Astrid se ajustó el delantal negro mientras las luces neón del bar iluminaban tenuemente el espacio. Las mesas estaban llenas, el murmullo de conversaciones mezclado con la música de fondo creaba una energía vibrante. Parecía que todo el mundo estaba allí para olvidarse de sus problemas, disfrutar un par de copas y dejarse llevar por la noche.
Astrid no tenía tiempo para eso. Sus movimientos eran precisos y rápidos mientras servía cervezas, limpiaba la barra y sonreía a los clientes. Aunque el cansancio aún pesaba en sus piernas y el sueño de la clase de historia todavía rondaba en su mente, aquí era diferente. En el bar, su cuerpo parecía recargarse con la energía de los demás.
-Astrid, dos whiskies para la mesa del fondo -gritó Marco, su jefe, mientras pasaba junto a ella cargando una bandeja de vasos vacíos.
-¡En camino! -respondió ella, cogiendo la botella con destreza y sirviendo las medidas exactas sin dudar.
Uno de los clientes habituales, un hombre mayor con sombrero, le lanzó una sonrisa.
-¿No te cansas nunca, niña?Astrid le devolvió la sonrisa, como hacía con todos.
-No hay tiempo para cansarse, Louis.Louis rió, y Astrid siguió trabajando. Por momentos, su mente divagaba. Recordó la clase de historia, la sensación de vergüenza al despertar y la mirada de su profesor, Martin. Aunque su rostro había sido neutral, había algo en su tono, en la forma en que la llamó y como la atrapó al final insistiendo en saber porqué se exigía tanto, todo esto había dejado una pequeña espina en su pecho.
Sacudió la cabeza y se centró en las órdenes. No era momento para distracciones. En este lugar, ella era eficiente, independiente, y, sobre todo, estaba despierta.
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Mientras tanto, en otro lugar...
Martin giró la llave de su casa y empujó la puerta, siendo recibido por un profundo silencio. Como siempre. Dejando su maletín junto a la entrada, se desabrochó el abrigo y se dirigió hacia la cocina, encendiendo las luces con un movimiento automático.
Butch, su fiel pastor ovejero australiano, apareció desde la sala, moviendo la cola con entusiasmo.
-Hey, amigo -murmuró Martin, arrodillándose para acariciarlo detrás de las orejas. El perro le lamió la cara, arrancándole una sonrisa que no había mostrado en todo el día. Al menos, Butch siempre estaba ahí para él.
Martin llenó el plato del perro con croquetas y se sirvió un vaso de vino. Era una rutina tan familiar que casi no tenía que pensar en ello. Se sentó en el sofá del salón, encendiendo la televisión, aunque no prestaba atención.
El lugar estaba demasiado silencioso, incluso con el murmullo del televisor de fondo. Miró la mesa de café, donde había un par de revistas abandonadas y una nota de su esposa: "Llego el martes por la tarde. Reunión en Bruselas."
La leía por tercera vez en la semana, aunque no decía nada nuevo. Martin soltó un largo suspiro y miró el reloj. Las noches siempre parecían interminables últimamente.
Butch, como si entendiera el ánimo de su dueño, se subió al sofá y apoyó la cabeza en el regazo de Martin. Él le acarició las orejas distraídamente, sus pensamientos vagando de manera infinita como una balsa flotando en medio de un mar sin corriente.
Sin darse cuenta, recordó la última clase del día. La imagen de Astrid, con la cabeza apoyada en sus brazos, se le vino a la mente. Esa mezcla de fragilidad y fuerza que había percibido en ella lo inquietaba de una manera que no lograba comprender. Era solo una estudiante más, pero algo en ella lo hacía mirar dos veces.

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Brindemos una vez más
Roman d'amour-Apostemos... Él se rió. -¿Y qué quieres apostar? Ella se quedó pensativa. -El que aguante más alcohol gana, el perdedor hace lo que él otro quiera. -No es justo. -él negó. -Claramente voy a ganar, soy más alto, mas grande. Ella sonrió con divers...