia antigua.
Llegó a la caseta de vigilancia, una construcción pequeña y modesta que parecía haber sido construida hace décadas. Dentro había una silla desgastada y una mesa de madera astillada, sobre la cual reposaba una vieja radio. Javier dejó su mochila y se sentó, observando las sombras que se extendían desde las tumbas. Tomó un sorbo de café de su termo y se recargo en el asiento, dispuesto a pasar la noche en calma, pesé a la atmosfera un tanto inquietante.
Pasaron las primeras horas sin incidentes, y Javier comenzó a relajarse, alternando entre revisar su teléfono y caminar de vez en cuando para espantar el sueño. No había ningún movimiento, salvo las ramas de los árboles que se mecían con el viento, y las hojas secas que crujían al paso de algún ratón nocturno. Era fácil dejarse llevar por la monotonía del momento, y por un momento, Javier pensó que este trabajo quizás no sería tan malo.
Fue entonces cuando un sonido quebró la calma. Era un susurro lejano, apenas un murmullo, como el roce de voces antiguas que resonaban en el aire. Javier levantó la cabeza, aguzando el oído, y al hacerlo, un escalofrío le recorrió la espalda. El sonido venía de algún lugar entre las tumbas, moviéndose de un sitio a otro, cada vez más cerca. Trató de convencerse de que era solo el viento jugando entre las ramas, pero conforme el susurro crecía, la sensación de ser observado lo hizo tensarse.
Encendió su linterna y salió de la caseta, sintiéndose guiado casi por instinto hacia una vieja cripta al fondo del cementerio. Su corazón latía con fuerza, y a cada paso, los murmullos parecían aumentar. La linterna ilumino los nombres grabados en las lapidas, algunos de ellos cubiertos por la hiedra que colgaba sobre las tumbas.
- ¿Hola? – dijo, sin saber exactamente a quien le hablaba, su voz era apenas un susurro en el vasto silencio.
No obtuvo respuesta, pero sintió una presencia. Era como si cientos de ojos invisibles lo observaran desde la penumbra, figuras apenas perceptibles que parecían moverse en los bordes de su visión. Cada vez que dirigía su linterna hacia un lado, no veía nada, solo el vacío entre las tumbas. Pero al bajar la linterna, un débil destello de color cruzaba por las esquinas de sus ojos, como el reflejo de algo brillante.
Javier dio otro paso y, de repente, escuchó un susurro que esta vez fue claro como el agua. Era una voz antigua, cansada, que parecía venir desde el fondo de la tierra misma. No pudo entender qué decía, pero la sensación de que intentaban comunicarse con él se hizo cada vez más fuerte. No había sido preparado para este tipo de encuentros, y un miedo helado le hizo retroceder.
Antes de darse cuenta estaba de nuevo en la caseta, respirando con dificultad. Cerró la puerta y apagó la linterna, intentando calmarse, mientras el eco de los susurros persistía en su mente. Con las manos temblorosas, encendió de nuevo la radio de la caseta, esperando que el sonido le ayudara a ignorar las voces. La estática lleno el aire, un ruido monótono que, sin embargo, le trajo un poco de tranquilidad.
Sin embargo, justo cuando pensaba que los sonidos habían cesado, un último susurro resonó, tan cercano que casi pudo sentir el aliento frío en su oído.
- Bienvenido… -
Javier se congeló, su mente estaba luchando por racionalizar lo que había oído. Aquella voz era algo más que el viento; era una bienvenida que parecía tanto una advertencia como una invitación. Se quedó sentado en silencio hasta que el primer rayo de sol despunto sobre el cementerio, iluminando las lapidas, como si despertara a todas las historias que estas guardaban. Sólo entonces se dio cuenta de que el trabajo que había aceptado era, en más de un sentido, el comienzo de algo que cambiaría su vida para siempre.

NO ES SERIO ESTE CEMENTERIO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora