Mayka
Tanteo en mi mesilla de noche buscando el despertador que no para de sonar, aún con el antifaz puesto y tapada con la manta hasta la nariz me cuesta un poco encontrarlo, pero cuando lo hago lo apago de un golpe fuerte. Odio ese sonido, es lo peor que han podido inventar.
Me quedo un par de minutos en la cama, pensando en el día que se viene, otro de tantos.
Primero: ir a clase, lo más importante.
Segundo: ir a trabajar, lo peor de todos los días.
Tercero: hacer de niñera de Maddie un par de horas.
Y, por último, pero no menos importante: el baile de homecoming.
Creo que me faltan horas del día para hacerlo todo y probablemente lo único que pueda descartar sea el baile, pero le prometí a Rose—mi mejor amiga desde preescolar—que estaría allí.
Suspiro antes de deshacerme de mis queridas mantas y levantarme de la cama, últimamente está haciendo bastante frío, en Nueva York.
Camino como puedo hasta el cuarto de baño para darme una ducha calentita y prepararme para la primera obligación en la lista de hoy.
Cuando ya he terminado de vestirme y peinarme, preparo el bolso. No me da tiempo a comer en casa así que tengo que llevarme el uniforme para el trabajo y algunos juguetes que uso siempre con Maddie; me voy a quedar sin hombro a este paso.
Me dirijo a la cocina para hacerme el desayuno y preparar el aperitivo de la comida. Aunque trabaje en un bar, no puedo comer nada de allí, así que tengo que llevármela de casa.
Mientras preparo una tostada con aguacate, miro por la ventana de la cocina, la cual da a la casa de Maddie.
Veo como salen Oliver y ella en dirección al coche y admito que no puedo evitar posar la vista en Oliver más de la cuenta.
Siempre he sentido una atracción hacia él, pero más que nada era todo platónico. Hemos sido amigos desde que teníamos la edad de Maddie, y, aunque nunca hemos sido íntimos, siempre he confiado en él y en su familia. Sobre todo, cuando pasó lo del accidente, ellos eran los únicos vecinos que se preocupaban por mí.
Cuando el coche de Oliver abandona la calle, me obligo a volver a la realidad.
Termino de desayunar y salgo de casa.
Aparco como puedo y salgo del coche.
Primera clase: biología, la peor que han podido poner a las ocho de la mañana.
De camino a la taquilla me encuentro con Rose, que está contándome lo genial que le fue la cita de ayer. Por lo que sé, quedó con el capitán del equipo de lacrosse para ir al cine y fue todo un caballero. La escucho soltar un suspiro exagerado y me giro para verla poner ojitos de enamorada. Niego con la cabeza sonriendo; no quiero que se ilusione demasiado rápido porque me dolería que la lastimaran. Si embargo, tampoco quiero desilusionarla, así que opto por quedarme callada y sonriendo.
Hablando del rey de Roma... acaba de entrar Héctor Sae, la increíble cita de Rose. Y, sorprendentemente, se dirige hacía nosotras. Rose me mira con una sonrisa tan grande que me provoca escalofríos y se gira como si nada hacía Héctor.
—Buenos días —la saluda con una sonrisa y le agarra de la cintura para darle un beso fugaz en los labios.
Casi todos los presentes en el pasillo—incluyéndome—nos quedamos boquiabiertos, y ya estoy empezando a oír las opiniones de la mayoría de las chicas. Me limito a mirar con mala cara a quien hace de menos a mi amiga, y a sonreírle a esta última, que ya ha terminado de hablar con Héctor y me mira con una sonrisa de oreja a oreja.
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La luz de tu sonrisa.
RomanceMayka, una chica de diecisiete años, acaba de perder a sus padres en un accidente. El dolor y el vacío la persiguen todos los días, y aunque intenta seguir con su vida, nada parece tener sentido. Oliver, su vecino, se siente impotente al verla tan p...