Prólogo

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Si tuviese que calificar una de las sensaciones más injustas en el mundo, es tener que pasar duelos enormes, el duelo de tu vida y tener que ver como la vida continúa como si nada. Tener el corazón roto en mil pedazos y aún así tener que levantarte cada mañana y observar como tu vecina riega las flores como si fuese un día normal y corriente. 

Tener que acudir a tu trabajo como cada día y aún así tener que realizar todas tus obligaciones como si no te estuvieses desangrando por dentro. 

Y aún así nada es comparable como aceptar que la persona en la que llevabas años proyectando un amor para toda la vida, con un proyecto a futuro y poder envejecer juntos no sólo ha dejado de quererte, es que nunca te ha querido de la manera que tu siempre habías pensado. 

Quizá por falta de comunicación, quizá por muchas esperanzas e ilusiones que me hice yo sola. Pero fueron casi siete años de mi vida, desde que era una niña que llegaba a Madrid con una pequeña maleta, hasta convertirme en la persona adulta que siempre esperaba ser. Entregué mi juventud y mis mejores años a una persona que nunca me valoró lo suficiente, si bien me quería al menos al principio, nunca me entregó su corazón al completo. 

Una persona que poco a poco fue decepcionándome hasta que con el alma completamente rota por aceptar que hay cosas que nunca podré cambiar decidí que no me merezco conformarme con un amor que no me llena. Y con el miedo a estar perdiéndome al gran amor de mi vida si aguantaba un poco más, y esperaba el tiempo suficiente, acabé con todo. 

"¿Puedes encargarte tú de llevar esto a los vestuarios?, asegúrate de que esté bien estirado, tiene que estar todo perfecto" Raúl me entrega la percha con la camiseta más esperada de la década. Está en mis manos. 

"Siempre y cuando tengas gel hidroalcohólico cerca." Mi compañero se toma mi comentario a broma, pero no podría estar hablando más enserio. 

Abro la puerta de los vestuarios y ya está todo preparado. Todas las cámaras están en su lugar, los focos alumbrando las zonas estratégicas y toda la gente alterada dando vueltas como si faltasen aún muchas cosas por ajustar. Yo lo veo todo perfecto para una persona que no merece tanto. En mi humilde opinión, nada. 

Y es irónico que justo tenga que ser yo quién tenga que ocuparme de poner la maldita camiseta que lucirá en los próximos minutos a su disposición. Una broma de muy mal gusto.

"¿Es la camiseta?" Mi compañera encargada de las redes sociales del club se acerca rápidamente con el móvil en la mano, seguramente preparada para crear contenido para las cuentas de tiktok e instagram. 

"¿Quieres escupirla antes de que se la ponga?" Rueda los ojos con una sonrisa. 

Me acerco al banco donde ya está perfectamente doblado tanto el pantalón como las medias blancas del Real Madrid. Las botas, espinilleras y una botella de agua debajo del banco en un pequeño compartimento. Pongo la percha en el espacio del perchero, dejando a la vista la camiseta del fichaje más largo del Real Madrid. Mbappé y el número icónico que durante años perteneció a otro francés que dejó el listón en otra galaxia. 

Me aseguro de dejar la camiseta perfectamente colocada, estirada y que se vea bien en cámara el dorsal y el nombre. 

De pronto me siento furiosa y con ganas de destrozar todo. Por sentir que no le importó nada cuando tuve que dejarlo después de todos estos años, por sentirme la persona más miserable del mundo mientras él seguramente no tenga que pasar por todo esto porque tampoco me quería tanto. Por actuar como si le diese igual perderme cuando yo solo quería quedarme, por no luchar por lo nuestro como hacía yo desde hacía meses. Por sus estúpidas explicaciones cuando sólo quería entender que no fuese del todo claro conmigo y por dejarme ir como si nunca le hubiese importado. 

MADRID | Kylian MbappéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora