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G-A-Y.

"Gay".

H-O-M-O-S-E-X-U-A-L.

"Homosexual".

M-A-R-I-C-Ó-N.

"Maricón".

Pablo armaba y desarmaba palabras con sus mostacillas blancas de letras negras para luego leerlas en voz alta. Por cada una de ellas, una docena de preguntas revoloteaban en su mente. ¿Estaba mal amar a otro hombre? ¿Estaba mal una relación de pito con pito, ausencia de pechos y culos peludos? No se había hecho ese tipo de preguntas hasta ese momento, cuando aún le ardían las caricias húmedas de la lengua traviesa de Lionel sobre sus labios casi vírgenes. Al menos vírgenes de hombres hambrientos, de esos que podían abrazar su talle como si se tratara de una muñeca de porcelana que, al menor descuido, podría resbalar de sus manos y hacerse añicos sobre el pavimento agrietado.

Sacudió su cabeza y trató de ignorar el asunto como lo había estado ignorando desde que sus ojos no pudieron apartarse de la sonrisa chamuyera de Lionel. ¿Por qué tuvo que aparecer en su casa con esa remera de Los Ramones y esos pantalones desgastados que le quedaban tan bien? El no estaría ahora cuestionando su sexualidad si no hubiera aparecido un tipo tan lindo y fachero como el hijo del sodero. ¡Pero que ni piense que en algún momento se lo diría! Lo besó, era suficiente, que se dé por entendido. ¿O es pelotudo? ¡¿Y si era pelotudo y ahora no lo llamaba?! ¡¿Y si evitaba verlo?! ¡¿Y si malinterpretó todo y era el único que sentía su corazón saltar cada vez que estaba cerca?!

L-I-O-N-E-L P-E-L-O-T-U-D-O.

"¡Lionel, sos un pelotudo!", gritó de pronto, apretando las mostacillas rojas y blancas con las que se estaba haciendo una pulserita de River. Ahora le dolía la cabeza, y ya no le preocupaba tanto ser puto, gay, maricón, traga sables, mariposón, o cualquier otra cosa que saliera de la mente creativa de los jóvenes de su edad. En ese instante, lo más importante era que sonara el maldito teléfono y que Lionel pusiera hora y día para que se volvieran a ver, más tarde, mañana, o cuando se le ocurriera. ¡Pero que llamara ya! ¿Qué estaba esperando? ¡Que suene de una vez ese maldito teléfono!

"Basta", se dijo a sí mismo, percatándose de su extraño cambio de humor. ¿Esto era el amor? ¿Así se sentían las chicas cuando uno las besaba a la salida de la escuela o en un rincón oscuro de un baile o una fiesta? "¿Ya pienso que es amor?", se cuestionó en voz alta, horrorizado por sus propios pensamientos. Esa mañana estaba odiando la existencia de Lionel, con ese cabello negro siempre húmedo y perfecto, con ese aroma a perfume de viejo —que seguro le robaba a su padre—, y con esos músculos marcados de tanto cargar y descargar cajones de sifones de lunes a viernes e incluso también los fines de semana.

"Quiero abrazarlo", murmuró, derrotado, reconociendo que lo estaba extrañando, deseando, anhelando. El verano, que ardía con intensidad sobre el asfalto agrietado de la ruta, se encendía también en el interior ilusionado de un riocuartense que ocultaba su sonrisa boba en la mullida almohada blanca de su cama. El murmullo del aire acondicionado era aburrido; solía dormir la siesta con el susurro del viento y el rumor del río en su natal Río Cuarto, pero allá no estaba Lionel. Lionel estaba ahí, en esa Córdoba Capital calurosa que ahogaba flores, deshidrataba la tierra y quebraba adoquines.

Sonó el teléfono, el timbre hizo eco a lo largo y ancho del pasillo de su casa. Raro que alguien llamara durante la hora de la siesta, Pablo saltó de su cama y corrió hasta el aparato fijo en la sala, pero al levantar el tubo ya estaba hablando su madre con su abuela Elvira. Derrotado, se dejó caer sobre el piso de laja mientras el silencio volvía a apoderarse de los rincones de su hogar un miércoles por la tarde. Sin quererlo, terminó por dormirse allí mismo donde se tiró, con sus brazos cruzados a la altura de su cabeza, y su mejilla derecha apoyada en su muñeca izquierda.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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Enero del 96 (Ex Pibe del 382 - Scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora