Historias sin Contar 1

311 12 5
                                    

... y noche tras noche, el ángel bajaba escondiéndose entre los árboles del jardín y se deslizaba silenciosamente hasta divisar el claro de la fuente. En ese lugar, sentada en silencio y de mirada triste, se encontraba la doncella más hermosa que había visto. Llevaba una eternidad sabiendo que era ella; una eternidad esperando paciente el momento en que bajase a la tierra para poder al fin acariciar su rostro y sentir el aliento de sus labios.

Noche tras noche el ángel bajó del cielo a ese jardín pero noche tras noche se quedó inmóvil cual estatua de mármol ya que sabía que no se le estaba permitido amar a una humana; motivo por el cual no podía hacer nada más que quedarse con ella hasta el amanecer apaciguando el frío con su cálido aliento. Así, por cada noche que pasaba, el ángel hacía crecer una rosa blanca en el jardín como regalo silencioso y testigo indemne de las palabras de amor no pronunciadas, esperando a que la doncella volviese para respirar el dulce aroma de las rosas y así, indirectamente, jurarle su amor eterno.

Así pasó el tiempo, los rosales se habían formado abundantes alrededor del claro de la fuente donde la doncella volvía sin falta al anochecer esperando en silencio a ese alguien a quien aún no conocía mas le había jurado en sueños encontrarla justo en aquel sitio. Noche tras noche aguardó, sentada, bajo la protección de la luna, acompañada por el murmullo del agua al caer entre los adornos de la fuente y aquella eterna fragancia de rosas que parecía nunca desvanecerse. Noche tras noche soportó la angustia y la soledad en espera del calor de un beso ciertamente nunca prometido en perosna mas sellado con el triste juramento que da la esperanza de un amor eterno, noche tras noche aguardó sin percatarse, que entre la enramada, el ángel la resguardaba del frío con su cálido aliento.

Aquella noche, el ángel descendió silencioso, se escabulló detrás del rosal y quedó pasmado al ver a su amor llorar al pie de la fuente. Arrodillada, recargaba su brazo en el borde de la misma dejando caer sus lágrimas al agua, ella había comprendido al fin que su amor jamás iba a presentarse, desconociendo el hecho de que siempre había estado allí junto a ella en el jardín. 

El ángel, que jamás la había visto llorar, no supo más que acercarse para consolar su llanto pero, en su descuido, la espina de una de las rosas del cerco se clavó en su corazón, el cual comenzó a desangrarse ante el asombro del ángel que finalmente entendió que al ir hacia ella conmovido por el llanto, su amor lo había convertido en humano y que ahora moría a causa de aquel amor por dejar pasar tanto tiempo y rosas blancas entre los dos.

Al morir el ángel, el jardín se cubrió de hielo y la doncella, muriendo de frío, esperó inmóvil la llegada de su amor hasta que el último suspiro abandonó sus labios.

Así, al retirarse la noche y despuntar el alba, se encontraron juntos los cuerpos de dos jóvenes en un jardín cubierto de nieve y hielo donde florecían hermosas rosas rojas teñidas por la sangre de un ángel y al centro, una bellísima fuente de donde brotaba el agua más cristalina. Agua que jamás dejaría de caer.

2007 - Carlos Arellano

Historias sin Contar 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora